En una de las torres más altas, donde estaba el aviario, se encontraba Aster, desde ahí podía ver la cancha de juego, de manera sigilosa, y al mismo tiempo pasaba el rato con Nicté, su lechuza, cuyo cuerpo encogido en sus horas de sueño. Miraba a Rocco y a sus compañeros en su tiempo de entrenamiento.
–Señorita Aster, qué gusto verla. - dijo una voz conocida.
Se trataba de Dominique Fewrtz o debería de pensar en ella ahora como Dominique Cortéz.
–Hola, Dominique. -saludó Aster, mientras acariciaba distraídamente a su lechuza Nicté.
De pronto, el ave, molesta de tanto afecto durante sus horas diurnas de sueño, lanzó un picotazo de advertencia a su ama, para que la dejara dormir en paz.
–¡Au, Nicté, eso duele! -exclamó Aster a medio grito, mirando la marca de picotazo en el dorso de su mano.
–Sh… señorita Aster, déjeme revisar. -dijo Dominique, pidiendo la mano de la niña Blackwood-. Es solo una heridita de nada, ni sangre te sacó. Por cierto, ¿qué la tiene tan distraída?
Dominique volteó en dirección donde había estado mirando Aster, solo para descubrir que en las canchas de Quidditch se encontraba el equipo de los Mosqueteros.
» Mmh, ya veo.
–¿Qué cosa? -pregunto Aster, dándose cuenta de que Dominique veía en la misma dirección que ella.
–Rocco Wallace, el número 3, fue el jugador que te salvó de tu caída en el último partido, ¿verdad?
–¿Qué? -preguntó la niña Blackwood, poniéndose toda roja de la cara.
–Hasta donde recuerdo, de las elegantes cenas de las familias de antiguo linaje, usted y los gemelos Wallace solían pasar el tiempo jugando; luego escuché que en el tren usted le lanzó un hechizo, un Patimorfus al joven Wallace y ¿desde entonces se pelearon?
Aster Blackwood ladeó la cara, tratando de ocultar el malestar emocional creciente que se reflejaba en su rostro, trataba de contenerse, de controlarse, la voz de su padre era tan fuerte y tan asfixiante en su mente, recordándole el lema familiar de los Blackwood, no arrepentirse, no retroceder el camino andado; pero días atrás había besado a Rocco Wallace: ¿Había retrocedido el camino andado? ¿No debía de arrepentirse de lo que hizo?
–Ya no somos amigos. -dijo Aster con voz queda, y mirada perdida.
–Pero eso no es lo que quieres, ¿verdad? -preguntó Dominique.
Aster volteó a ver a Dominique, sorprendida, sintiendo agitada tanto su mente como su respiración, ¿tan obvia era? ¿Su padre lo sabrá?
–Ciertamente, no. -respondió Aster, recuperando la compostura-. Pero ya rompimos amistades, no hay vuelta atrás. Un Blackwood nunca retrocede. -explicó la niña con la voz más neutral que podía.
–Retroceder, cambiar de parecer no es algo malo. -comentó Dominique-. Como yo, para mi familia Fewrtz, que fui la primera en no tener un matrimonio concertado; tú, para los Blackwood, podrías ser la primera en retroceder y retomar. -comentó Dominique con voz muy queda.
Aster Blackwood se le quedó mirando, con mucha intensidad, como si estuviera digiriendo las palabras dichas por Dominique.
–No es tan fácil. -replicó Aster.
–Para mí tampoco lo era, pero tú lo hiciste posible. -dijo Dominique con una sonrisa-. Déjame alimentar a Trevor y entonces platicamos. -sugirió la jóven.
Habiendo dejado el alimento a Trevor, y después de haberle dado los cariños del día, Dominique acompañó a Aster de regreso a la sala común de Slytherin, dónde podrían platicar sobre la situación por la que estaba pasando la Slytherin más joven.
Dominique Fewrtz miró en rededor de los pasillos, estaban muy solos, también muy oscuros y más fríos de lo común, se suponía que había un hechizo activo que atemperaba cada rincón del castillo.
La joven bruja sacó su varita de arce, de 33 centímetros, y apretó el mango, sintió el hormigueo característico de su varita, que como ella, sentía una inquietud que latía según el ritmo de su corazón.
–¿Dominique? -preguntó Aster, que también había percibido la diferencia.
La niña Blackwood también había sacado su varita, y la sentía tan pequeña y liviana en su mano empuñada
¿Que podría hacer ella en una situación como en la que se encontraba? Siendo Aster una estudiante de primer curso y sus conocimientos sobre hechizos defensivos eran pocos y los ofensivos eran muy escasos.
–Lumine… -murmuró Dominique y de su varita salió un haz de luz casi intangible que recorrió el oscurecido y frío pasillo, la joven bruja se tragó un nudo de la garganta, pensando que si había algo escondido entre las sombras, tendría que utilizar un Luxphor cuya intensidad lumínica solía ser intensa, además de tener un efecto calorífico sobre quien recibía el hechizo, pero ése era un hechizo que todavía no lograba dominar, y no estaba segura de poder hacerlo algún día, no sería la primera bruja -o mago- en no poder dominar algún hechizo en particular.
–¡Bendita magia! -se escuchó al fondo del pasillo.
Se trataba de una persona, suspiro de alivio Dominique, aflojando un poco el agarre sobre su varita.
Tras una de las oscurecidas esquinas del pasillo, apareció Hyacinth Grayson, vistiendo el uniforme deportivo de Ravenclaw, sosteniendo también su varita en la mano.