Jamás me volvería a casar contigo.

El viernes en el que se conocieron.

Dulce María y Alfonso 1987. 
Viernes 12 de noviembre. 


La luz entrando por el gran ventanal de cristales tropicales de su recamara lo despertó, su flip clock le indicó que eran las 11:38 de la mañana y el calendario de paginitas arrancables que el día era un jueves 11 de noviembre de 1987, pero se levantó para arrancarle una página más, ya que tenía en cuenta que ya era viernes. 
Y cuando estaba pensando en si volverse a dormir era una buena idea, o era mejor bajar a zapear a sus hermanos y amigos, el ríng ring del teléfono de su cuarto le desvió la atención, y al contestar escuchó la voz de su amigo Juan Carlos Córdoba que le dijo:  
 –¡Ya levántate, flojonazo, que ya amaneció y es Viernes. 
 –¡No manches ese! Me acosté como a las 6 de la mañana y ya quieres que me levante; ¿Qué pasó, tienes tocada o qué?  
Le pregunta porque Juan Carlos era disc Jockey de su propio equipo de sonido disco, y cuando tenían tocada disco, le llamaba para que lo ayudara con las mezclas y las luces. 
 –¡Hoy no, pero es Viernes, te aviso por qué al rato voy para tu casa para ver qué se arma! 
–¡Sobres ese! Pero que sea más tarde porque quiero dormir otro rato.  
Le dice Alfonso y corta la llamada colgando el teléfono, y después de ir al baño del segundo piso, hizo un sigiloso recorrido por la ruta más larga hacia el cuarto de televisión, saliendo por la terraza y bajando por la escalera de caracol hacia el garage, para escurrirse por el pasillo lateral.
 –¡Ya llegó el borracho castroso!  
Dice su hermano Christian al verlo entrar mientras se ponía a salvo de un zape, como no pudo zapear al hermano más chico, le dio un zape al amigo que tenía más cerca. 
 —¡Ya duérmanse chamacos! Yo me subí a mi cuarto a las 6 y ustedes todavía estaban aquí. —les dice dándoles un zape.  
 —Pues sí, carnal, pero estábamos esperando a que tú te durmieras para jugar.  
Le contesta su hermanito Christian, el más chico de los 5 hermanos. 
 —Le vamos a hacer otro intento, pero ya sabes que tenemos meses trabados en este juego. —le dice su hermano Billy. —Y a ver si ya vas soñando soluciones verdaderas para los juegos, cada vez que sueñas con la solución nada más nos haces perdernos más. 
 —Ya vente a comer, Foncho. 
Le dice su mamá, el reloj de la cocina marcaba las 12:30, y el calendario de paginitas arrancables marcaba el mismo día, viernes 12 de noviembre de 1987 
 —¿No va a venir Elsita? —le pregunta su mamá, refiriéndose a su novia.
 —¡Ni me la menciones! —le contesta. –Si ya sabes que me puso el cuerno ahora que andaba en la plataforma, y ya la mandé a la goma. 
 –¡Con razón no ha venido! Hay hijo, tan bonita y tan buena muchacha que parecía, y con razón andabas de borracho perdido en Garibaldi,  pero tú no te fijes, que al rato conoces a una más bonita. 
Y así, entre superar su pena de amor, y resolver aquel juego de vídeo con sus hermanos y amigos, que ya abarrotaban el cuarto de televisión, se le fue el día.  
Y de hecho, así eran sus días, entre que pasarse todo el día jugando Nintendo con sus hermanos, ir por las tardes a casa de su novia, que vivía a 2 cuadras, bueno, iba a casa de su novia, antes de que terminaran, y salir los fines de semana a las discoquet's o a las fiestas de sonidos disco de la época, ya que también él tenía su propio equipo de sonido, que lo trabajaban más que nada sus hermanos, porque él era tan tranquilo que sí nadie lo sonsacaba, estando en el cuarto de juegos de video de su casa, se le olvidaba su propósito de tratar de vivir la vida como cualquier chico de su época, tratando de aprovechar al máximo sus 12 días al mes, se los podía pasar jugando Nintendo todos los días, aunque fuera Viernes social, o sabadito alegre.  

Dulce María despertó en aquella gran estación de autobuses de la ciudad de México, en los andenes de la línea de autobuses A. D. O. (Autobuses De Oriente) Por sus siglas en español, y miró la hora en su reloj Citizen de manecillas, este indicaba las 11:33 de la mañana, había ido a arreglar unos papeles para sus estudios, terminó de hacer todas sus diligencias sin problemas, y poco después de las 5 de la tarde, ya iba de regreso a la ciudad de Poza Rica, su ciudad de origen, se sintió cansada y se durmió, hasta que abrió los ojos a las 7:31 p.m. 
El autobús había hecho parada en una estación de paso, en la ciudad de Huauchinango, en el estado de Puebla, para bajar y subir pasajeros, ya había caído la noche y calculó que iba a llegar a su destino a eso de las 9 de la noche, ese día cumplía 21 años, el 12 de noviembre de 1987, y para tener un poco más de tiempo y poder darse una escapadita para festejarlo con alguien, ya que era viernes social y no quería llegar a su casa tan temprano, ya que no la iban a dejar salir. 
Aprovechó esa parada que tenía que hacer el autobús en aquel destino intermedio, para echarle unas monedas a un teléfono público para efectuar una llamada de larga distancia, y decirle a su mamá que iba a llegar más tarde porque estaba detenido el autobús en aquella estación de paso, por algo que debería de ser un derrumbe o algún accidente, su madre comprendió la situación ya que eran muy comunes aquel tipo de eventos en esa ruta, y recibiendo las debidas recomendaciones, finalizó la llamada, festejando con una malévola sonrisa, el satisfactorio resultado de su plan “B”. 

En ese momento, a las 7:31 de la tarde, Juan Carlos llegaba a casa de Alfonso, y como siempre, lo encontró jugando Nintendo con sus hermanos y amigos, entre ellos estaba otro amigo ya mayor, Omar Farid de la Pared, de 27 años, alto, de barba cerrada pero bien arreglada, bien parecido, complexión normal, de aspecto bonachón, tez morena clara, pasante de psicología, y aunque era mayor que todos ellos, era prácticamente un amigo de la familia, y una especie de sensei para todos aquellos jovencitos que eran su grupo de amigos. 
 –¡Ya deja esa madre, Alfonso! –le dice Juan Carlos al verlo. –¡Que todavía ni te arreglas y se nos va a hacer tarde! 
 –¡Oh, carajo! –le contesta. –Como que ya me dio flojera y está haciendo frío. 
 –Pues anímate, que ya me dijo tu mamá que andas herido y que quiere que te saque a dar la vuelta, además no le gusta verte jugando todo el día, y también me dijo que no te dejara tomar mucho, por que te tuvieron que ir a traer a Garibaldi porque estabas tirado en la banqueta, ahí apenas saliendo del “Amigo del tarro” 
 –¡Unos pomos que me chingué, nomás pa la calor! 
Dice y muy a su pesar tuvo que dejar su pasatiempo favorito para ir a arreglarse y cuando su reloj Rado de manecillas indicaba que eran las 8:13 de la noche de aquel viernes, ya iban caminando hacia la calle 20 de Noviembre, una avenida muy popular donde se congregaban la mayoría de las discotecas y antros de la ciudad, su destino era la “Escrúpulos”, la discoteque de moda, y la más cara de la época, Alfonso vivía a unas cuantas cuadras y por eso se iban caminando. 
Y él, al despegarse de la distracción mental de los videojuegos, volvía a ser aquél jovencito ansioso de nuevas emociones. 
En la ruta les quedaba el “Florida Inn” Un lugar con mesas al aire libre entre palapas, y atendido por meseras en patines, al estilo tropical, donde pasaron un rato a saludar a unas amigas que los llamaron al verlos pasar, pero después de un par de cervezas, continuaron su camino hacia “La Escrúpulos” 

Dulce María iba llegando a la estación del A. D. O de su destino, la ciudad de Poza Rica, Veracruz, en ese momento, su reloj indicaba las 9:26 de la noche, recuperó su equipaje y desde un teléfono público, trató de localizar a varias de sus amigas y amigos, para encontrar a alguien con quién divertirse ese viernes por la noche, ya que era su cumpleaños y no quería pasárselo en su casa, a dónde no iba a haber fiesta. 
Entre los amigos que quiso localizar, estaba Juan Carlos, pero como no estaba en su casa, al igual que todas sus amigas, precisamente por ser viernes en la noche, su mamá le dijo que se había ido con un amigo a una disco de la calle 20, y resuelta a no pasar su cumpleaños aburriéndose en su casa, tomó un taxi de la central de autobuses, y le dijo que la llevara a la calle 20, la calle más popular de aquella ciudad, ella iba dispuesta a celebrar su cumpleaños, con Juan Carlos o con quién se encontrara esa noche. 

  –Vámonos mejor a “La Rana Rosa” Juan Carlos.  
Le dice a Alfonso a su amigo de 20 años, un poco menos estatura que él, tez blanca y cabello oscuro, ya saliéndose de la fila cuando estaban en el umbral de aquella disco de primera clase que en la fachada tenía columnas griegas, cómo aquel famoso Partenón, porque se encontró con alguien que no quería ver, aunque solo fue por un segundo. 
 –¿A poco esa chava es tu ex?  
Le pregunta Juan Carlos, que se dio perfecta cuenta de la situación.  
 —¡No manches! Está bien bonita, y el tipo con el que iba se te quedó mirando, cómo que quería armarte la bronca. 
 –¿Ah sí? No me di cuenta, entonces déjame y me regreso a ver qué trae conmigo –dice Alfonso, dándose la vuelta. 
 –¡Hey aguanta! Tranquilo, no vale la pena. 
Le dice Juan Carlos, tomándolo por un brazo para evitar el altercado, aunque estaban entrando al invierno, aún no hacia mucho frio y la temperatura era ideal para vestirse bien con saco y suéter, a Alfonso le gustaba vestir así, aunque no llegaba a tanta formalidad como para usar moño o corbata, esa noche vestía un saco sport negro y pantalón de cuero, también negro, zapatos negros y calcetines blancos, además de un suéter estampado, decidieron caminar unas cuantas cuadras para ver a quién saludaban durante el trayecto, o cómo estaba el ambiente en otros antros sobre la misma avenida, ya que ninguno de los 2 traía auto, y sin grandes novedades que saludar a uno que otro conocido y tomarse una que otra bebida que les invitaban, llegaron al conocido canta bar, que se caracterizaba por qué en el se podía escuchar música viva, y echarse sus palomazos con el micrófono del grupo. 

 –¡Hey, Juan Carlos! Hola; ¿Cómo estás? 




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