Alfonso y Dulce María, casados 1997.
Miércoles, 12 de noviembre.
—Y ustedes; ¿Cómo se conocieron?
Le pregunta su amiga Anita, a la anfitriona de aquella fiesta de cumpleaños a la que había sido invitada.
Dulce María Otáñez, que era la cumpleañera y dueña de aquella casa, en la que vivía con sus hijos, Dulce Melina de 6, Joshua Jared de 5 y Dulce Paloma de 4 años, le contestó.
—No me gusta recordarlo, pero te lo platicaré, fue en un viernes por la noche, en una esquina, yo saludé a un amigo y Alfonso iba con él, después de los saludos y presentaciones, nos metimos los 3 a un bar, y ahí comenzó esta historia
Dice Dulce María haciendo un ademán con las manos abiertas, despectivamente.
—Huy amiga, yo pensé que eras muy feliz, tu esposo es muy guapo, hacen muy bonita pareja, y con lo poco que lo conozco, se ve que es muy linda persona, y además tuvieron unos hijos hermosos, y además te le quedas viendo con unos ojos de amor, que no entiendo por qué me dices eso.
—Pues si, es bueno pero como que le falta algo, personalidad, o no se, dinero, ganas de superarse, carácter, así como lo ves, es un cabrón y regalado, pero bien hecho.
—Pues déjame decirte que si quieres te lo cambio por cualquiera de los míos, digo, si ya no lo quieres, pero si lo quieres cuídalo, porque cualquier rato te lo van a quitar.
—¡Pues te lo regalo!
Le contesta furiosa y se levanta para atender a otros invitados.
Alfonso estaba sentado en la sala de la casa cargando a la pequeña Dulce Paloma, que ya tenia 4 años, mientras estaba al pendiente de Dulce Melina y Joshua Jared, que eran unos verdaderos demonios por latosos y juguetones.
—¡Hey cuñado! ¿Una chela o qué?
Le pregunta su cuñado Enrique Otáñez, al verlo ahí sin bebida y con su hija en brazos.
—Pues me la echo, cuñado; ¿Pues ya qué?
—¿Ya vas a cenar, Alfonso?
Le pregunta Dulce María al verlo ahí sentado con la niña y una cerveza en la mano.
—Si está bien, en lo que me pones mi plato, voy y acuesto a esta latosa.
—Pues ya te serví, y lo que te haga falta te lo sirves tú, que yo estoy ocupada.
Le dice yéndose a hacer cosas que le parecieron más importantes.
—Chales con tu hermana. –le dice a Enrique. –Me estuvo friegue y friegue para que viniera a su cumpleaños, y ni a cenar me quiere acompañar.
—Ay cuñado, pues que te puedo decir. —le dice Enrique, —Ya sabes que está Loca, pero no puede vivir sin ti, te lo digo porque cuando te vas, tan solo se la pasa hablando mal de ti, y dedicándote canciones en cada fiesta en la que no estás.
Dulce María y Alfonso se casaron un 28 de febrero de 1989 apenas un poco más de un año después de conocerse, con pedida de mano y boda por la iglesia, porque él era muy apegado a las reglas, y sabía, por principios morales y por educación, que era la manera correcta de hacer una familia, además de que estaba sinceramente enamorado de aquella chica que conoció en el canta bar ”La Rana Rosa”.
Y ella enamorada también, aunque con irreverencias, claro; ¿Qué se podía esperar de una discípula de la D’alessio? Después de un tormentoso noviazgo, donde ella lo mandaba a volar cada semana, pero los siguientes 3 días se la pasaba buscándolo en casa de todos los amigos de él que conocía, y él simplemente se iba, de viaje turístico a la ciudad de México o al puerto de Veracruz, o de viaje alcohólico a cualquier cantina o reunión con amigos, porque aunque le dolía, la única forma que conocía de vencer el desamor, era estando alcoholizado, por eso él decía que no tomaba para olvidar, tomaba para no sentir, porque lo suyo nunca había sido rogarle a las mujeres, porque debajo de esa coraza en la cual se escondía, vivía un corazón extremadamente romántico, apenas en desarrollo.
Pero igual, las mismas veces que lo mandó a volar, fueron las mismas que lo buscó para arreglar las cosas, Dulce María era una chica muy difícil, clásico de los Escorpiones zodiacales, que parecen angelitos, pero en realidad son unos demonios, pero desde que conoció a ese encantador Tauro, por más que quiso deshacerse de él, terminaba derrotada por sus propios sentimientos.
Hasta que una vez Alfonso la agarró desprevenida y con la guardia baja, y en una de tantas reconciliaciones, le propuso matrimonio, ella aceptó hacer su vida con aquel joven de carácter duro, que siempre le había dado lo mejor de sí mismo, demostrándoselo al grado de que se la llevó al altar, pero por una muy seria incompatibilidad de caracteres, celos o simplemente egoísmo, terminaron separándose, apenas naciendo su hija, Dulce Paloma, la más pequeña.
Pero aquella noche era la fiesta de cumpleaños número 31 de ella, 12 de noviembre de 1997, 10 años después de aquel viernes en el que se conocieron, Alfonso vivía en otra ciudad, porque ya tenían más de 3 años de separación, pero como seguía trabajando en sus roles petroleros de 14 días de trabajo por 14 de descanso, esa fecha le había tocado libre, y ante la insistencia de ella, y más que nada por ver a sus hijos, tomó su auto, manejó por horas y llegó apenas unas horas antes.
Él seguía siendo muy guapo a sus 28, y aún más atractivo para las mujeres, que aquél jovencito introvertido, aunque según ella, ese había sido uno de los factores que contribuyeron a su separación, aunque él siempre le había sido fiel, los celos enfermizos terminaron por romper con su matrimonio, entre otras cosas, porque ella, lo que no podía controlar o contener, le causaba conflictos, y Alfonso siempre fue algo que ella no pudo controlar, porque entre sus principios morales, tenía muy bien instalado que eso de ser mandilón, nada más no era lo suyo.
Pero volviendo a la fiesta, Alfonso se seguía llevando bien con los hermanos de ella, y la familia en general, y seguían teniendo la costumbre de cantar, pero ahora lo hacían con Karaoke, en cada fiesta de cumpleaños de ella o de él, más de ella, cuando él podía asistir.
Y esa noche no podía ser la excepción, y por medio de canciones se decían todo lo que habían callado.
–¡Ya se van a empezar a pelear!
Dice su hermana Blanca, divertida, por qué Dulce María ya había agarrado el micrófono, pidiendo su turno para cantar, ya que sus sobrinos y hermanos, tenían rato amenizando la fiesta con el karaoke proyectado en una pantalla montada en la pared.
Y comenzó aquella costumbre entre ellos, que a todos les gustaba escuchar, y que acostumbraban llamar: ”Las coplas”
—Melina; ¡Tus papas ya se van a empezar a pelear!
Le dice una de sus primas a aquella niña que le gustaba escucharlos cantar, más a su papá, no porque lo quisiera más, si no porque lo veía menos, por su tipo de trabajo y porque vivía en otra ciudad, Joshua y Paloma, que estaba dormida, estaban muy chicos para saber de qué se trataba, así que solo ella dejó el grupo de primos con los que jugaba, para escuchar a su mamá, Dulce María, que ya estaba terminando de entonar la de mudanzas de Lupita D”alessio.
—Desde que la conozco me cantó esa pero nunca cambió, –le dice Alfonso a su cuñada Patricia.
—Es tu turno cuñado; ¡Te toca cantar!
Y fiel a su tradición familiar, tomó el micrófono y se personifico en una canción.
—Pónganme la de directo al corazón de Pepe Aguilar. —Dice Alfonso y empezó la confrontación.
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Editado: 25.09.2023