Jamás me volvería a casar contigo.

La voz del cucú.

Capítulo 33. 
Alfonso y Dulce María casados, 1990. 
1 de Septiembre. 
Realidad paralela 2. 
La voz del cucú. 
 –¡Mira cosita hermosa! Un reloj de cucú.  
Le dice Alfonso a Dulce María cuando se estaban sentando en una de las mesas de aquel restaurant del hotel ”Royalty” a dónde estaban hospedados, era sábado por la noche y esa sería su última noche en Veracruz, ya que él tenía que regresarse a Poza Rica a dejar a Dulce María, que ya era su esposa y estaba embarazada a unos días de dar a luz a su primer hijo, bueno, hija, porque ya sabían por medio de ultrasonidos que iba a ser niña, ellos vivían en la casa de ella, en su cuarto de soltera, que ahora era de casada. 
 –En lo que cenamos te voy a contar una historia de mi familia que solo se la podemos contar a nuestros familiares más cercanos, cómo tú que ya eres mi esposa. 
Dulce María le sonrío preparándose para escucharlo, ya que no había mejor ambiente que el de aquel restaurante decorado a la antigua, y mejor ocasión que la de aquella cena romántica, después de todo; ¿Qué cena no es romántica para unos recién casados que están a punto de tener su primer bebé? Para escuchar una historia de la familia de aquel chico de apenas 21 años, que ella amaba tanto, y que ya era su esposo. 
 –Pues cuenta una leyenda de mi familia, por parte de los Violante, que en un pueblo muy cercano de donde vivimos, que se llama ”Castillo de Teayo” Vivía una bruja muy poderosa, que tenía la habilidad de crear puertas y ventanas mágicas, por donde podía ver cualquier parte del mundo, e ir a cualquier parte del mundo, también podía ver el futuro y el pasado, incluso veía los sueños de las personas y podía navegar en ellos, ayudándoles cuando tenían pesadillas, les instalaba recuerdos de realidades alternas, con los cuales podían modificar su destino, su nombre era Agustina Violante Violante, ella era mi abuela, la mamá de mi papá, y sí, yo recuerdo que cuando era muy niño, un día mis papás me dejaron con ella para que me cuidara, y cuando yo estaba viendo una revista donde aparecía la foto de unos pingüinos, le dije que quería conocerlos, entonces ella me abrigó tanto como si fuera invierno e hiciera mucho frío, pero no, hacía mucho calor, y tomándome en sus brazos, arrancó la foto de los pingüinos de la revista y haciéndola una bolita de papel, la lanzó hacia una puerta dibujada en una de sus paredes, y caminando hacia ella la cruzamos, y fuimos a una playa muy extraña donde había montañas de hielo y hacía mucho frío, también había pingüinos, focas y ballenas, pero era tanto el frío, que sólo pudimos estar muy poco tiempo, apenas unos minutitos, y nos tuvimos que regresar.  
Le dice Alfonso, mientras servía un poco de vino de mesa en sus copas. 
 —¿Y que le pasó a tu abuela, cosita? —le pregunta Dulce María, mientras bebía un poco. 
 —Nadie lo sabe, algún tiempo después, desapareció de repente y nunca la encontraron, tan solo encontraron una puerta dibujada en una pared de su casa, por donde piensan que cruzó, y nunca pudo regresar.  
 —Entonces mi suegro y tú, deben de ser unos brujos muy poderosos también.  
Le dice Dulce María, mientras el mesero le acercaba lo que había pedido a su lugar. 
 —No lo creo, según dicen mis tías y tíos, por parte de mi papá, que el gen mágico se brinca dos o tres generaciones, o sea mi papá, sería la primera y yo la segunda, y como ninguno de los dos somos brujos, ni mis tíos, ni alguno de mis primos ha dado muestras del gen mágico, por eso te lo estoy platicando; ¿Qué tal si esa cosita tan hermosa que estás fabricando con tu hermoso cuerpo, hereda el gen mágico de mi abuela, y traes en la panza a la próxima bruja de las 3 dimensiones? 
 —Ay cosita; ¡Estas bien loquito! —le dice ya dándole los primeros bocados a su cena. 
 –¡Para que veas que todo es cierto! Nada más que regrese de trabajar te voy a llevar a la casa de mi abuela en Castillo de Teayo, para que veas que la casa sí existe y que en su cuarto está aún dibujada la puerta mágica por dónde mi abuela me llevó a conocer a las focas y a los pingüinos. 
 –¡Disculpen! –les dice un joven que traía una cámara instantánea. –Si me permiten les puedo tomar una foto, yo me dedico a venderlas, para ayudarme en mis estudios, pero hacen tan bonita pareja, que se las daría gratis. 
 –Si está bien. –dice Alfonso. –Y no te preocupes, si a eso te dedicas, con gusto te la pagamos. 
El joven sonriente les tomó la foto que salió preciosa, con el elegante reloj de cucú al fondo, aceptó el dinero que Alfonso le pagó, más cómo una propina que como el pago de un servicio, y agradecido se las dio y se retiró. 
En ese momento, se empezó a escuchar en la música ambiental del restaurant, siendo proyectado el video en una pantalla, aquella canción lanzada en 1985, “Nikita” de Elton John.  
*** 
Oh Nikita you will never know, anything about my home 
I’ll never know how good it feels to hold you 
Nikita I need you so 
Oh Nikita is the other side of any given line in time 
Counting ten tin soldiers in a row 
Oh no, Nikita you’ll never know 
*** 
 –Oye cosita hermosa; ¿Y si le ponemos así a la brujita de las 3 dimensiones? –dice Alfonso apenas y terminando el video.  
 –¿Así cómo?  
Le contesta Dulce María que no le había puesto mucha atención al video, por estarlo mirando a él.  
 –Así como la güerita del video de Elton John.  
 –¿Nikita? ¡Estás loquito, chiquito! Mi hija se va a llamar Alfonsina, como tú.  
 –La loca lo serás tú, si crees que voy a permitir que le desgracies la vida a mi niña con ese nombre, se llamará Nikita y punto.  
Y así, cuando estaban a punto de iniciar una de esas discusiones comunes entre los recién casados, que amenazaba con ser una pelea a muerte que terminaría en la cama, porque quién sabe qué planeaba el destino al dejar que aquellos dos, que eran las personas más testarudas de la humanidad, se enamoraran, se casarán y hasta tuvieran hijos, el reloj de cucú indicó las 12 de la noche, y el alegre pajarito mecánico salió para dar su alegre canto.  
 –El cucú me está diciendo algo, cosita, pero no alcanzo a entenderlo.  
Dice Alfonso tratando de ponerle atención, pero la música no lo dejaba escuchar, así que se levantó para pararse enfrente del cucú que seguía entrando y saliendo de su ventanita.  
Dulce María lo miró sonriente, pensando que ya se le habían subido las copas del vino tinto, y Alfonso, mientras todos los demás escuchaban el canto mecanizado del cucú del reloj, escuchaba una tierna voz que le decía algo. 
 –¿Qué te dijo el cucú del reloj, cosita?  
Pregunta Dulce María a Alfonso que ya se había regresado a la mesa entrando en un letargo de ausencia, que eran muy comunes en él, y sólo se le quedaba mirando a las copas.  
 –Cosita; ¡Hey despierta! ¿Qué te dijo el reloj?  
Le dice Dulce María moviéndolo de un brazo, ya que él continuaba en otro mundo. 
Y de repente, cómo si se estuviera ahogando, lanzó un largo suspiro y le dijo: 
 –¿Sabes? Me quedaré contigo a esperar a que nazca nuestra hija, ya mañana que lleguemos a Poza Rica, le hablaré a mi delegado para que me tramite un permiso renunciable.  
Dulce María ya no le dijo nada, ni le preguntó nada, solamente se le recargó muy contenta lo más pegada que pudo, y así, terminaron su cena, pagaron la cuenta, y ya en la habitación, cuando estaban listos y abrazados para dormir, le preguntó, ya que él seguía muy callado, cómo si aún estuviera en un letargo emocional o como si se le hubieran subido las copas del vino de mesa, pero ni aún así, porque él cuando estaba tomado, hablaba más.  
 –¿Siempre sí entendiste lo que te quería decir el pajarito del reloj?  
 –¡Si, pero no te lo voy a decir, porque no me vas a creer lo que me dijo!  
 –¿Y si te doy un beso para que me lo digas, chiquito?  
Le dice Dulce María, sabiendo que con esa trampa siempre conseguía lo que quería.  
 –¿Me lo darás aunque no me creas?  
 –¿Tú que crees, chiquito?  
Dice Dulce María ya sabiéndose un poco, para que sus labios quedaran a la altura de sus orejas. 
 –Además tenemos que asegurarnos que no le falte nada a Alfonsina; ¿Qué tal si necesito más de lo tuyo para acabar de formarle sus deditos?  
 –¡Te daré lo que quieras pero no se llamará Alfonsina! Porque a través del cucú del reloj, me dijo la voz de una niña que se llamaba Nikita, que no me fuera a trabajar, que quería que la esperara a que naciera, para que la pudiera conocer. 
 –¡Ay cosita, estás bien loquito! 
¿Y quién sabe si Dulce María le creyó? Pero de que se aseguró de que a su hija no le faltara nada y le saliera completita cuando naciera, claro que se aseguró, esa noche en Veracruz.  

 




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