Jamie Truman: Historia de un asesino

Capítulo 9: Mamá

La mañana del día 9, el mes 4 y el año 1993, Amelia Wilson, a sus 32 años de edad fue declarada oficialmente muerta. La noche anterior, como siempre, había ido a dormir con la misma idea en mente de no despertar jamás. Se podría decir que su deseo silencioso, al fin se había cumplido.
 


 

———————
 


 

08/02/1999 Sesión 7:
 


—¿Cómo estás, Jamie? —cuestionó Alex pendiente de que aquel día, el muchacho no podía atinar el orden de sus ideas ni de sus prioridades. Jamie parecía no saber si sentarse o seguir deambulando por el lugar. Decidiéndose al final por lo segundo.

—Estoy tan bien que podría decir que me asusta —respondió él, risueño, pero al mismo tiempo, notablemente incómodo.

—¿Algo te molesta? —insistió Alex.

—No. Yo no diría que me molesta... Es solo que con nuestra última sesión, digamos que regresaron a mí pensamientos de cosas que creía olvidadas hace años. Casi podría decir que fue una sorpresa descubrir que seguían allí. Alojadas en un lado oculto de mi cabeza.

—¿Se trata de tus padres?

—¿De qué más podría tratarse? —Jamie hizo una breve pausa, no estaba seguro de querer decirlo, aunque de todos modos lo hizo—. El único capítulo de mi vida que me gustaría tanto reescribir. ¿Sabe, Alex? Estos días pensé mucho acerca de mi madre. Usted me hizo reconocer que aunque quisiera negarlo, a veces la extraño demasiado. Más de lo conveniente, quizá.

Jamie decía dichas palabras con gran honestidad, las pronunciaba alguien que había entendido cómo esa verdad se había vuelto demasiado profunda y extensa para seguir cabiendo en un silencio. Pero aún así, todavía no podía verse ni una minúscula vena rojiza de sensibilidad en sus ojos. Su mal... el de alguien que siempre intentaba racionalizar todo o que al menos, creía posible el hacerlo; seguía demasiado presente. En él la conexión entre razón y sentimientos estaba vetada a voluntad. Un preciso, pero a la vez, condenatorio escudo.

—¿Qué te parece si hoy aprovechamos que todo está tan fresco en tu memoria y me cuentas sobre ella?

—Otra de esas cosas que me busco yo mismo —dijo Jamie sin mirar a su doctor ni una sola vez—. ¿Qué será eso que quiere saber, Alex?

—Primero quisiera saber si sería posible que tomes asiento. Tu caminata indecisa me está sacando un poco de quicio.

—Si hubiese sabido lo fácil que era deshacerse de usted, no me hubiera permitido tomarle tanto aprecio ni dejarlo llegar tan lejos —declaró Jamie camino al diván—, pero supongo que, después de todo, no soy tan bueno leyendo personas como creía. Ahora sí, ¿qué quiere saber, Alex? —finalizó tendido sobre el asiento.

—Nada en específico, no hay reglas ni direcciones que seguir... Háblame de ella como tú quieras hacerlo. Me importa lo que tengas para decir, no el orden en que lo hagas.

—Muy bien —respondió Jamie en lo que cruzaba los dedos de sus manos sobre su pecho, volviendo además, de su primera mirada y sonrisa directa para con Smith—. Mi madre era una gran mujer y lo digo aunque sospecho que no existe hijo capaz de decir lo contrario sobre la suya. Era una mujer dulce, diligente, de maneras exquisitas. Su nombre era Amelí. En realidad, Amelia lo era, la abreviación era mérito del cariño. ¿Sabe?, entre tanto que pensé, llegué a darme cuenta lo fácil que uno puede perder la noción del tiempo y hasta de uno mismo aquí dentro, supongo que en eso he llegado a entenderla. Ella quiso tomarse unas vacaciones de su martirio del mismo modo en que lo hace Jerry, pero nunca supo que los días se volverían semanas, luego meses y al final, el que sería el último año de su vida. Creo que lo que más hace que me cueste aceptarlo, es el hecho de saber sobre la profunda inteligencia que ella tenía; iba más allá de los lugares comunes que frecuenta la gente todavía más común y todo el tiempo me estaba enseñando cosas sin saberlo. Su intelecto llegó a ser tan profundo que casi nadie pudo volver a percibirlo. ¿Sabe qué significa? —Alex negó—. Después de siempre tener lo justo para decirme, de que luego, cuando le dejó de importar lo que estuviera sucediendo, conseguir que nunca se le pudiera escapar de su mente ni permitir que se pudiera escapar de la mía la idea, la afirmación contra viento y marea de que todo estaría bien. Aprendió a reservarse cada una de sus opiniones para sí misma. Y no estoy seguro, pero supongo que al final tuvo razón, todo estuvo bien, ¿verdad? Ella fue quien me enseñó a leer personas. Cuando entendiendo las consecuencias de sus palabras, solo tuvo silencio para mí, sin saberlo me dio el arma más poderosa para mi ‘destino’. Entienda que tal cosa me resulta un concepto arcaico, pero le estoy hablando a alguien que parece tenerlo muy vigente.

—¿A qué te refieres al decir: todo estuvo bien al final?

—Digo que de un modo u otro ambos nos libramos de nuestras cadenas y que los dos lo hicimos perdiendo de vista al otro. Ella escapando de la realidad, viajando tan profundo como su mente lo permitió y yo, esperando demasiado. Siempre supe lo que debía hacer, pero incluso los asesinos preferimos la luz.

—¿Qué significa eso? Por qué dices que te hice ver cuánto la extrañas... ¿preferirías no hacerlo?

—Significa que yo hubiera sido feliz de vivir manteniendo mis demonios a raya. Con el deseo de matar en la esencia de cada latido, pero sin llegar a darles jamás terreno en la realidad. ¿Sabe? En realidad, no es que yo prefiera olvidar a mi madre; me bastaría con no ver lo que eso es. ¿Lo entiende, Alex? Usted causó en mí la contradicción. Le dije muchas veces que no me gusta pensar en las posibilidades porque sé que lo que sucedió no se puede cambiar, pero la verdad es que prefiero no pensar en eso; si lo hago, sé que nuestras vidas podrían haber sido muy diferentes. ¿Se imagina cuánto pesa saber, que dado lo que fue, sin importar qué tan poco alentadora podría haber resultado, cualquier posibilidad hubiese sido mejor? Por más que quisiera perdonar a mi madre, sé que jamás podré hacerlo por completo. Ella solo debía tomar una maleta, a mí, el auto y conducir, sin importar dónde fuera. Había un mundo vestido de carreteras y posibilidades para nosotros. Solo debíamos ir tan lejos como se pudiera, pero fue incapaz. Ella prefirió quedarse y huir al único lugar donde yo nunca podría alcanzarla. Me abandonó como lo hace un niño con un juguete viejo y roto. Y a mí me resulta imposible no sentirme el desecho de su amor truncado. Ella jugó a cuidarme durante once años, como si yo fuera su muñeco preferido y un día se cansó de mí, de nuestro hogar, del que pudo ser nuestro futuro y se fue, solo así. «Hasta aquí llegué». Sin lugar para reproches.



#8270 en Thriller
#4712 en Misterio
#3227 en Suspenso

En el texto hay: asesinos

Editado: 29.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.