Jamie Truman: Historia de un asesino

Capítulo 23: La culpa de los inocentes

18/03/1.999 Sesión 18: 
 

—Llegó el momento de quitarles su cómoda máscara —dijo Jamie mirando el piso bajo sus pies—. Hoy no podrán correr para dejar su culpa detrás. Por más que pongan todo su esfuerzo en la tarea; sabrán que siempre caminará por delante... Que es imposible darle la espalda a algo como eso.

—¿Quiénes, Jamie? —cuestionó Alex consciente de que aquella sería otra sesión vertiginosa.

—¿Recuerda lo que le dije la última vez sobre los inocentes?

—Que llegaría el turno para hablar de ellos.

—Y que en ellos también habita la culpa... —prosiguió Jamie rascando con violencia su antebrazo derecho.

Alex no tardó en notar que había vuelto el acto reflejo de su paciente, así como algún recuerdo que lo incomodaba sobremanera.

—Jamie, por favor, necesito que te calmes o podrías hacerte daño.

—¿Más todavía? —preguntó él arqueando las cejas descreído—. Se preocupa demasiado Alex. Ya le dije que ahora no queda nada más que pueda hacerme daño.

—¿Qué significa eso?

—Significa que usted me importa y así también sus palabras. ¿Cómo explicarle, Alex? Desde la primera vez que lo dijo, supe que tenía toda la razón y que no debía permitir que alguien pudiera abusar de mí aquí, pero hasta hace muy poco no tenía cómo evitarlo. En verdad, yo quería que la resolución de ese conflicto fuera de otra manera. Un cajón de cubiertos que se
olvidaron sin llave ‘quizás’ y un quinto pervertido arrastrándose por el suelo. Tal vez hasta sujetándose de mi pantorrilla en un lastimoso pedido de piedad, mientras toda la sangre escapaba del corte en su cuello, pero no me quedó más remedio que conformarme. Él fue una de las únicas dos condiciones que pedí cuando negocié mi rendición con Ed.

Alex no dijo nada, solo podía pensar en un
nombre: Mark y si era que a él le pertenecía  la voz que oyó gritando a través del teléfono... ‘La pequeña situación en recepción’.

»Mark ya no trabaja aquí —prosiguió jamie para darle la razón al pensamiento de su psiquiatra—. Él ya no podrá abusar de nadie en mi situación... Le exigí a Ed usar sus influencias para que Mark no vuelva a estar cerca de alguien indefenso. Él no volverá a trabajar en ningún psiquiátrico o cárcel. Nadie lo contratará. Y eso es esperanzador. Conozco a los de su clase y sé que
él no podrá evitarlo, tarde o temprano volverá a hacerlo, pero, al menos, también sé que por fuera existe la posibilidad que de un modo u otro él lo pague. Si lo descubren será presa de los que fueran sus víctimas. Y tal vez así sea mejor. Puede que Él tenga escrito hacerlo pagar después de todo, solo que no de inmediato. —Jamie señaló el cielo más allá del techo.

—¿Otra vez el director a tus órdenes?

—¿Y de qué otro modo cree que podría estar Ed? —El muchacho dejó escapar  una sonrisa recatada y efímera—. No es gran cosa. Ed sabe que me queda un último as bajo la manga y no quiere que lo use, tan simple como eso. Su ideal no es otro que mantenerme entretenido con el psiquiatra de turno.

—Es así que ambos consiguen lo que quieren mientras yo sigo desorientado en medio de su juego, ¿cierto?

—No, Alex. No existe juego que pueda tener dos ganadores. De otro modo, ¿qué sentido tendría competir? Pero créame que eso no tiene ninguna importancia. Se está perdiendo el eje de la cuestión, hay algo más de lo quisiera hablarle.

—¿La culpa delos inocentes?

—Exacto. Verá, Alex... resulta demasiado sorprendente lo selectivas que pueden ser algunas personas, lo suficiente para con tal de guardar silencio perderse la oportunidad de al tenerme en frente emitir reclamo alguno o siquiera verme a los ojos una sola vez.

—¿Quiénes, Jamie?

—Las familias de los hombres que maté.

Alex solo observó a su paciente que, desde que ingresó al lugar, no se había alejado de la puerta cerrada a su espalda. Le resultaba extraño que él no se hubiera acercado a la ventana, el diván o a inspeccionar la biblioteca tras el escritorio como era su costumbre. Su acción fue tan obvia, que su psiquiatra no tardó en conjeturar la razón. En reconocer la intención detrás. De ese modo, valiéndose de su agudeza mental, Smith creyó interpretar que Jamie buscaba bloquear la puerta porque tal vez, era así como su paciente reconocía y denunciaba ante él el bozal que sabía Cross le había puesto.

—Jamie, ¿por qué no tomas asiento? —cuestionó Alex buscando confirmar su sospecha.

—¿Tiene algo en contra de que permanezca de pie aquí?

Alex negó con la cabeza.

—Solo me parece que estarías más cómodo sentado o recostado, pero si quieres quedarte ahí.

Jamie no respondió, se dirigió al diván mirando sus pies al caminar y al llegar, sin alzar la mirada antes o después de hacerlo, se sentó poniendo las manos juntas encima de sus piernas, también unidas entre sí. Su psiquiatra no tardó en interpretar su lenguaje corporal. Era claro que en ese momento su paciente se sentía muy vulnerable.

—¿Contento?

—¿Estás bien, Jamie? Te noto diferente.

—Estoy bien, muy bien de hecho. Es solo que hay cosas que debían hacerse, pero eso no significa que me enorgullezco de haberlas hecho.

—¿Cómo cuáles?

—¿Sabe, Alex? En el centro hay un lugar donde no importa quién seas ni la edad que tengas... Si tienes cien dólares, la habitación será tuya por una hora. Allí nadie pregunta, nadie ve y nadie dice.

—¿Era allí donde te veías con esos hombres?

—Sí y le digo más… Allí fue donde los vi con vida por última vez.

Su paciente sonrió inseguro cuando observaba el juego que llevaba adelante con sus propias manos, eliminando la transpiración de sus palmas.

»Para esas tres ocasiones especiales pagué por una hora extra y el tiempo sirvió para preparar todo. Oculté en la habitación la cámara con la que firmaría mi espectacular película y una cuchilla en el baño, detrás del retrete, para el gran final cuando estuvieran tomando un baño buscando deshacerse de mi perfume. ¿Sabe? Varias veces antes de matarlos, cuando ellos tomaban su baño en lo que era casi una rutina de amantes, yo tocaba sus prendas, les impregné mi olor enviando señales que nadie quiso ver o mejor dicho: “olisquear”, pero eso qué importancia tiene, ¿verdad? Después en aquellas tres ocasiones especiales hasta la hora pactada, pasé el tiempo sentado en la cama mirando la tv, aunque para ser más preciso, caricaturas era lo que veía. ¿Sabe, Alex? Eso me dijo algo que se había escapado incluso de mí mismo. Un detalle tan insignificante me dijo que: yo no era más que un niño obligado a madurar en un suspiro, pero sin olvidar jamás su anhelo por la inocencia perdida.



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En el texto hay: asesinos

Editado: 29.11.2020

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