Jamie Truman: Historia de un asesino

Capítulo 25: ¿Culpable?

Esa noche, Alex despertó cubierto de transpiración, perseguido por una pesadilla. Miró alrededor tratando de comprender dónde se encontraba, pero la absoluta oscuridad en su cuarto lo hizo imposible. No fue hasta segundos después, cuando trataba de recuperar el control de su respiración, que la consciencia del presente regresó a él.

Alex se levantó de la cama y, sin encender la luz, llegó hasta el baño, donde sí lo hizo. Se lavó el rostro con abundantes descargas de agua fría e incluso se permitió mirarse al espejo. Por más que el mundo viera en él a un hombre normal, común y afable, no podía dejar de ver la verdad tras sus propios ojos. Alguien más se ocultaba allí, alguien que parecía a la expectativa de verlo tratando de olvidar, de seguir adelante, para volver a la superficie. Entonces, la pregunta, esa que rondaba por su mente cada vez que se encontraba con su otro rostro, apareció. «¿Te reconoces?» No se atrevió a responder. Él se sabía culpable sin importar ninguna opinión externa, algo que tenía muy en cuenta desde que había sucedido el hecho. Una continua presión que lo había orillado al inevitable punto de inflexión.

Él salió del cuarto de baño sin apagar la luz y se guió por el pasillo casi en penumbras hasta llegar al comedor. El vislumbre de la iluminación callejera a través del ventanal le permitía ver lo contenido en el amplio ambiente. Todo, como siempre, estaba en órden, sin darle, aunque más no fuera, una momentánea distracción. El televisor permaneció apagado cuando Alex tomó asiento en el sillón que estaba frente al mismo, pero él de todas formas se le quedó viendo como si le estuviera presentando alguna típica programación vacía capaz de tenerlo hipnotizado, aunque no había nada más alejado de la realidad. Los recuerdos lo habían alcanzado y aunque no quería afrontarlos, solo le quedó aceptar que ya no quedaba dónde huir. Todo se sentía fresco, como si recién hubiera acontecido. Sin embargo, aunque Alex no lo quisiera así, aquel día del pasado se había vuelto demasiado vívido, ahora lo tenía atrapado.

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Los Ángeles
 

Alex dejó a su prometida en el salón de belleza, faltaba muy poco para la boda y ella no dejaba de investigar en busca de un estilista a la altura. Él no estaba muy conforme con eso, no era la primera vez que ella tenía alguna actitud que le hacía percibirla como una mujer demasiado superficial, pero como lo había hecho con muchas otras cosas que le resultaban igual de ásperas, Alex también guardó silencio. Él tenía sus preocupaciones enfocadas a trascender todo lo que le rodeaba y cada día le iba resultando más inadecuado para sí mismo. Su siguiente tarea ese día no era otra que recorrer la ciudad entregando su currículum en psiquiátricos. Su prometida pertenecía a una familia adinerada y acomodada, incluso con conexiones a nivel político. De hecho, ella le había dicho a Alex que solo necesitaba pedirlo a sus padres para que ellos movieran sus influencias y él pudiera trabajar en cualquier psiquiátrico que eligiera, pero Alex no era así y no lo aceptó. Su orgullo y amor propio eran siempre mayores a cualquier ventaja que fuera a presentarse. Aunque nunca se lo había dicho a ella, para Alex que la decisión de mudarse a la ciudad ya no se sintiera como un grave error, dependía de lo independiente y realizado que pudiera lograr ser allí por sus propios medios.
 


 

Se podría decir que en aquella fatídica mañana, Alex tenía demasiadas cosas en mente. Más de las convenientes para cualquiera que se encuentre tras un volante. Seguramente, de preguntárselo, él diría que fue solo un segundo y de hecho, así había sido. Alex bajó su mirada hacia los papeles en el asiento del acompañante y un segundo después, el impacto lo dejaba casi fuera de sí. Las calles de Los Ángeles eran un caos atestado de coches y de peatones en las aceras abarrotadas. Manejar era realmente complicado con tanto movimiento ruidoso y más con personas que no respetaban el tránsito y no tenían precaución al cruzar la avenida prácticamente esquivando automóviles, buscándose la muerte. Ese fue el caso de una joven, una que de repente yacía desvanecida en el asfalto frente al vehículo de Alex. A prisa, varias personas se acercaron al lugar, rodeando a la joven, impidiendo que Alex pudiera verla, así como a cualquier otra cosa que sucediera. A decir verdad, para cuando él tomó consciencia de lo que estaba aconteciendo, ya estaba sentado en la parte trasera de un patrullero policial. Quizás, puesto ahí para su propia seguridad ante las posibles y desconocidas reacciones de los testigos.
 


 

Alex pudo ver lo que sucedía solo cuando la policía logró cercar el lugar del hecho y alejar a los muchos curiosos. Un escalofrío le recorrió la espalda bajando desde su nuca. En el piso, la joven inmóvil tenía una prominente barriga que delataba un avanzado estado de embarazo. Alex suplicó en su mente que tanto ella como su bebé estuvieran bien y lejos de hacerlo por su propio bien jurídico, él lo hizo porque en verdad no podía soportar la idea del daño causado por su imprudencia. Minutos después, vio a sus esperanzas evaporarse por completo. Una ambulancia llegó, pero nada podía ya hacerse, los paramédicos se miraron y negaron con la cabeza entre ellos, no necesitaron decir una sola palabra para que todos los presentes entendieran la situación. Luego, la víctima fue subida a una camilla de trasporte donde terminó cubierta completamente por una sábana blanca. El mensaje era muy claro: habían muerto.
 


 

Durante los meses siguientes, Alex pasó por un proceso legal que no terminó de entender muy bien. Un proceso que terminó por dañar su vida y perjudicar su pareja. Al final, el juez había decidido que él era una persona productiva para la sociedad, alguien de bien, con estudios y lo exoneró de todo cargo. A nadie, excepto a Alex parecía importarle que su negligencia al volante había costado la vida de dos inocentes. Él lo intentó, pero poco a poco fue testigo de cómo su vida terminaba de derrumbarse. Alex ya no pudo soportar la idea de seguir en Los Ángeles y rompiendo su compromiso, concluyó buscar refugio en el exilio. Entonces, como un nuevo reciente en un inhóspito pueblo de Alaska, se encontró más solo e intranquilo que nunca. Haber escapado, haber cortando todo vínculo afectivo de su pasado, no había servido de nada. Aunque las pocas personas del lugar no pudiesen ser más amables y acogedoras para con él, su otro yo seguía oculto en su mirada. Presente ante el espejo y trayendo consigo algunas ideas tan perjudiciales como contundentes que lo acompañarían durante un largo tiempo.
 



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En el texto hay: asesinos

Editado: 29.11.2020

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