01/04/1999
Desde el último lunes habían transcurrido tres días en los que Alex no logró conciliar el sueño por más de unas pocas horas en las noches. Él seguía preguntándose acerca de su posible error. Como era de esperarse, desconocía la verdad
Esa noche estando en su apartamento de alquiler, cuando consiguió percatarse de lo que estaba sucediendo, se encontró agitando la hoja plateada de un cuchillo de caza que deseaba no tener que usar. Sus ojos estaban ausentes de la botella de cloroformo sobre la mesa auxiliar. En ese punto, él solo podía volver en sí entre momentos, cuando el reflejo le iluminaba las pupilas. Smith, contra todo posible pronóstico, había tomado una decisión determinante.
En la madrugada la seguridad del psiquiátrico resultó escasa. Alex consiguió entrar tras una breve conversación con el guardia. Smith, dentro de los parámetros de lo correcto, había establecido una relación bastante cordial con el sujeto que estaba siempre al exterior de la puerta principal y que en más de una ocasión, lo había dejado pasar utilizando su propia tarjeta de empleado cuando Betty no se encontraba en la recepción.
—¿Así que te dieron el turno noche? —preguntó Alex cuando el guardia pasaba su tarjeta por el sistema electrónico de seguridad.
—¿Dijo que se olvidó unas notas y eso será todo? —lo cuestionó con obvia desconfianza.
—Ni siquiera sabrán que estuve aquí. —Lo tranquilizó.
El abrió la puerta luego de asentir y Alex comenzó a andar el pasillo tratando de neutralizar el sonido de sus pasos. La enfermera en la recepción, la misma mujer delgada de cabello largo, lacio, oscuro y actitud desagradable que recordaba de la vez en que lo expulsó del lugar, dormitaba en su silla reclinada hacia atrás. Segura de que, como cada noche tranquila en el psiquiátrico, nada sucedería en aquel horario. Todo estaba en completo silencio.
Alex se acercó a ella empapando un pañuelo del líquido y lo puso sobre la nariz de la mujer hasta que ella dejó de resistirse, cayendo inconciente. Luego observó el tablero a su izquierda. Allí estaban todas las llaves del lugar. Identificar la necesaria no le significó mayor esfuerzo ya que no estaban señaladas por número, sino, por apellidos: ‘Truman/Springs’, decía la que correspondía a la celda de Jamie y jerry.
Alex observó el pasillo por encima de la barra, asegurándose que no hubiese nadie antes de salir de la recepción. Y luego caminó, paso tras paso, siendo víctima de las constantes embestidas de las dudas, mientras llegaba a la celda del muchacho.
Smith giró la llave sintiendo la adrenalina de romper todas las normas y leyes establecidas que él siempre había obedecido. Pero eso no podía detenerlo; dominando el miedo, proseguía en su tarea. De ser descubierto, como el dato más relevante: sabía que pasaría una extensa temporada en prisión.
Jamie no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Un temblor en el hombro lo había despertado y frente a él estaba su psiquiatra dedicándole una sonrisa.
—¿Creías que iba a abandonarte? —Le susurró cubriendo la mejilla del muchacho con su mano derecha
—Pero Alex, ¿qué hace aquí? —Quiso saber Jamie, incorporándose en la cama
—Vine a sacarte de aquí, Jamie. Ya está todo dispuesto. Compré ropa para ti y dos pasajes de avión a Alaska. Diría que el bono de Cross sirvió después de todo, ¿no crees?
—¿Y ningún momento se le ocurrió pensar que el primer lugar donde lo buscarán es el lugar del que vino?
—¿Qué se siente? —cuestionó Alex sonriendo con picardía.
—¿Qué se siente qué?
—Estar equivocado por primera vez. Yo dije que compré dos pasajes a Alaska, pero la verdad es que también alquilé un automóvil. Para cuando ellos sepan que estuve aquí y te ayudé a escapar, lo primero que harán será seguir mi cortina de humo. Para entonces nosotros ya estaremos en México abordando un avión a cualquier parte del mundo. Venga, vamos. Este no es el mejor lugar para explicarte los detalles.
—Si lo pone así, cualquiera se equivoca. Tampoco crea que rebosa inteligencia —ironizó jamie cuando ambos se aproximaban a la reja.
—Bien, no hay nadie —Alex el brazo de Jamie para guiarlo a la salida.
—¿Y la enfermera en recepción, qué?
—La puse a soñar con los angelitos. —Smith balanceó el frasco de cloroformo frente a los ojos del muchacho—. Y haré lo mismo con el guardia. Espera aquí; te haré señales cuando sea seguro salir —dijo sacando un cuaderno que traía contra su estómago debajo de su ropa.
Jamie asintió y se quedó contra al filo de la pared observando la situación. Estaba emocionado, porque aún si no sabía cómo lo había conseguido, igual sabía que estaba a unos cuantos pasos de su libertad...
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Eran las 9:30 de la mañana cuando el teléfono sobre la mesa de noche, sonando con desesperada insistencia, despertó a Alex. Él se apresuró a contestar mientras la sensación claustrofóbica de aquella pesadilla revelando su deseo más impronunciable, todavía lo invadía.
—¡Doctor! —exclamó Betty al otro lado de la línea—. Esto puede hacerme perder mi trabajo, pero debe venir urgente.
—¿Le sucedió algo a Jamie? —Alex, sin poder pensar en nadie más, sonó preocupado.
—Habló, nuestro muchacho habló —dijo Betty sin tardar en romper en llanto.
—Está bien, Betty. Necesita calmarse. Ahora mismo iré.
La ciudad atestada de coches solo hacía más estresante el viaje de Alex. Sabía que por más que le pidiera darse prisa, el taxista no lo haría porque era prácticamente imposible circular. De igual modo, sin más que hacer, intentaba analizar en su mente la reacción de la mujer. Le resultaba extraña su precipitación al llanto siendo que jamie solo había dicho lo que todos estaban esperando.
Editado: 29.11.2020