Jamie Truman: Historia de un asesino

Capítulo 30: Adiós Jamie

02/04/1999 
 


Esa noche, Jamie pasó mucho tiempo junto a la ventana de su celda contemplando la luna. Quién sabe los miles de pensamientos que pudieron pasar por su mente. El viento que anunciaba la próxima muerte, comenzó a dibujar un clima enrarecido en el exterior, elevando oleadas de tierra y agitando el árbol muerto hace tanto, para luego, llegar hasta él en fuertes y sonoras ráfagas que retumbaron en sus oídos.

El muchacho no pareció inmutarse, siquiera parecía apenas notar el suceso. Luego, Jamie giró su rostro para ver a su compañero Jerry. Él estaba tendido en su cama mirando el techo como siempre. Parecía que Jerry tampoco podía dormir. Podría ser que, en lo que sería imposible asegurar, Jerry, a pesar de su abstracción de la realidad, igual sabía algo.

Jamie se acercó a él y acomodó su cuerpo de lado en la cama. Acto seguido se acostó a su lado. Tomó la mano del hombre ausente que había cuidado por tanto tiempo y la colocó encima de su mejilla para después poner su propia mano encima de la suya. No hubo palabras. Ya no tenía sentido decirlas, pero de todos modos con esa simple acción supo comunicarle que necesitaba su caricia. Que quizás, su manera silenciosa de decirlo, debía alcanzar para hacerle saber que él era una de las personas que más le dolía abandonar.

Solo una lágrima logró escapar; aunque Jamie se había prometido a sí mismo no llorar, ver el impasible rostro junto al suyo y el tener que pensar en qué sería de él, quién iba a cuidarlo ahora que él no podría hacerlo más, se lo hizo imposible.

Jamie nunca supo cuánto fue el tiempo que pasó viendo a su compañero con todas esas cuestiones en mente y aún si se resistió, de todas formas no evitó quedarse dormido.

En la mañana el sonido de la llave girando en la cerradura lo despertó. Cross, acompañado de los guardias que iban a transportar al muchacho hasta el lugar de la ejecución, estaban allí.

—Llegó la hora muchacho —dijo Cross sin mirarlo a los ojos en su intento de ocultar el enrojecimiento que traían los suyos.

La anterior fue una noche que le prohibió dormir al director. El tal vez nunca dejaría de culparse por fallar en la que creyó su misión.

Jamie no respondió. Solo sonrió indicando quizás, que estaba de acuerdo. Que como lo había dicho: ese era un desenlace que él realmente anhelaba. Abandonó la cama y de pie frente a ellos, extendió sus brazos para ser esposado. Uno de los tres guardias dio un paso adelante y le colocó las esposas. Otro de ellos avanzó para colocarle los grilletes en los tobillos, pero no lo hizo. Cross detrás del sujeto arrodillado, puso su mano encima de su hombro para impedirlo: —Por favor, que no se haga un espectáculo de esto. Eso no es necesario porque él no intentará escapar. Me hago responsable —declaró evocando algo de cordura.

El guardia viró a su derecha buscando la orden de su superior. Este asintió y él se incorporó sin colocar los grilletes. Pronto un guardia a cada lado sujetó un brazo del muchacho y comenzaron a andar el pasillo seguidos detrás por el director y el superior a cargo. Jamie irguió su frente en alto así como también sonrió. No había sentimientos de culpa ni nada similar en él. Su raciocinio distorsionado lo tenía demasiado convencido de lo correcto en sus anteriores acciones apesar de que esas mismas hubieran causado el hecho ulterior: su punto final.

Fue al girar llegando a la recepción que Jamie perdió aquello de vista y se enserio. Betty, a un lado de la barra se cubría el rostro con una mano mientras se reprimía, pero pronto arrojó al olvido las posibles consecuencias. Ella se abalanzó sobre Jamie para despedirse rompiendo en llanto.

—¿Qué has hecho Jay, qué has hecho? —interrogó, pero él no respondió.

Jamie miró al guardia a su derecha y le señaló a la mujer con un gesto de su cabeza pidiéndole quitarla de su camino. El hombre entendió el mensaje y lo hizo para que pudieran seguir viaje. Poco después, llegando a la puerta principal, Jamie se detuvo: —Un momento, por favor —pidió girando a ver a Cross—, ¿vino?

El muchacho realmente esperaba que como Alex se lo había prometido, lo acompañara hasta en aquel momento final. Cross no pronunció palabra, ni siquiera levantó la mirada. No sabía cómo decírselo y eligió la simpleza cruel. «No», informó el moviendo de su cabeza en negación. Jamie asintió respirando profundo: »Quizá eso sea lo mejor después de todo —concluyó volviendo la vista al frente para continuar antes de obligarlos a detenerse por segunda y última vez—. ¡Un minuto, por favor!

Él lo dijo como si en verdad hubiese recordado lo más importante que le restaba por hacer en su corta vida. Aún le quedaba un cometido por delante. Giró su cabeza buscando a Betty y le sonrió con ternura. Tal vez intentando convencer a la devastada enfermera de que no había razón para aquel recelo. Para aquel dolor.

»Tenia la sospecha de que él podría arrepentirse y no venir. Bajo mi almohada dejé una nota para Alex. Por favor, asegúrate de que él la reciba, Betty. —Ella solo asintió ante la prisa de los guardias obligando a Jamie a seguir. A enfrentar su destino—. Así debía ser —murmuró a centímetros de las puertas principales.

———————
 


 

No muy lejos de allí, Alex intentaba refugiar la cabeza en medio de sus brazos abrazando sus piernas. La pared a la que, sentado en el piso le daba la espalda, tenía una grieta sobre el yeso. La rabia e impotencia de saber que Cross tuvo razón y que Jamie lo había engañado haciendo de él su salida, causó el puñetazo por lo que le sucedería a su paciente y él creía una absoluta injusticia. No podía aceptar que por su descuido, alguien más tenía que morir.
 


—¡Maldita sea! —repetía con ira.

Él sabía que era un hecho. Que más allá de su opinión y de que se negara a aceptarlo, de todas formas sucedería.



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En el texto hay: asesinos

Editado: 29.11.2020

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