Al abrir los ojos sólo se pudo quedar mirando fijamente el techo. Parpadeó varias veces, pero el hilo de sus pensamientos tardó en llegar a él. Se sentía lento y como si hubiera dormido durante mucho tiempo. Despegó los labios con algo de esfuerzo y cogió aire. Respiró profundamente y soltó el aire lentamente. En sus pensamientos, lo primero que vio fue su piano eléctrico. Estaba delicadamente bañado por los rayos del sol que entraban por el ventanal del salón. Tenía ganas de tocar. Aquel día debería probar una canción nueva. Su madre se quejaba continuamente de que, a pesar de que tocaba muy bien, tocaba siempre lo mismo.
Entonces miró a su alrededor y pensó que el lugar en el que se encontraba parecía la habitación de un hospital. Frunció el entrecejo y se incorporó lentamente. Se mareó un poco y notó una tirantez en el bajo vientre. Se miró un momento, pero como llevaba una bata de hospital y no podía ver de qué se trataba, se distrajo enseguida de aquella tirantez y miró a su alrededor. En algún momento parecía haber estado monitorizado, pero ya no. En su mano derecha tenía un algodón con cinta adhesiva. ¿Qué diablos le habían hecho?
Se volvió y colgó las piernas de la camilla hasta llegar al suelo, frío, de pie. Entonces volvió a notar aquella tirantez e incluso dolor. Se subió la bata y descubrió una cicatriz un par de dedos más abajo que el ombligo.
De repente se abrió la puerta y entró lo que parecía ser un médico de mediana edad. Cerró la puerta tras de sí y le sonrió de una forma que a Rick se le antojó artificial.
—Veo que por fin ha despertado, señor Anderson.
Rick se quedó unos instantes pensando. Se seguía sintiendo un poco lento. Dejó caer la bata para que el médico dejara de ver de forma tan voluntaria sus partes íntimas e intentó recordar si su madre lo había tenido que acompañar al hospital para hacerle alguna prueba.
—¿Mi madre está fuera esperando?—preguntó.
El médico sonrió de aquella forma con condescendencia y bajó la mirada.
—No, ella no está aquí.
Rick volvió a fruncir el ceño. ¿Cómo iba a estar solo en el hospital con lo aprensiva que era su madre con él?
—¿Qué me han hecho?
—Una sencilla prueba. Nada importante. Está todo perfecto.
—Ya, claro. Pero el problema es que no se porqué estoy aquí. No recuerdo haber llegado por mi propio pie.
El médico se quedó mirándolo con la sonrisa inmóvil en su cara, sin responder. Rick lo miraba paciente, pero ceñudo.
—Verá, señor Anderson—empezó—Hay una serie de procedimientos que se tienen que llevar a cabo con usted en los próximos meses y debe tener presente que en todo momento se tendrá muy en cuenta su bienestar. Estará tan bien cuidado que no querrá marcharse nunca. Ahora vístase, le esperará fuera un compañero.
—Er... espere...
Pero el doctor salió de allí y Rick se quedó sin respuestas. Se enfadó. No sabía dónde estaba ni porqué, ni lo que le habían hecho, ni lo que eran esos procedimientos que querían hacerle sin haber pedido consentimiento a nadie. Se miró de nuevo la herida del vientre y se dio cuenta de que no era especialmente reciente. Tendría tal vez unos días o una semana. ¿Qué diablos estaba pasando allí? ¿Habría tenido algún accidente de coche y no recordaba nada? ¿Y si su madre estaba mal? Decidió vestirse cuanto antes y salir de aquella habitación. Entonces podría mirar de averiguar en cuál de los hospitales de la ciudad estaba y qué había pasado. Se puso una sosa camiseta de algodón color verde salvia y unos pantalones largos del mismo color. Cuando salió encontró a un hombre alto y fornido, armado, esperándole con cara de pocos amigos.
—Sígueme—le ordenó con una poderosa voz.
Rick se quedó unos instantes mirándolo sorprendido, pero decidió seguirlo sin rechistar porque parecía peligroso. Y lo sintió. Por primera vez sintió miedo. Había despertado no sabía dónde y ahora seguiría sin saberlo. Por que no iba a andar preguntándole a un hombre armado.
—...se tendrá muy en cuenta su bienestar—le había dicho el médico. Tenía que arriesgarse.
—Disculpe. ¿Sería tan amable de decirme dónde estoy?
—No.
Rick miró a su alrededor, pero todo era igual de monótono que lo que dejaban atrás.
—Y... ¿A dónde me lleva?
—A su habitación.
Bien, por fin sabía algo. Tal vez era que lo estaban vigilando porque había cometido alguna locura. Pero a pesar de tener veinticinco años, él nunca había hecho grandes locuras. Ni en plena adolescencia.
De repente le llamó la atención el hecho de haber llegado a un amplio vestíbulo iluminado en el que había un gran vaivén de gente, mayoritariamente joven. Todos iban vestidos del mismo color que él, lo cual no le cuadró demasiado para un hospital. Se fijó en los grandes carteles holográficos que había por todas partes recordando a los habitantes de aquél lugar lo afortunados que eran por estar allí. Rick volvió a fruncir el ceño. Aquello le parecía demasiado idílico. Y futurístico.
—No te distraigas. Ya vendrás aquí cuando quieras—le recordó la voz del hombre armado.
Lo miró con algo de fastidio pero lo siguió sin rechistar. Se fueron a través de muchas estancias y pasillos, pero seguía habiendo un ir y venir de gente que no había en los sosos pasillos del hospital. O lo que fuera. Cuando Rick se fijó en un cartel en el techo que ponía "Residencia hombres". Fueron hasta la habitación número dieciséis y el hombre se sacó una tarjeta que pasó por la pantalla que había en la puerta. "Richard Anderson, 25 años, no g., prioridad 1".
—¿Qué significa eso?
El hombre lo miró desde su altura, ceñudo.
—Lo de no g y la prioridad...
—Guarda bien esta tarjeta, sin ella podrías no poder entrar. Aunque siendo un p1 no creo que tengas muchos problemas.
Y dicho esto, se marchó sin decir nada más. Rick se quedó observándolo hasta que se perdió en los pasillos. Miró la tarjeta y vio que ponía lo mismo que en la pantalla, pero seguía sin entenderlo. Miró a su alrededor y vio como otro chico tocaba la puerta con la tarjeta, esta se abría como en el caso de la de Rick, entraba y cerraba. Se volvió hacia la puerta entornada y la empujó con la mano. Se trataba de una pequeña habitación en la que sólo había una cama, un pupitre y una cajonera grande. La pared del fondo era una pantalla en la que en aquel momento sólo se veía el cielo azul con alguna nube. Suspiró y cerró la puerta. Dejó la tarjeta encima del pupitre y cogió el pequeño aparatito que había allí. Sólo aparecía un más y un menos en la pantalla táctil. Rick le dio al más y la pared del fondo se convirtió en un hermoso atardecer. Le volvió a dar al más y entonces fue un relajante cielo estrellado. Rick bajó la mirada y dejó el aparatito encima del pupitre de nuevo. Se echó en la cama, que se le antojó muy cómoda y cerró los ojos. Sintió un pequeño pinchazo de dolor donde debía de estar la cicatriz, pero no parecía ser eso lo que le doliera. Era un dolor que no había experimentado nunca y le parecía molesto. Tal como había aparecido desapareció y se quedó pensando en lo que le estaba pasando. Tal vez despertaría de nuevo en su habitación, con Cooper dormido con él en la cama. Y vendrían a buscarlo Nick y George para ir a clase de música más pronto de lo esperado. Y él por fin podría ponerse de nuevo en las manos algún instrumento y tocar alguna canción de Michael Jackson, Queen o incluso Donkeyboy. Le vino a la cabeza I want to break free y así fue como se quedó dormido.