Jane

Capítulo 3

Quince días después, en el mismo comedor, rodeado de gente, se veían las cosas algo diferentes. Para empezar llevaba como en una nube desde entonces. Suponía que los ansiolíticos lo tenían suficientemente calmado, pero no por ello mejor. Se sentía hundido.

En las dos últimas semanas había intentado establecer conversación con los demás hombres de su residencia en varias ocasiones, pero no lo había conseguido. Todos le miraban con temor, y poco después consiguió que le dijeran que era por aquello de ser un p1. Nadie conocía a nadie más allí que lo fuera, y empezaba a pensar que tal vez era el único. Y lo peor de todo era que no sabía porqué y qué implicaba serlo. Hasta que se dio cuenta de que sólo él comía según qué con regularidad y podía pedir comida a todas horas si quería. O que era el único que si quería no hacía falta que se apuntara a las clases. Lo cual resultaba una ventaja... y una desventaja. Podía hacer lo que quisiera mientras los demás estaban en clase, pero como no tenía a nadie, se aburría mucho. Había estado buscando alguna sala de música, pero si la había, él aún no la había encontrado. También podía ir a la hora que quisiera a la biblioteca, pero como no estudiaba, no le servía de mucho.

Sólo los dos últimos días había observado que había un chico que lo miraba de lejos, pero ni siquiera se preguntaba si lo estaba vigilando o no. No le importaba.

Y aquella mañana se había despertado especialmente nostálgico. Iba recordando la mañana del día que se lo habían llevado de su casa. Aquella mañana habían ido a buscarlo como siempre Nick y George para ir un rato a tocar en el garaje de casa del último, y habían estado riéndose de una broma que le habían gastado a Nick en el juego de rol en el que estaba. Al llegar por la tarde a su casa, Rick había comprobado que su padre ya había vuelto de trabajar. Entró en la casa y vio que estaba todo revuelto. Cooper estaba inconsciente, o lo que fuera, en el suelo de la cocina. Recordaba haberse acercado al Golden y arrodillarse a su lado, cuando vio a su madre amordazada en el suelo y a su padre con las manos atadas a la espalda, delante de un hombre con pasamontañas. Había pensado que eran ladrones. Le golpearon en la cabeza, pero no se desmayó enseguida. Su padre gritó algo que no recordaba... Y lo siguiente era la habitación del hospital, ciento cincuenta años después. Incomprensible.

Le dio otra vuelta a la taza de café frío que tenía delante. Se sentía triste y solo como no se había sentido nunca. Su madre jamás había dejado que se sintiera mal por nada que no fuera lo necesario para aprender y ser un hombre. Para todo lo demás, quería verlo todo con un toque de humor y optimismo. Siempre estaba ahí para lo que él necesitaba y había sido su mejor amiga... Junto a Nick y George. Su padre era otra cosa. Él siempre había pretendido que Rick fuera más recto que un soldado, y a eso su madre no le discutía en nada a pesar de diferir tanto con su criterio. Entonces se preguntaba porqué él había actuado así.

—¿Señor Anderson?—preguntó alguien.

Rick se incorporó en la silla lentamente y miró a su interlocutor. Era el director.

—Sígueme—le pidió.

Una semana antes, le habría discutido. En aquel momento, no. Dejó el café y se fue tras él.

Lo llevó por varios pasillos hasta su despacho. Aquella parte del edificio era claramente diferente de las modestas residencias. El despacho no era muy grande, pero sí luminoso y de buen gusto. El director se sentó detrás de su escritorio.

—Siéntate, por favor—le dijo.

El chico obedeció. Oyó que el hombre suspiraba.

—Algo no va bien—dijo.

El chico se quedó mirando al suelo.

—Has bajado de peso desde que despertaste, y no es conveniente que pase eso. No te relacionas... ¿Qué pasa?

Rick levantó la mirada como si le pesaran los ojos.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?—preguntó el hombre, deteniéndose en el verbo poder, dándole énfasis, como recordando a Rick lo que le había dicho semanas atrás: que se cuidara de pedirle lo que no debía.

Rick se encogió de hombros.

—Aquí no hay sala de música.

—No. Fíjate que nunca hemos tenido ningún residente que la pidiera o necesitara. Tal vez, si todo va bien contigo, la instalemos.

Rick miró al hombre con interés.

—¿Y no podría...? No sé, grabarme algún cd, o algún mp...

El hombre frunció el ceño.

—Eso es...—iba a decir, burlón, pero se contuvo—Tenemos cosillas más... modernas. Hay un dispositivo que... ¿cómo explicarle? Es un aparatito muy pequeño que trabaja en línea y ahí puede encontrar la música que guste.

Rick se inclinó hacia adelante en su silla.

—¿Todo tipo de música?

El hombre dudó un momento.

—Bueno, habrá que mirar si la hay... de su... contemporaneidad. Sí. Lo miraremos. Si eso puede animarlo...

Rick sonrió y bajó la mirada de nuevo. Se sentía estúpido. ¿Por qué sonreía a aquél hombre? El mismo que...

—Creo que tal vez podríamos ver qué tal le va... sin tanta medicación. Y debería comer más.

Rick volvió a mirarlo un momento, y quería decirle algo, pero no se le ocurría qué. Tal vez lo mejor era discutirle... Pero no le apetecía...

Salió de allí, y aquella misma tarde lo llamaron a la sala de informática, donde le explicaron cómo funcionaba la plataforma de música y cómo escoger canciones. Le ayudaron a buscar las que él quería. Costó, porque eran antiguas ya en el 2018, pero Rick salió de allí más que satisfecho.

A medio camino se puso el aparato en marcha y descubrió que los auriculares que le habían dado, a pesar de ser diminutos, sonaban genial. Se puso lo que más deseaba en aquél momento, Heaven is a place on earth, de Belinda Carlisle, y se fue lo que le quedaba de trayecto hasta su habitación bailando al ritmo de la canción. Le daba igual que todos los que ya le temían ahora creyeran que era un consentido y un loco. Él quiso, necesitaba, olvidarse del mundo, y escuchar música hasta dormirse. Llegó a su habitación sin darse cuenta de que el chico rubio que llevaba días observándolo estaba delante de la puerta de su habitación. Rick entró y cerró y siguió bailando la canción como si no hubiera un mañana. Sintió la púa en su mano derecha y el mástil de la guitarra en la otra, el ligero peso del bajo y se imaginó a Nick en la batería y George y él cantando. El garaje olía a restos de combustible del coche del padre de George y a las empanadillas que su madre hacía arriba para que los chicos cenaran en la habitación del chico mientras veían alguna serie freaky.




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