Era por la tarde. Había quedado aquella noche para salir con Nick y George. Irían a cenar a un japonés que acababa de abrir con temática de Dragon Ball. Luego seguramente terminarían en algún pub de moda o algún bar en el que tocaran buena música en directo. Porque lo de ir de discotecas y emborracharse no les gustaba a ninguno de los tres. Si intentarían ligar o no... bueno, dependería del ambiente y de muchas cosas más. Pero no era esa la intención de la salida. Y normalmente ninguno se iba antes a casa con compañía femenina. Y menos Nick. George y él sospechaban que era gay, pero nunca había querido decir nada ni confirmarlo, y ellos no lo presionarían.
Salió de la ducha y descubrió que se había olvidado la ropa en la habitación. Se secó bien y se anudó la toalla a la cintura. Salió y se encaminó hacia la escalera cuando se cruzó con su madre, que estaba en el salón.
—¡Tío bueno!—le gritó ella, bromista.
Él posó, divertido, en la entrada del salón y se rieron juntos.
—Anda, que me he dejado la ropa en la habitación.
Entonces sonó un mensaje en el móvil de su madre.
—Míralo—le pidió esta, pues el móvil estaba en un mueble a la derecha de la entrada del salón y le quedaba más cerca a él. Echó un vistazo y vio que era publicidad.
—No es nadie...—le dijo, pero se había tenido que agachar un poco para ver y se le había aflojado la toalla. Se le empezó a caer y le dio el tiempo justo para evitar que su madre viera ciertas partes. Pero ella corrió para alcanzarlo y le dio un fuerte cachete en el trasero desnudo.
—¡Au, mamá...!—se quejó el chico, entre enfadado, dolorido y divertido.
—Chico, ¿cómo no tienes novia? Estás para mojar pan, con lo que sales a correr...
—Bueno, pues no... No conozco a nadie, ¿qué se le va a hacer?
—Más tontas son ellas. Pero mira qué desperdicio...
—Anda, mamá...
Pero los comentarios de su madre le daban vergüenza y gracia a partes iguales.
—Pero bueno, ya tienes veinticinco tacos. A ver, eres joven, pero, ¿cuándo me darás algún nietecito?
Él la miró con ojos como platos.
—Pero, ¿serás descarada?
—Pues claro, para eso soy tu madre.
—Ya tendré tiempo para eso.
Se quedaron un momento mirándose y Rick aprovechó para atarse de nuevo la toalla a la cintura.
—Pero... creo que nunca hemos hablado de eso—le dijo su madre—¿Te apetece? Es decir, no sé si te gustan los críos.
—Por supuesto que sí—contestó él con una sonrisa—Claro, algún día me gustaría tener.
Su madre lo miró con ternura, pero esas expresiones no duraban mucho en una mujer como ella.
—Venga, corre a vestirte o tus amigos te pillarán en pelotas.
Se rieron los dos.
Hacía rato que sabía que estaba despierto, pero no quería abrir los ojos. Quería seguir allí, delante de su madre burlándose de él, o haciéndole comentarios incómodos. Daba igual, porque al menos cuando hacía eso estaba con él. Pero el dolor de barriga y el hambre que tenía le recordaban que su realidad era otra. Abrió los ojos y se tocó en la zona que le dolía. Lo sintió muy duro y se arrepintió enseguida de no habérselo comentado al médico, McNeal. Pero no había valido la pena, a él no. ¿Tendrían médicos allí donde estaba ahora? Se levantó y sintió una oleada de náuseas. Se colocó una mano en la boca previsoramente y en aquel momento tocaron a la puerta.
—Adelante—dijo como pudo.
Entró Vivian y cerró la puerta. Lo miró.
—¿Estás bien?
—Me duele la barriga y voy a echar...
Se calló y respiró hondo.
—Puede que sea porque tienes hambre. No te conviene pasar hambre porque sientes esas cosas. Te dejé la comida aquí pero estabas dormido, no sé como estará.
Rick miró donde le señalaba Vivian, encima del pupitre y vio una bandeja con un plato de pollo con arroz y algo más que estaba tapado. No se lo pensó, cogió el plato y se puso a comer. Estaba frío, pero le sentó bien enseguida.
—Come despacio—le pidió la chica.
Él la miró. Tenía los ojos un poco enrojecidos y llevaba el negro cabello recogido en una coleta mal hecha. Se había quitado todo el equipo e iba con ropa negra. Parecía muy menuda. Se dio cuenta de que él la miraba y prefirió no haberlo pillado. Sabía que él no estaría para nada, pero ella no había podido evitar fijarse en él desde que se lo presentó Allan.
—Quieren... Bueno, la cosa es que deberíamos reunirnos y hablar de qué hacer contigo. Arnie ha dicho de esperar, pero se que en el fondo tiene ganas de echarte el guante.
Rick se quedó mirándola de nuevo, masticando.
—¿Arnie?
—El jefe. Es el hombre que has conocido antes.
Claro, el que a él le había recordado a Harrison Ford de joven. Asintió.
—¿Y por qué quiere echarme el guante?
—Bueno... imagino que Allan te dijo que para nosotros también eres importante.
Rick no dijo nada a aquello. Lo sabía. Y por otro lado, tal vez el tal Arnie podría contarle más que Baltimore y Allan juntos. O eso esperaba. Apuró el plato y se terminó lo que quedaba en la bandeja.
—Vamos.
—¿Estás seguro?
—Sí, estoy bien. Cuanto antes, mejor. Vamos.
Cuando salieron al pasillo olía diferente. Como si hubieran estado limpiando y había quedado un leve aroma en el aire de limpiacristales, suavizante para la ropa y fregasuelos floral. No había nadie, como cuando habían subido. Bajaron y llegaron a la oficina. La gente lo miró de una manera más disimulada y algunos lo saludaron, como si al llegar él no hubiera quedado fatal gritándole a su jefe. Este se encontraba ante una pantalla holográfica gigante y parecía tener un mapa de la ciudad.
—Aquí estamos, Arnie—se anunció Vivian.
Arnie se volvió hacia ellos y sonrió.
—Espero que te encuentres mejor—dijo.
—Sí... lo siento—dijo Rick, algo avergonzado.
—Ni lo menciones—Arnie hizo un ademán para quitarle importancia—Esperad un momento. Termino con esto y vamos a lo vuestro.