Estaba empezando a anochecer cuando llegaron a una pequeña entrada. Sólo se trataba de un cartel gigante que anunciaba que estaban en la entrada oeste de Pacific, pero al llegar a su altura apareció una mujer muy bien vestida. Rick pudo ver que se trataba de un holograma, y paró algo sorprendido.
—Buenas tardes. Bienvenidos a Pacific City, se encuentran en la entrada oeste de la ciudad—saludó con una sonrisa un tanto artificial.
—Hola...—dijo Rick.
—Tienes que presentarte—intervino Vivian.
—Dígame su nombre, por favor—le pidió la mujer, amablemente.
—Richard Anderson—dijo Rick con automatismo.
—Vivian Carter.
El chico la miró, porque no sabía que era ese su apellido. Se volvió de nuevo hacia el holograma, que había mudado la expresión, y estaba seria, pero volvió a sonreír enseguida.
—Por favor, señor Anderson, se le ruega que acuda cuanto antes a la sede principal del gobierno de Pacific City, ¿necesita usted mapa?
—No—contestó Vivian antes de que pudiera decir él nada.
Rick la miró, interrogante.
—Te da un mapa en el caso de necesitarlo—dijo, con un gesto vago—Por favor, Cindy, dile al Señor Presidente que en unos instantes estamos donde pides.
—De acuerdo, señorita Carter—dijo el holograma, y desapareció.
Rick volvió a mirar a Vivian.
—¿Sabes a dónde tengo que ir?
—Por supuesto, te ha pedido que vayas a... ¿cómo te lo diría?
—¿La Casa Blanca?
Vivian lo miró sin comprender.
—Es la sede del gobierno, donde vive el presidente, dirige el país... se hacen muchas cosas, es un edificio muy grande, tú sigue adelante.
Rick sacudió la cabeza y emprendió la marcha. Se adentraron en una avenida llena de casas cada vez más cercanas entre ellas, hasta que empezaron a ser edificios y luego rascacielos, hasta que Rick se vio dentro de una metrópolis. Había carteles holográficos, pantallas y luces por todo. Había mucha gente, variopinta, más corriente, menos vistosa, pero mucha gente. La mayoría se volvían para mirar un coche como aquel, porque todos los que había allí eran modelos muy futurísticos, algunos incluso no tocaban el suelo, otros pasaban como bólidos por su lado y unos metros más adelante se internaban entre los rascacielos a varios metros del altura.
—¡Para!—le gritó Vivian, porque casi choca con el coche de delante.
—Es que...—dijo Rick—Me he distraído, esto es...
—Sí, sé que impresiona la primera vez, pero debemos llegar vivos, ¿vale?
Rick intentó centrarse, pero le costaba mucho. Aquello le recordaba mucho a Nueva York, que había ido varias veces con sus padres cuando vivía con ellos, sobretodo para ir de compras o salir un poco. Pero había algo que era infinitamente diferente y no sabía qué.
Oyó de fondo que Vivian le decía algo, pero estaba tan entretenido mirando, que no reaccionó hasta que ella manejó el volante encima de su mano, y él regresó. Vio que habían llegado a una entrada trasera, y frenó. Había un nutrido grupo de gente que parecía estar esperándoles.
—Es la entrada trasera de la sede del gobierno—le dijo Vivian, claramente nerviosa—Es más privado que la principal, debemos bajar.
Dicho esto, la chica salió y se acercó enseguida alguien a saludarla, pero Rick no prestó atención. Apagó el motor y salió también. No hizo caso a nadie, que vio que lo miraban con interés, y se dirigió a la puerta de atrás, se puso el marsupio, tomándose todo el tiempo del mundo, e instaló en él a Jane, que estaba atenta a lo que pasaba. Sólo cuando la tuvo asegurada en su pecho cerró la puerta y miró a su alrededor. Vio que en la escalera que tenía delante del coche lo esperaba Arnie, vestido con uniforme de oficial o algo así, y le sonreía. Rick se acercó a él con una sonrisa y vio que el hombre le alargaba una mano. Se la estrechó, pero Arnie lo atrajo hacia sí, y lo abrazó brevemente.
—No sabes cuánto me alegro de veros aquí, muchacho—le dijo, algo emocionado.
—Ha sido complicado, pero aquí estamos.
Él asintió. Y vio que había un hombre muy elegante, alto y de cabello más bien blanco que se acercaba a ellos bajando los escalones tranquilamente. Iba seguido de lo que parecían dos guardaespaldas.
—Agente Carter...—dijo.
Vivian vaciló unos instantes, pero adoptó la postura de saludo militar.
—Señor Presidente.
—Muy buen trabajo, agente. Enhorabuena.
Rick se quedó mirando a la chica. Agente. Era una agente, supuso que de la policía. ¿Y no le había dicho nada? No lo habría mencionado... Pero no. Ese no era el problema. Rick sintió calor y que le latía muy fuerte el corazón. ¿Por qué había hecho eso la chica? Pero tuvo que apartar esos pensamientos de su cabeza, porque el Señor Presidente se estaba acercando a él.
—Soy Severus Reynolds, el presidente de Pacific City. Bienvenido a nuestra ciudad, señor Anderson—lo saludó con una bondadosa sonrisa.
Rick se quedó un momento mirándolo. Empezaba a sentirse un poco agobiado. Miró un segundo a Vivian, que había relajado la postura y miraba al suelo, y luego al presidente, que esperaba pacientemente su respuesta.
—Es un placer...—dijo, y sin pensarlo se llevó los brazos al marsupio, como queriendo proteger a la niña.
—Puede estar tranquilo, señor Anderson, nadie apartará a la niña de usted. Mañana, o pasado, habrá tiempo de sobra para exámenes médico, conversaciones...
—Explicaciones—intervino él, más serio de lo que pretendía. Arnie le echó una mirada, breve, pero apartó la vista enseguida.
—Lo que desee. Ahora es imperativo que descanse. Su... benefactor ha hecho preparar para usted un piso totalmente equipado. Mis agentes le acompañarán y como digo, cuando usted lo desee, estaré a su disposición.
Rick no podía creer lo que estaba escuchando.
—Benef...¿qué? ¿No es usted quien mandó sacarme de Shadow?
Reynolds miró un momento a Arnie.