No había transcurrido aún aquella media hora. No habían pasado ni quince minutos, y Rick miró por el retrovisor. Se le encogió el corazón al ver, de lejos, como se iba haciendo más pequeña la ciudad, con sus rascacielos, coches voladores, etc. Para Rick, actualmente, significaba lo mejor que le había pasado desde que había despertado. Había sido feliz y le habían pasado cosas buenas, como reencontrarse con sus padres. Y la estaba abandonando. Se estaba yendo, y cada célula de su cuerpo gritaba porque volviera. No se le había perdido nada fuera de Pacific. Y mucho menos para volver a una ciudad de la que le había costado tanto salir. Donde ya no había nada, ni nadie, que pudiera volver a ayudarlo a salir. No quería ir allí bajo ningún concepto. Pero sabía que si no iba, siempre habría una sombra cerniéndose sobre sus cabezas. No dejarían a la niña y una ciudad frágil como Pacific podría sufrir, miles de inocentes, sólo porque Rick quería a su niña. Aceleró y se puso las gafas de sol, miró hacia adelante para evitar volver a mirar atrás, a la ciudad que, unos kilómetros más adelante, se perdió definitivamente de vista.
Vivian se agarró a la barra de la cocina, ligeramente mareada.
—Es una orden—añadió, pocos segundos después Rick en la grabación.
—¿Una orden? ¿Una orden?—gritó Vivian, enfadada—Ya te daré a ti orden, gilipollas. ¡Zeus! ¡Llámalo!
Cora se levantó de un salto del sofá, con Jane en brazos.
—No sé si he entendido bien, pero alguien quiere a la niña y Rick se va a donde no debe—dijo.
—Tu hijo... lo voy a...
—Vivian, ¿quieres decir que llame a Rick?—preguntó Zeus con su calma habitual, que desencajaba fuertemente en aquel momento.
—¡Sí!—gritó ella.
El dispositivo dio tono de llamada, pero después de seis tonos, quedó claro que Rick no iba a responder. Vi se llevó las manos a la cabeza, desesperada, y parpadeó rápido para espantar las lágrimas que querían acumularse.
—Zeus, llama a Reynolds—dijo.
Cora seguía de pie, y por una vez, no sabía que decir.
—Rick, ya estás en casa, bien...—contestó el presidente, que sonaba aliviado.
—No, Rick no está aquí—contestó enseguida Vivian—Ha dicho que se marchaba a Shadow, quiero saber...
—¿Qué?—interrumpió el hombre. Era la primera vez que Vivian lo oía hablar un poco alto—Repite eso, agente.
—Me ha mandado un mensaje desde no sé donde, que se marchaba a Shadow porque quieren a Jane, ¿puede explicarse usted?
Se oyó un suspiro y Reynolds procedió a explicar lo que había pasado en la videoconferencia. Vivian soltó una serie de tacos que no escandalizaron a Cora, pero hicieron que dejara disimuladamente a la niña en su parque y sacar su móvil.
—¿Y yo qué se supone que debo hacer, presidente?—le preguntó Vivian, llorando—Lo van a encerrar, nadie podrá sacarlo nunca de allí.
El presidente estuvo mucho rato sin responder y las dos mujeres miraban fijamente el dispositivo, esperando una respuesta, ansiosas.
—Ya te llamaré, agente. Hay que discutir esto.
Y colgó. Vivian miró a Cora, y la vio borrosa por las lágrimas. Fue lentamente a sentarse al sofá, donde se puso a llorar.
—Henry—dijo Cora al teléfono—Se ha ido a Shadow, déjame que me explique.
Vivian escuchó como la mujer le explicaba todo a su marido. Se equivocó en algunas cosas, en las que su marido la corrigió, pero logró explicarlo y él estuvo un largo rato hablando. Para cuando colgó, Cora se sentó al lado de Vivian y se quedó un rato mirando al frente.
—Es un maldito cabezota. Más le vale no volver, porque si lo hace, lo mato—dijo Vivian, enjugándose las lágrimas. No podía creerse que, después de haber costado tanto sacarlo de Shadow, ahora se estuviera metiendo de nuevo en la ciudad tan voluntariamente.
—No sé si esa ciudad es capaz de atacarnos como dicen, pero parece que sí. Espero que Henry pueda ayudarlo. Sólo ellos...
Vivian oyó como Cora soltaba un suspiro, derrotada, y se abrazaba a ella.
Conforme se acercaba a la ciudad, la gran mole de la colina sobre la que se alzaba se le venía encima y hacía caer la sombra sobre él. Tuvo que quitarse las gafas de sol. Fue entonces cuando vio que desde las torres de vigilancia que había controlando la carretera ya lo tenían localizado. En lugar de tomar la carretera secundaria que habían usado para huir se fue por la oficial hasta que cruzó el primer control, por el que le dejaron entrar con una burlona mirada.
—Pues claro, ya me tienen donde me querían—pensó.
El segundo control que se cruzó le echaron un vistazo y se comunicaron por radio con alguien, se rieron y le dejaron pasar. Una vez se internó en la ciudad fue por lugares por los que nunca había estado, la parte metropolitana, donde se imaginó que estaría la sede del gobierno de aquella ciudad. Miró atrás y supo que si en aquel momento quería huir, ya no le dejarían. Y un par de calles más adelante, descubrió que lo seguían dos coches de agentes, uno a cada lado. Y también se dio cuenta de que, aunque hubiera querido ir hacia otro lado, no le habrían dejado. Lo estaban guiando hacia donde ellos querían. Y se paró finalmente frente un edificio que en parte se parecía a la sede del gobierno de Pacific, pero aquel tenía un aire mucho más moderno, y más frío. Una vez parado se tomó su tiempo para coger el atadillo, abrirlo e ir poniéndose armas por el cinturón, el pecho, y en el calzado. No sabía si le serviría de algo, pero le tranquilizaba ir con ellas. Salió del coche y vio que estaba rodeado, aunque los agentes no lo miraban directamente. Subió a la acera y subió las escaleras. No lo siguieron y entró en la sede con paso decidido. Una vez en el vestíbulo, que de nuevo le dio la sensación de que era un lugar más hostil que la sede de Pacific, se vio recibido por el mismo anciano con el que habló por videoconferencia. En persona se veía aún más pequeño. Pero volvió a sentir que era un hombre inequívocamente malo. Y el vacío en el pecho se lo confirmó. Detrás de él estaban los Archer.