Había pasado casi un mes desde la última vez que había hablado con su padre y pronto pensó que el hombre le había gastado una broma. Pero Rick siempre había sabido hacer su vida sin más, y pronto se vio de nuevo inmerso en su día a día. Había conseguido que la rosas siguieran adelante a pesar de su cuidado y no el de Vivian, volvía a tocar el piano cada mañana y paseaba al pequeño perrito de Jenny.
—Tal vez sí he permitido que mi cuerpo y mi mente envejecieran demasiado —opinó una mañana, mirándose en el espejo. Nada quedaba del muchacho que había sido cuando lo secuestraron ni del hombre en el que se había tenido que convertir después.
Suspiró. Después de que su padre le dijera, treinta años atrás, que no pensaba llevarlo a su planeta, se había instalado en su pecho una presión constante que nada tenía que ver con la que sentía cuando estaba en peligro. Esa sensación no lo abandonaba nunca, ni siquiera cuando se olvidaba de ella. Y aún hoy en día la sentía. Era pena. Pena por no poder ver aquel planeta que había estado apareciendo en sus sueños durante años después de su encuentro con la reina Lini-Mun-Selesei. Descúbrete, le había dicho. ¿Y si había sido una orden y aquella sensación, los sueños repetitivos, ese sentimiento de desesperanza, todo, era un castigo por la desobediencia? Sabía perfectamente que no le servía de nada culpar a su padre de todas aquellas sensaciones porque le restaría importancia. No entendía porqué el hombre se había negado tan en redondo a llevarlo a un lugar que lo llamaba tanto. Si Vivian no hubiera fallecido, ¿su padre le estaría proponiendo igualmente marcharse a su planeta? Estaba bastante seguro de que no.
Una semana más tarde, después de volver de correr, costumbre que no había perdido, Rick encontró en la entrada de la casa el coche de su padre. Este lo esperaba sentado en las escaleras de entrada. Rick fue a paso tranquilo hasta su encuentro. Estaba algo enfadado y expectante a partes igual. ¿Impaciente?
Se quedó mirando a su padre.
—No sabes lo raro que estás con ese aspecto de cincuentón barbudo y ropa de deporte de marca.
—Buenos días, papi —lo saludó Rick con voz monocorde. No estaba jadeando ni iba sudado. Llevaba tanto tiempo entrenando que sabía de sobras que debería de haber aumentado el recorrido hacía mucho, pero se había dejado arrastrar por la rutina y ahora salía a correr sin que supusiera un gran esfuerzo para él.
—Eso sin tener en cuenta que soy viejo porque quiero —pensó para él, sarcástico.
—Buenos días, Rick —contestó su padre con una sonrisa —Espero que ya tengas lista la maleta. Aunque no la vas a necesitar.
—Ya creía que o bien te habías olvidado o bien tú y Jane me habíais gastado una broma muy pesada. Por otro lado, no pienso viajar sin ropa.
—Nadie dice que lo hagas, pero en tu planeta, en tu forma vaturi, no te valdrá tu ropa humana. Y no es broma. Pero estas cosas se organizan, no es como si fuera a viajar sólo como siempre.
—Oh… —dijo Rick con falso asombro, levantando las cejas —Ya veo, debías sacarme el visado.
Henry se rió.
—No exactamente, pero te dije que debía asegurarme de que el presidente y la reina no tuvieran nada que comunicarse, y que a la reina le pareciera bien que vinieras. El presidente Richardson estaba de viaje a Europa y ha tardado varias semanas en volver. Por su parte, la reina está en un momento… un poco delicado, y ha tardado un poco en contestar.
Rick se quedó mirándolo fijamente, sin decir nada. Henry enarcó una ceja.
—Y ya. Podemos marcharnos cuando quieras.
—Sin ropa.
—No exactamente… ¿Eso es lo único que te preocupa?
—No, me preocupan las dichosas rosas. El estúpido perro de la niña, la casa, mis guitarras, el piano, el pomo de la puerta de arriba sigue sin girar bien, hay una cañería que hace demasiado ruido y Jane no tiene ni idea de planchar. Pero el abuelo se marcha y encima lo hace desnudo. ¿Algo tiene lógica?
Henry se preguntó si sería posible enarcar más su ceja derecha.
—Rick… Déjate de sandeces. Las chicas se arreglarán solas y tú vas a venir conmigo. Ya lo hablamos. Si el problema es que estás enfadado porque he tardado mucho y ahora no sabes si irte, te diré que la reina quiere verte y yo llevarte, así que vendrás.
Rick suspiró.
—¿Me explicas porqué ahora? —le preguntó sentándose al lado de su padre en las escaleras.
Advirtió que Henry lo miraba, pero él siguió con la vista clavada en el camino de entrada.
—Porque Vivian era una etapa de tu vida que debías vivir.
Rick levantó lentamente la cabeza y miró a su padre.
—Era tu etapa humana. Una etapa que te habían arrebatado ciento cincuenta años atrás. Llegaste a esta época, salvaste dificultades, grandes dificultades, fuiste padre, encontraste a alguien… Y no iba a permitir que lo estropeases marchándote a un lugar que… soy plenamente consciente de cómo es mi planeta. Hay… cosas, suceden unas, pasan otras… Ya lo entenderás, pero no habría sido una vida compatible con un matrimonio y dos niños. Pero ahora Vivian no está, los niños son mayores y tú ya no estás bien en esta vida. Ahora sí te veo preparado para empezar otra etapa.
—¿Ahora que no soy ni la sombra de lo que era? —le preguntó Rick con una triste sonrisa.
A Henry le sorprendió la pregunta de su hijo.
—No sabes la ilusión que tenía por ver tu mundo hace años. De ser vaturiano, de conocerme, de probarme, de… muchas cosas. Pero tu afán porque fuera humano ha matado…
—No ha matado absolutamente nada, Rick —interrumpió el hombre suavemente pero con cierta firmeza —Sigues siendo mi hijo y con ello medio vaturiano, te guste o no. Seguirás cambiando de forma cuando quieras. Simplemente entiende que estabas viviendo lo que debías. Y acepta que ahora eres libre de seguir conociéndote, antes no. En cuanto a tu sombra… te fastidie o no, en unos días estarás muy lejos de aquí y habrás cambiado de parecer. Y dentro de un año, o dos, volverás a ser un chaval y querrás volver a dejarte ese aspecto de hippie de hace años.