Jane parte 2. La comunión mental

Capítulo 3

No sabía si se había despertado porque había terminado de descansar o por el dolor que sentía en cada fibra de su cuerpo. Incorporarse en la cama le costó varios jadeos y quejidos. Resopló cuando consiguió quedarse sentado. No sabía si levantarse o quedarse allí. Al parecer su ati había oído los sonidos que había emitido porque unos instantes más tarde apareció en la estancia y levantó lo que fuera que tapaba la luz del sol. Hasta eso le escoció a Inek, que tuvo que cerrar los ojos con un gesto.

—Buenos días, Inek —lo saludó Alas, de nuevo de buen humor —Has dormido un montón de horas. Espero que estés mejor.

—¿Estás de broma? Me duele absolutamente todo.

Alas lo miró unos instantes, borrando un poco su sonrisa. No parecía saber cómo reaccionar a la respuesta de su peni.

—¿Y si regreso? —soltó sin más Inek.

—¿Qué?

—Sí… no sé… No me veo… No creo que encaje aquí.

Y bajó la mirada a sus pies. Esa vez el cuello sí le crujió y le dolió un montón. Se llevó la mano a la nuca con un gesto de dolor.

—Estás… estás desanimado, Inek. Pero esto es pasajero. Te tienes que adaptar. Nada más.

—A lo mejor es que tú quieres que me adapte, y ya está. Pero eso no significa que este lugar esté hecho para mí. No sé volar, la gente extraña de mí…

—Puedes volar. Estoy seguro de que sí. Y entiendo que te cueste adaptarte a este lugar, pero…

Inek lo miró y vio como el hombre pensaba en lo siguiente que iba a decir. Miró a Inek y se acuclilló delante de él.

—Escúchame, peni. No te habría traído aquí si por un solo instante creyera que Nagala se te iba a tragar. Siempre he estado convencido de que tú necesitas más este lugar que él a ti. Pero así es, y sé que si te adaptas… Bueno, no te arrepentirás. Y tienes capacidad de sobra para hacerlo.

Inek miró al frente y pensó que no le valía la pena contestar. Su ati quería que se quedara allí y supuso que debía hacerlo. Suspiró e intentó ponerse en pie. Falló.

—Me duele todo demasiado —dijo jadeando.

Alas lo miró seriamente y después le puso las manos en los hombros, invitándolo a recostarse.

— Quédate los días que necesites en la cama. Creo que te diste un buen batacazo… Llamaré a un médico que hay aquí en Kugula, a ver si te puede dar algún calmante.

Inek no contestó, y por otro lado, no recordó nada más.

 

Una semana más tarde, harto de estar en la cama, se levantó una mañana. Bajó a la planta de abajo y allí encontró a su ati yendo de un lado a otro poniendo un poco de orden. Cuando vio que Inek se encontraba allí, sonrió como era costumbre en él.

—Por fin te has levantado —comentó.

—Estaba hasta el gorro de estar en cama —dijo Inek poniendo los ojos en blanco.

—¿Te encuentras bien?

—Me sigue doliendo un poco todo, pero al menos es soportable.

—Me alegra oír, eso. De verdad. Me has tenido preocupado.

Inek asintió sin mirarlo. No quería que la gente se preocupara por él.

—Además —añadió Alas —Me siento bastante responsable de lo que te pasó. Si tu madre siguiera viva me habría matado.

El hombre miró a su padre y se rió. Tenía razón, Cora se habría enfadado muchísimo de saber lo que había pasado. Pero no valía la pena pensar demasiado en aquello. Ella ya no estaba y él debía aprender muchas cosas.

—¿Quieres hacer algo?

—Me muero de ganas de hacer algo. Desde que estoy en Nagala he estado más en la cama que ahí fuera.

Alas se rió a carcajadas.

—¡Tienes razón! Menudo gandul estás hecho. Pero primero debes desayunar. Te preparo algo y nos vamos.

Inek se estremeció al pensar qué significaría para su ati en aquella ocasión lo de “y nos vamos”. ¿Volvería a pretender que el hombre se tirara por la barandilla? No obstante, cuando un rato más tarde Inek estuvo listo para salir, Alas simplemente pegó un salto y aterrizó en el suelo casi con elegancia. Inek se vio bastante capaz de hacer aquello y efectivamente cayó bastante bien, excepto que representó una pequeña oleada de dolor.

—¿Estás bien? —le preguntó Alas con una leve nota de preocupación.

—Sí, sí —dijo enseguida —Pero… vamos a dedicarnos a algo más ligerito. Ya iremos a más… más adelante.

Alas asintió, comprensivo, y se encaminó hacia el centro del poblado a paso ligero.

—¿A dónde vamos?

—Al mercado que montan cada semana. Allí podemos comprar de mano de los mercaderes género de todo el planeta. Pescado que sólo habita en el mar, fruta y verdura de otros lados, incluso hay mercaderes de otros planetas.

Inek se descubrió de nuevo con la boca abierta. La cerró de golpe y se echó un vistazo. No iba muy bien vestido con aquellos pantalones por las rodillas, pero su ati no iba mucho mejor vestido. Entendió que no era muy importante y se encogió de hombros.

Cuando llegaron al mercado mucha gente se fue volviendo a mirarlos a intervalos. Algunos comentaban cosas, otros cuchicheaban, pero si Alas se percató de ello, no dio muestras de que le afectara.

—¿Traes dinero? —le preguntó Inek en un susurro.

—Por supuesto. Llevo esperando este día desde que llegamos. La casa está muy escasa de comida.

Inek asintió y empezó a mirar a todos lados, fascinado. El género era tan variado que sus dos ojos no le bastaban para ver todo lo que había. Se podría haber tirado más de media hora delante de cada puesto preguntando lo que era cada cosa. Y aún así no habría sido suficiente para saciar su curiosidad. Otra cosa eran los olores. Todos eran nuevos para él y no le decían apenas nada porque no los asociaba a nada concreto. Y la gente. Muchas veces debía apartar la vista rápidamente, al contrario de lo que hacían con él, a riesgo de quedarse mirando fijamente a personas que tal vez no recibirían esas miradas con agrado. Otras que tal vez no habrían dicho nada, pero Inek no podía saberlo con seguridad. Lo que estaba claro es que allí había mucho más que vaturianos. Y no sabía hacia donde mirar. Por una vez, pensó, parecía ser que sus ojos tenían sed de ver todo lo que le rodeaba, si aquello era posible.



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En el texto hay: planeta, tribus, alienígena

Editado: 24.07.2022

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