A la tarde siguiente ya habían llegado al poblado. Inek deseaba poder dormir aquella noche, sin embargo tenía muchas cosas que le rondaban la cabeza y quería hablar con su ati.
Karim se marchó a su casa e Inek se olvidó decirle que en unos días él y Chelesi se marcharían. Se encogió de hombros pensando que ya volvería a verlo. Y Koshia se iba a quedar con ellos. Así que cuando aquella noche, después de cenar algo, Inek le pidió a Alas que se quedara un rato con él en la mesa Koshia se levantó:
—Yo me voy arriba, os dejaré intimidad—dijo.
—No tengo que hablar de nada privado, puedes quedarte—le dijo Inek.
—Vamos, siéntate—le pidió Alas.
La mujer los miró alternativamente y luego se sentó al lado de Alas. Inek agradecía que tanto uno como el otro se hubieran quitado la pintura de la cara.
—Quería saber si estabas dispuesto de verdad a darme esos latigazos—dijo Inek mirando a su ati.
—¿En serio de esto querías hablar?
—Tengo curiosidad.
—Por supuesto que no iba a pegarte. Pero tampoco quería perder mi nombre. Soy de allí quiera o no, allí nací y ahí siguen mis ati. Compréndeme.
—Puedo comprenderte a ti, pero no a ese chico.
Koshia suspiró.
—Yo creo que lo descolocaste mucho—opinó.
—¿Por qué?
Koshia negó con la cabeza.
—Oh, vamos, ¿alguien va a explicarme algo?—preguntó Inek, un poco exasperado.
—No. Lo único que voy a decirte es que la supuesta profecía es cierta, pero no significa que seas tú ni que sea ahora. Dicha profecía se refería a otra época que aún no ha llegado. Así que no sé porqué asoció tu visita con eso.
—Yo creo que le habrá podido su inexperiencia—opinó Alas.
—Y su soberbia, y sus ganas de fastidiar a todos… Siempre le ha importado mucho seguir con la fama de que damos miedo y hacemos cosas malas, pero la cosa no va así. Se le ha ido de las manos. Espero que lo expulsen—dijo Koshia.
—Y venga a por mi—finalizó Inek con una sonrisa.
Alas puso los ojos en blanco.
—Aquí le espero—dijo.
—Yo creo que esa será la señal de que podemos volver a visitar a los atiami.
Alas miró a su peni, entristecido.
—Inek…—empezó.
—¿Sí?
Alas suspiró.
—Imagino que no entendiste nada.
—¿De qué?
—Mis padres van a morir muy pronto—dijo.
—Pero… pueden pasar meses. O unos años. No significa que vaya a pasar ahora mismo.
Koshia miró a Alas.
—Esas cosas las sabemos tú y yo, pero él no—le explicó.
—¿El qué?—preguntó Inek.
—No eres… nariavi. Pero nosotros, y seguramente la mayoría de vaturianos, podemos ver cuando alguien va a morir. Y te aseguro que ellos lo van a hacer. Y lo sabían.
Inek se quedó pensando en ello. No podía sentir la misma lástima que si se hubiera criado con ellos, pero le dio pena pensar que alguien tan especial como aquella pareja fuera a desaparecer pronto. Pero se acordó de otra cosa.
—Bueno, según Arceus sí soy un nariavi. Me pregunto en qué se basaría para decir eso.
Koshia y Alas volvieron a mirarse.
—Con eso volvemos al tema de que los nariavi no son lo que este chico quería haceros creer. Como Moara te dijo, damos miedo porque la gente nos ve de otra manera, más cercanos al mundo espiritual y a cosas que los demás no comprenden, pero en realidad somos mucho más que eso. Tenemos un valor y un coraje como pocos en este planeta. Con eso no quiero decir que los vaturianos sean unos cobardes, pero los nariavi somos muy diferentes. Más aguerridos y más en contacto con la tierra que ningún otro—explicó Koshia.
—Lo mismo pasa en el océano—comentó Alas, pensativo—los vaturianos que viven en el mar son increíbles nadadores, cazadores y todo lo que tú quieras, pero los merevat son únicos.
—Exacto—corroboró Koshia.
Inek se quedó pensando en todo aquello y se preguntaba si algún día podría comprender a los nariavi o conocer a esos merevat. Tenía mucho tiempo, se dijo.
—Pero… ¿en qué me parezco a un nariavi?—insistió.
—Le plantaste cara—dijo Koshia con una sonrisa—Y siento decir que ninguno de nosotros ha tenido nunca valor de hacerlo. Pero tú no le has tenido miedo en ningún momento.
—No.
—Y te puedo asegurar que eso ha sido para él una lección, un desafío y una prueba mucho más dura de lo que tú te crees.
Inek la miró con expresión extrañada y al parecer Alas no entendía mucho mejor que él lo que la mujer le estaba explicando al chico.
—Me pregunto si de verdad tendrá donde ir si deja de ser Señor—comentó Inek para sí.
—Eso no es asunto tuyo—opinó Alas como si fuese obvio.
Inek se encogió de hombros, distraído. Luego lo miró.
—Por cierto, te has quitado la pintura de la cara, pero no la de los cuernos—observó.
Alas hizo como si se mirara los cuernos aunque aquello resultara imposible.
—Bueno, tampoco molesta.
—La verdad es que con esa pintura en la cara molas—dijo Inek con una sonrisa.
Koshia se rió suavemente.
—Siempre le ha sentado muy bien—comentó.
Alas le lanzó una mirada cálida. E Inek cayó en la cuenta de algo.
—Oye, ¿vas a venir a Kalare?—le preguntó a la mujer.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Os vais?—preguntó.
Alas se movió a su lado un tanto inquieto. Inek lo miró, temiendo que se hubiera olvidado o que se fuera a desdecir.
—Chelesi y él quieren ir unos días a Kalare, sí—le explicó el hombre—Tengo que llevarlos. ¿Quieres… venir?
Koshia se quedó mirándolo fijamente, boquiabierta.
—No lo sé… ¿Estás seguro?
—¿Por qué no?
—Claro, cuantos más seamos, mejor—dijo Inek, animado—Mi casa es grande.
—Yo creo que está un poco al límite—opinó Alas en voz baja.
—¿No quieres que venga?—preguntó Inek.
—No es eso… No te sientas obligada. ¿Te apetece?—le preguntó a Koshia con timidez.