Dos días más tarde, no pudo contenerse más y se coló en la habitación de Jenny. El chico sabía de sobras que la niña tenía en un cajón varios cuadernitos de reserva por si se iban terminando los que estaban en uso en el colegio. Cogió uno y un lápiz del escritorio de la niña y se marchó de nuevo a su habitación. Se sentó en el colchón con la espalda apoyada en la pared y posó el cuaderno en sus piernas, lo abrió, respiró hondo y visualizó claramente el diseño más importante de Alan. Se puso a dibujar rápidamente sin pensarlo siquiera. El lápiz se deslizaba por el papel sin que le supusiera un esfuerzo, reproduciendo fielmente lo que tenía el chico en la cabeza. No supo cuánto tiempo le llevó, pero giró la página y empezó un diseño nuevo, y así hasta dos veces más hasta que sonaron unos golpecitos en la puerta. Arceus levantó la cabeza y sintió que le dolía el cuello, la espalda y la mano. ¿Cuánto llevaría haciendo aquello?
—¿Puedo pasar? —preguntó la voz de Jane al otro lado de la puerta.
—Sí.
Pero volvió a bajar la mirada y en cuanto vio lo que dibujaba continuó como si nunca se hubiera detenido. Sintió que la puerta se abría y que la mujer se asomaba y se acercaba a él. Detectó enseguida cuando lo que estaba dibujando empezó a ser visible para ella, porque se acercó el cuaderno al regazo y la miró.
—Es un cuaderno de Jenny —dijo —¿Te importa?
Jane se arrodilló en el suelo delante del colchón.
—Para nada, ni me había dado cuenta. ¿Escribes?
Arceus bajó la mirada un momento al cuaderno y luego la devolvió a la mujer.
—No exactamente. En cualquier caso, no conozco vuestro alfabeto lo suficiente.
—Es cierto —dijo la mujer como si acabara de caer en la cuenta —Bueno, está bien ver que por fin has encontrado algo por hacer. Empezaba a pensar que la vida aquí no te traía más que aburrimiento. Por eso he venido a verte.
El chico sólo se quedó mirándola.
—Alan me ha comentado por teléfono que el otro día terminaste en su atelier.
Arceus arrugó el entrecejo, sin comprender.
—El taller de Alan.
—Ah, sí.
—¿Te gustó?
Se encogió de hombros, dubitativo.
—No he estado en muchos como para comparar. Pero no está mal.
Jane se rió con algo de suficiencia.
—Aquí no lo oirás mencionar mucho, pero va teniendo cierto prestigio.
Arceus volvió a mirar su cuaderno y de nuevo a la chica. Se empezaba a sentir fatal por lo que estaba haciendo.
—La cosa es que me ha comentado que eres todo un misterio. Y, ¿sabes? Yo también lo creo.
—¿Por qué soy un misterio para vosotros? O, mejor, ¿por qué debería de dejar de serlo?
Jane se quedó mirándolo algo boquiabierta.
—¿Acaso tienes algo que esconder?
Arceus desvió la mirada.
—No. Más bien omitir. Supongo.
—No si es algo que te hace daño. ¿No?
Volvió a mirarla y observó que la miraba con la misma mirada segura, junto con esa sonrisita tan atractiva que compartían ambos hermanos.
Arceus sacudió la cabeza. ¿Por qué debía hablar él de sus problemas? Dejó el cuaderno con el lápiz a su lado, pegó las piernas al cuerpo y se abrazó con fuerza.
—En cualquier caso no le has caído mal.
El chico continuó con la mirada perdida. Oyó que Jane suspiraba.
—No me gusta que estén enfadados. Mi padre y él, digo.
—Es cabezota, no te esperes que él de el primer paso.
—… ni mi padre. Así que, bueno… Supongo que me tocará a mí lidiar entre ellos dos, excepto que tú tengas pensado volver a la ciudad a visitarlo.
Arceus por fin volvió a mirar a la mujer.
—Terminé en el taller de Alan por error, eso no significa que ahora seamos amigos ni nada por el estilo.
Al parecer, a Jane le impactó un poco esa respuesta.
—Tampoco quería dar a entender eso, Arceus. Perdón si te he ofendido.
—No es eso, pero…
—¿Pero?
Arceus se pensó un rato la respuesta.
—No voy a volver por allí si puedo evitarlo.
—¿Por qué? ¿A qué viene eso ahora?
El chico sacudió la cabeza, bajó las piernas y miró de reojo el cuaderno.
—Por nada. No quiero relacionarme con nadie.
Jane levantó las cejas, sorprendida.
—Entonces, ¿quieres que me vaya?
Arceus bajó más la cabeza. Sentía profundamente haber dicho eso, pero… era necesario. Supuso.
—No exactamente.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Mientes muy mal. Eso también me lo ha dicho Alan. Sabemos todos que no estás bien y me gustaría saber el porqué. Sería bueno para ti. Liberador.
Arceus miró fijamente a Jane.
—Pero por ahora necesito que me dejen.
—¿Tú crees?
—Sí. Ahora… ahora sal, por favor.
Jane asintió y obedeció.
Aquella noche, Arceus salió sin que nadie lo advirtiera. Una vez en la calle tomó sin muchos problemas un taxi que lo llevó a Pacific. Puesto que no sabía dónde vivía el chico, se paseó por gran parte de la ciudad. A pesar de lo tarde que era, la ciudad no dormía. Había luz y sonido por todo y gente que iba a venía igual que de día. Cuando llegó a la tienda de Alan simplemente susurró unas palabras en su idioma arcano y la cerradura cedió sin resultar dañada. Abrió la barrera, luego la puerta y entró. La tienda olía mucho al perfume que había llevado ese día el chico y lo agobió un poco. Se fue a la trastienda y encima del elegante escritorio que tenía Alan cubierto de bocetos, dejó el cuaderno que hacía apenas unas horas había terminado de completar.
Rick llevaba casi una hora corriendo por el barrio y seguía sin cansarse apenas. Había tenido que asumir que ya estaba tan en forma que podía pasarse un tiempo casi ilimitado corriendo de aquí para allá. Pero ya era aburrido. Desaceleró el paso poco a poco hasta que se quedó caminando a buen paso. Se deshizo la coleta y se la volvió a hacer recogiéndose bien los mechones que se le habían escapado durante la carrera. Siguió caminando a buen ritmo hasta que llegó a un cruce y miró calle arriba. Desde que había vuelto a la Tierra aún no se había acercado hasta el cementerio, así que emprendió la calle con cuesta corriendo de nuevo. Cuando llegó a la verja la abrió y entró, volviendo a caminar. Enseguida sintió que allí no había nadie más. Al menos nadie vivo, porque se dio cuenta de que aquello no era como la última vez que había venido, meses atrás, poco antes de marcharse a Nagala. Ahora era capaz de sentir la vibrante energía que recorría el lugar. Cientos de almas pululaban por allí, algunas en tránsito, otras atrapadas, otras tantas recién llegados desorientados.