Arceus valoraba mucho el hecho de que, como lo ignoraban, él podía prestar mucha atención a todo. Y últimamente estaban pasando cosas. Como que Jane le traía mucha comida, que él apenas tocaba. Que intentaba mimarlo mucho, pero él apenas se dejaba. Le era muy incómodo. Que Inek recibía muchas visitas, algunas un tanto extrañas. Que se oía mucho ruido en el garaje de la casa. Y que él sentía extrañas presencias a su alrededor, pero las ignoraba completamente. En Narius estaban tan habituados a estar rodeados de espíritus que él había logrado ignorarlos. Algunos venían a comunicarse con él para cosas medianamente importantes, otras para recordarle lo patético que era como Señor de Narius. Y había aprendido a desconectar. Pero ahora había alguna presencia que insistía en comunicarse con él. No. Él sólo podía centrarse en seguir dibujando y en pensar. Ese maldito ruido del garaje era… irritante. Sí, debía marcharse. Alan tenía razón pero… Alan. Arceus sacudió la cabeza y se despeinó con rabia. ¿Por qué había tenido que contarle todo al chico? Ahora no podía sacarse de la cabeza muchas cosas. ¿Qué opinaría de él? Debía darle igual. Lo que pensaría de todo. Lo que concluiría de su persona. Lo que…
Se levantó de un salto de la cama y se paseó por la habitación, enfadado. ¿Por qué lo había hecho? No quería que nadie lo juzgara y supiera tanto de él. Y luego estaba el contacto físico. Ansiaba mucho volver a sentir lo que había sentido al ser abrazado. Jane intentaba hacerlo, ¿sería que su hermano le había contado algo? Sacudió de nuevo la cabeza. Pero él no quería abrazar a la mujer, por agradable y amable que fuera.
Soltó un pequeño alarido y volvió a revolverse el cabello. Miró con rabia el cuaderno que tenía a la mitad encima de la cama.
—Vamos a darnos un tiempo. No es cosa de que nos metamos en una empresa así sin pensar. Yo quiero hacer esto bien, te recuerdo que mi atelier es como mi hijo. Vamos a hacerlo bien. Sólo quiero que lo pienses y me digas si quieres seguir en Sunset o venir a la ciudad.
Esas habían sido las palabras del chico. Las había repasado mil veces. Pero, ¿qué quería él? Miró al frente, pero la respuesta, a pesar de tenerla clara era inaceptable. Sacudió de nuevo la cabeza para alejar esos pensamientos.
El perrito de Jenny se puso a ladrar detrás de su puerta. Lo hacía con frecuencia desde que Inek se metía en el garaje a hacer aquel ruido infernal. El perrito también estaba de los nervios.
—Esto es… —se dijo, con los dientes fuertemente apretados.
Abrió la puerta de golpe y el perrito salió corriendo dejando un pequeño reguero de pis tras su paso. Arceus miró aquello con asco. Pasó por encima del orín y se dirigió al piso inferior y de allí a la cocina hasta el garaje. Una vez allí se quedó petrificado. No podía ser. Sospechaba algo, pero aquello era… Sintió su naisha ni con una fuerza como hacía muchísimo que no sentía y el pecho casi le dolió. Respiró con mucha dificultad, como pasaba en aquellas ocasiones.
El ruido paró y la mirada de Inek iba de Arceus a la kashirish, que tenía el lomo erizado y estaba bufándole al chico. Arceus también se echó hacia adelante y le enseñó los dientes a la criatura.
—Oye, oye, chaval —le decía un chico que no conocía de nada. Había olido a ese hombre en otras ocasiones en la casa, pero no lo había visto nunca. Su tono parecía conciliador, pero no ayudaba que tuviera dos palos en las manos. Le enseñó los dientes a él también.
—Arceus, detente —le ordenó Inek, dejando en el suelo lo que llevaba en la mano, que era el origen de muchos sonidos desagradables para él —Nonny no va a hacerte nada.
El chico lo miró, pero no relajó la postura.
—Por favor, Arceus, para.
Vio que la kashirish relajaba la postura pero lo miraba con desconfianza y tenía la cola muy gruesa.
—Tenéis la casa llena de extranjeros —se quejó la chica.
—Incluida tú —le contestó Inek.
Nonny le dirigió un mohín y regresó junto al chico con los dos palos en las manos. Entonces Arceus relajó algo la postura.
—¿Por qué has venido? —quiso saber Inek.
—Vuestro sonido invocaría a los peores espíritus de este mundo —contestó Arceus con resentimiento.
—Oye, sólo es pop —se quejó el chico, y luego se rió.
Inek lo miró y también estalló en carcajadas. Arceus se quedó mirándolo con seriedad. Ahí volvía a tenerlo. Amigos. El chico tenía amigos con los que hacía cosas, cosas que le gustaban mucho, se reía, se lo pasaba bien.
—No como yo, que sigo ahí encerrado —pensó con tristeza.
—¿Le tocamos a tu amigo algo de AC/DC? —propuso el chico.
—No tenemos peña suficiente —le dijo Inek.
—Un cd o algo…
—Déjalo, es molesto para él.
—Y tanto —intervino la kashirish —Aún parece recién sacado de Nagala.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Arceus.
—Tocar con nosotros, tronco, ¿qué si no? —preguntó el chico como si fuera obvio.
—Arceus, ese es George, lo conozco desde hace muchísimo. Ella es Nonny —los presentó Inek.
El chico paseó su mirada de uno al otro.
—Entonces, ¿no te gusta lo que tocamos? —le preguntó George.
—Me es… muy ajeno.
—Tal vez seas más de Vivaldi —comentó Nonny, con una sonrisa burlona en la cara.
Arceus entrecerró los ojos, pero los dos hombres volvieron a estallar en carcajadas y en aquella ocasión, ella también.
—Un felino sin bigotitos no es nada —la amenazó.
—Oye, tío, sólo hacemos coñas —le dijo George levantando los palos que tenía en las manos.
—Deja de amenazarme con eso —le advirtió Arceus.
—No te está amenazando —le dijo Inek —Son las baquetas de la batería.
El chico lo miró con una ceja enarcada, porque no lo entendía.
—Para esto —le aclaró George golpeando varios componentes del gran artilugio que tenía delante. Arceus comprendió que aquello también era el artífice del ruido que tanto lo irritaba. Suspiró, derrotado.