Alan levantó la vista del móvil justo cuando Arceus aparecía en la cocina, recién duchado. Sólo llevaba una toalla en la cintura. El chico bajó de nuevo la mirada. ¿Por qué Jane le había enviado ese emoti anoche? Sacudió la cabeza y dejó el aparato encima de la mesa, al lado de su café, y se preguntó si debía volver a mirar al chico. Lo hizo. A pesar de estar tan delgado pensó que no tenía un cuerpo desagradable.
—Buenos días —lo saludó cuando se dio cuenta de que lo miraba.
Alan respondió al saludo.
—¿Cómo sois? —preguntó sin más mientras el chico se calentaba un poco de leche en el microondas.
—¿Eh? —preguntó, echándose el cabello húmedo hacia atrás.
—Sí, los vaturianos. ¿Cómo sois?
—¿Físicamente, quieres decir?
Alan asintió. Vio que Arceus se lo pensaba un poco.
—O mejor, ¿puedes enseñármelo? —preguntó el chico antes de que pudiera responderle.
—No, no podemos respirar con nuestro cuerpo en la Tierra, por eso tenemos que cambiar.
—Oh.
—¿Por qué? Tanta curiosidad de repente.
Sacó la taza del micro y se sentó delante del chico como siempre, sirviéndose chocolate en polvo.
—No sé, ya que te ha dado la vena exhibicionista esta mañana se me ha ocurrido preguntarte.
—¿Exhibicionista? Sólo me he duchado.
Alan se rió.
—Pero si te incomoda me pongo una camiseta.
—Mía.
Arceus enarcó una ceja y se preguntó a dónde querría ir a parar el chico. Pero Alan se echó a reír.
—Vale, vale, lo siento —se disculpó como pudo —Era sólo una broma, pero no, no me incomodas.
El chico se encogió de hombros y dio un sorbo.
—Tu ati riñe a Karim cuando baja medio desnudo a cenar, pero, ¿qué se espera? A nosotros no nos gusta ir demasiado vestidos. Aunque lo cierto es que este cuerpo no extraña tanto la ropa como en Nagala.
—Espera, espera, rebobina. ¿Me estás contando que Karim se pasea medio desnudo por la casa y yo estoy aquí perdiendo el tiempo? Jo, y yo que creía que esa casa era un muermo.
Y se echó a reír. Arceus volvió a enarcar una ceja.
—Si tienes ese interés por él, ¿a qué estás esperando?
Alan paró de reír.
—Está con mi hermana. Nunca intentaría nada. La pobre ha tenido muy mala suerte con los hombres y ese chico vale la pena.
Arceus levantó mucho las cejas.
—No lo conozco mucho, pero creo que en Nagala no tenía fama de santurrón, precisamente.
Alan sacudió la cabeza, algo confuso.
—Eso es asunto de Jane, no mío. De todas formas que conste que todo lo que yo comente de él debe quedar entre nosotros, son bromas. Nada más.
—Descuida.
—Aunque no sé porqué te lo cuento, pero… Da igual, no le des importancia.
—No se la daré.
Siguieron desayunando en silencio un rato.
—¿Qué te pareció el trabajo de ayer? —preguntó Alan evaluando la expresión del chico.
Arceus se pensó un poco la respuesta. Podría decir muchas cosas, pero no le convenía.
—Estuvo bien.
—¿Aburrido? ¿Intenso?
—No a lo primero, puede a lo segundo. ¿En qué sentido?
—Por la… ¿cantidad?
Alan arrugó el entrecejo, extrañado.
—Da igual. Es trabajo, ¿no?
—En efecto. Bueno, espero que hoy esté la cosa algo más relajada. Pero para mí estuvo bien. Pero tengo que evitar que pase más, me pilló desprevenido y si seguimos teniendo tanto trabajo tal vez deberíamos contratar a más gente.
Arceus abrió mucho los ojos.
—Creía que sólo estaríamos tú y yo.
—Oh, pero yo no me refiero a eso. Si contrato a alguien será para que cosa, no para que diseñe.
El chico asintió, pero no dijo nada, porque no quería parecer ignorante. Y pensó de nuevo en algo que había pensado en la ducha. Miró a Alan y pensó que le apetecía mucho volver a abrazarlo. ¿Por qué no lo había vuelto a hacer? Inek y Jane se abrazaban casi cada día. Y Jane y Jenny. Y Jane y Karim. Y Chelesi e Inek. ¿Por qué ellos dos no? Intentó pensar en cuál podía ser el impedimento. Miró a Alan, que estaba tecleando algo en el móvil, entonces se lo metió en el bolsillo y se levantó para lavar en un momento su taza.
—¿Has terminado? Me gusta dejar todo limpio —le dijo.
El chico apuró la taza y se la llevó. Y mientras el chico la lavaba Arceus lo abrazó por la cintura y apoyó su cabeza en el hombro derecho de Alan. Le resultó muy reconfortante y se relajó enseguida. ¿Por eso se abrazaban todos? ¿Por aquel efecto sedante y agradable? Suspiró y cerró los ojos.
Alan no sabía qué pensar de aquel gesto. Se quedó quieto, pensando que si hacía algún movimiento brusco el chico se pensaría que lo había ofendido o molestado. Sin embargo le parecía adorable. Arceus aún olía al jabón que había usado en la ducha y estaba muy caliente a pesar de ir sin camiseta. Pensó que tal vez le gustaba ducharse con agua muy caliente, como a él. Cuando el chico suspiró, pensó, o intentó pensar, en qué diablos estaba haciendo dejando que un alienígena lo abrazara así. Pero cuando estaba empezando a poner en orden sus pensamientos, Arceus abrió los ojos, le acarició los brazos y le dijo:
—Espero no haberte molestado, me voy a vestir.
Y se marchó sin esperar respuesta. Alan se giró para mirarlo.
—Jo —pensó. Pero luego sacudió la cabeza, confuso, y salpicó con un poco de agua el suelo.
—No, para nada, pero venga, no quiero llegar tarde —dijo, con más indiferencia de la que sentía. Pero, ¿por qué diablos le temblaban las piernas?
Dos días más tarde, Jane volvió a ponerle un mensaje para decirle que su padre quería verle. Y no sólo eso, si no que la chica había conseguido disuadirlo de que fuera a “verlos” al atelier. Alan puso los ojos en blanco. ¿Por qué su padre se empeñaba en contactar con él? Más adelante recibió varias llamadas del hombre, pero no las cogió.
—Yo creo que estás siendo un poco duro con él —comentó Arceus una tarde, una semana más tarde, revisando la cantidad de una tela en concreto que aquella semana parecía que se la estuvieran comiendo.