Arceus no se puso nervioso cuando Jane le empezó a recomendar indumentaria adecuada, lugares ideales o un anillo para Alan que costó una cifra que hizo que el chico se estremeciera. Cuando realmente empezó a sentir una sensación extraña en la barriga y que su naisha ni se activaba fue cuando vio la inmensa ave metálica a la que se tenía que subir para ir hasta París. No podía creerse que de verdad iba a tener que pasar una cantidad indeterminada de horas allí dentro para llegar a su destino.
—No va a pasar absolutamente nada —le dijo Jane con desconcertante calma —Tú te pones a escuchar música, a ver la tele o a dibujar y verás que las horas se te pasarán volando.
Arceus tragó saliva y se quedó mirando cómo todo el mundo se subía y lo iban dejando atrás, hasta que al final no le quedó otra que resignarse.
—Ya sabes usar el móvil que te compré —le dijo la chica —Cuando me necesites me llamas, pero ya te he explicado varias veces que con un taxi y el nombre del hotel puedes llegar tranquilamente.
El chico volvió a mirarla y sintió que realmente todo aquello daba igual. Hasta que no lograra llegar allí y salir del ave, no le preocuparía lo más mínimo llegar al hotel y encontrar a Alan.
Cuando el infernal trayecto pasó, consiguió coger un taxi y finalmente llegó al hotel, por fin se pudo poner en situación. Por la ventana del taxi estaba viendo muchas de las cosas que había visto por el ordenador cuando buscó información sobre la ciudad. Era un sitio precioso, muy diferente a Pacific, y se dio cuenta de que no conocía absolutamente nada. Ni el idioma. Y sin embargo había ido hasta allí él solo por Alan. ¿Lo encontraría realmente? Aquello parecía enorme. Y cuando por fin llegó al hotel se preguntó qué se le había perdido realmente allí. Porque allá donde mirara no veía más que lujo. Era un hotel exquisito y se sentía muy fuera de lugar. Sacudió la cabeza y se quitó aquellos pensamientos. Hizo exactamente lo que Jane le había dicho que hiciera. Pedir su reserva y dejar una nota en recepción a nombre de Alan, anónima. La recepcionista se quedó mirándolo con una sonrisita profesional.
—¿Quiere dinero? —le preguntó directamente Arceus.
La mujer arrugó el ceño.
—¿Pog qué, señog? —preguntó la chica con un fuerte acento, sin comprender.
—Para que no le diga al señor Anderson quién soy —contestó el chico enarcando una ceja.
—Descuide, señog, le gagantizamos nuestga discgeción —le aseguró la chica acentuando su sonrisa.
Arceus asintió, no muy convencido, y se marchó a su habitación. Había insistido a Jane en que fuera de las más sencillas, pero aún así, en un lugar como aquel, la sencillez era más bien escasa. Y se preguntó qué podía hacer hasta la noche, cuando se reuniera con Alan. Se encogió de hombros, sonrió para sí, y pensó que realmente no necesitaba esperarse a aquella noche para verlo. No hacía falta que Alan lo viera a él.
—Tiene que tener algo bueno haberse criado en lo más profundo de un oscuro bosque —pensó para él, cogiendo la llave de la habitación y marchándose.
Le costó varias horas encontrar a Alan, pero cuando por fin lo hizo, se desanimó un poco. No supo muy bien porqué, pero no se lo encontró como él había pensado. Estaba en un edificio muy grande y también muy elegante preparando a chicas preciosas con modelos que él y Alan habían diseñado. Estaba muy atareado, hablaba un francés muy fluido y no paraba quieto en ningún momento.
—Bueno, al fin y al cabo, ha venido para trabajar —se dijo Arceus.
A la hora de la comida lo perdió de vista y por la tarde volvió al hotel, donde también lo perdió hasta que pudo comprobar que recibía de mano de la recepcionista su invitación para aquella noche. Estudió atentamente la reacción del chico, que negó con la cabeza y se dirigió a la chica.
—¿Quién le ha dado esto? —preguntó en perfecto francés.
—No puedo decírselo, señor. Me ha pedido expresamente que no lo hiciera.
—Me da igual lo que le haya dicho, yo le pago el doble. ¿Quién es?
La muchacha se rió por lo bajo.
—No hay dinero de por medio, señor —le dijo —No aceptamos dinero extra por hacer nuestro trabajo. No puedo decirle quién ha sido.
—¿Es alguno de los diseñadores?
—No lo sé.
Alan puso los ojos en blanco y miró de nuevo la invitación, que simplemente le pedía que acudiera al restaurante del hotel aquella noche a las nueve. Impreso, para no dar pistas. Alan chasqueó la lengua con fastidio.
—¿Es un hombre? ¿Una mujer? —insistió el chico.
—No lo sé, señor.
Alan bufó y se marchó de allí. No tenía tiempo para tonterías, de todas formas aquella noche ya tenía planes.
Arceus enseguida comprendió, por el lenguaje no verbal del chico, que la mujer había hecho su trabajo y no le había dicho nada. Pero entonces cayó en la cuenta de que, así como era el chico, podía ser que no acudiera a la cita. ¿Debía llamar a Jane? Pero pensó que prefería no hacerlo. Si aquella noche el chico no acudía, al día siguiente volvería a invitarlo. Y así hasta que accediera.
No obstante, y después de pasar toda la tarde de compras, Alan recibió la llamada de las dos amigas con las que había quedado para cenar, cancelando la cita. Una de ellas se encontraba mal y la otra no quería ir sin ella. Alan colgó el teléfono, enfadado, y se quedó mirando la invitación. Le fastidiaba mucho la incertidumbre. Se vistió rápidamente a las ocho y media y decidió bajar para decirle a quien fuera que no le gustaban las intrigas. Y se marcharía, claro que sí. O se sentaría a cenar en la mesa de al lado, solo.
Arceus ya llevaba un rato esperándolo, y por fin se sintió realmente nervioso. El elegante traje que Jane lo había convencido para que cogiera le era un poco incómodo a pesar de la innegable calidad extraordinaria. Pero no era eso lo que más lo alteraba. ¿Y si le decía que no? Sabía que le chico estaba enfadado, y además con él. Se llevó una mano al bolsillo para comprobar que la cajita seguía ahí. Cuando vio que el chico entraba en el restaurante y miraba alrededor con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Sí, estaba enfadado. No se había vestido con el esmero que se había esperado en él, pero le dio igual. En aquel momento no fue su naisha ni lo que le decía que ahí en el pecho había algo que quería con todas sus fuerzas que él le dijera que sí.