Al regresar a casa Alan pensó que debía hablar con Arceus, intentar animarlo, preguntarle cómo se encontraba. Pero no era capaz. Condujo como en trance y sólo era capaz de pensar en lo que no iba a poder ser. En que tenía que hacer una maleta para irse no sabía cuánto tiempo ni cómo y casi ni a dónde y dejar su atelier y todas sus cosas de un día para otro.
Entraron en casa y se fue directo al sofá. Se quedó sentado y se puso a pensar… No sabía en qué. ¿Las prendas que se llevaría? Él, casi con toda seguridad, no podría respirar en la atmósfera de Nagala. En el trabajo tenía muchos encargos pendientes aún. Sacudió la cabeza. Sintió que Arceus se sentaba a su lado y él se quedó mirándolo un momento. En realidad, como habían dicho su padre y su abuelo, el chico debería de haberse quedado en casa con ellos, bajo la vigilancia de los dos hombres por orden de los agentes que habían ido a buscarlo. Pero habían sido permisivos en exceso. Se habían fiado de lo que ati y peni les habían dicho y redicho, que él no se escaparía.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le preguntó Arceus.
—Te dije que opinaba que la inseguridad no servía de nada, ¿no? —le recordó —Debo estar contigo. Es lo menos que puedo hacer.
—Podrías quedarte aquí. Seguir trabajando. Seguir adelante… con lo planeado.
Alan cerró los ojos. Podría. Se imaginaba haciéndolo. Pero el dolor de no tenerlo, de que pasara demasiado tiempo… Negó con la cabeza. Si él fuera a ser juzgado querría tener a su marido con él.
—Mi deber es acompañarte —le dijo abriendo de nuevo los ojos —No me parece justo quedarme aquí como si realmente tú no estuvieras a demasiada distancia pasándolo mal.
Arceus se quedó unos instantes mirándolo, serio, pero luego parpadeó y sonrió. Le conmovía mucho la actitud del chico. Sabía que estaba teniendo mucho más de lo que se merecía, porque seguía pensando que todo aquello le había pasado por haberse comportado con Inek como un auténtico gilipollas. Y ahora Alan lo estaba pagando. Inek iba a tener que declarar cosas que tal vez no fueran ciertas por librarlo a él de algo que, en realidad, pensaba que se merecía. Sacudió la cabeza con pesar, pero le cogió la cara a Alan y le dio un beso en la mejilla.
Estaban en la cueva donde Henry tenía su nave habitualmente, solo que en aquella ocasión eran dos. Los dos agentes miraban con precaución a Arceus. Habían insistido en que lo correcto habría sido que el hombre viajara con ellos, pero todos se habían negado en redondo. Henry se mantendría todo el tiempo a una distancia correcta de ellos.
—De todas formas, por mucho que huyéramos, nos encontrarían allí a donde fuéramos. Estas naves tienen un localizador —dijo Henry por lo bajo. Le parecía absurda la insistencia de los agentes.
—Si os ocasionará menos problemas que yo… —empezó Arceus, pero Rick lo cortó enseguida.
—Cállate.
El chico decidió obedecer y sintió que Alan le cogía de la mano. Lo miró y vio que parecía un animalito asustado. No quería ni imaginárselo en Nagala, en su cuerpo humano, tan indefenso y pequeño para lo que era la fauna, la vegetación… incluso la arquitectura vaturiana. Suspiró. No quería ni imaginarse en lo preocupado que iba a estar constantemente por el chico. Miró a Rick y vio que miraba a su hijo con la misma expresión de preocupación que debía lucir él. Meneó la cabeza y se volvió hacia Chelesi y la niña. Arceus seguía preguntándose porqué venir toda la familia al completo. Jane y Karim hacía mucho que tenían planeado irse a vivir a Nagala, por eso Jane hacía meses que ya no trabajaba, pero pensaba que para la pequeña Jenny aquél era un cambio muy radical.
—Vamos a ir subiendo por parejas —dijo Henry —Primero lo haremos Koshia y yo.
Rick asintió sin decir nada. Pero se volvió hacia su hijo para cuando Henry y Koshia hubieron desaparecido dentro de la nave.
—Debes darte una oportunidad en la sala de transición que hay en la entrada de la nave —le explicó—Pero lo más seguro es que tú no puedas respirar en la atmósfera vaturiana. En ese caso deberás ir todo el tiempo con la máscara.
Alan escuchó atentamente lo que le decía el hombre. Lo tenía asumido. Suspiró y pensó que no debía decepcionarse si no podía respirar. Al fin y al cabo, su genética vaturiana era irrisoria. ¿Qué más le daba?
La trampilla se volvió a abrir y se miraron entre ellos. Rick se volvió hacia su hijo.
—¿Quieres que entre contigo? —le preguntó.
Alan miró a Arceus. Él le cogió la mano con firmeza y miró hacia la nave.
—No, yo estaré con él, vamos —le dijo.
—Si hay algo que no sepas hacer… o si necesitas ayuda, está Alas dentro —dijo Rick, como si no lo supieran.
Arceus miró al hombre con un gesto que esperaba que le dejara claro que debía preocuparse un poco menos y callarse algo más. Sabía que Alan estaba nervioso por todo aquello. Rick obedeció.
Entraron en la nave y se cerró. A los pocos segundos Arceus se quitó la ropa y respiró hondo. Su aire. Lo había extrañado tanto. Cambió casi sin pensarlo y se volvió enseguida para ver a Alan que había quedado empequeñecido, mirándolo boquiabierto. Arceus le sonrió, pero el chico se llevó una mano al pecho y empezó a toser. El chico se volvió rápidamente buscando la máscara y se la puso a Alan cuando este caía de rodillas al suelo. En cuanto estuvo ajustada y encendida el chico tomó grandes bocanadas de aire.
—Tranquilo, ya está —le dijo suavemente el chico. Le acarició la espalda y pensó en lo pequeño y delicado que le parecía ahora que era mucho más grande que él. Suspiró de nuevo y se volvió porque la puerta que daba al resto de la nave se abrió y apareció Alas con semblante preocupado.
Alan se quedó mirándolo también boquiabierto. Había que admitir que el hombre, con aquel par de cuernos, imponía un poco.