Estaban cerca de donde Alan había quedado cuando quedó claro que Tanik no podía seguir más. Bajaron a tierra y el chico se apoyó a un árbol, jadeando. Se deslizó hasta quedar sentado en el suelo. Arceus se quedó mirándolo, impotente y enfadado. No podía cargarlo, ¿debía ir a por Alan? Miró tras de sí y pensó en hacerlo. Dio un paso atrás cuando Tanik habló.
—No, espera —dijo.
Odiaba que le diera órdenes alguien que le importaba tan poco. Alguien a quien, de hecho, sí mataría sin pensárselo si no significara hacerle tanto daño a Alan. Vio que el chico se levantaba con mucha dificultad e intentaba seguirlo.
—¿Estás seguro de que puedes continuar? —preguntó Arceus.
Tanik permaneció con la cabeza gacha un rato, jadeando, hasta que tomó aire, se irguió y se quedó mirándolo fijamente.
—Vamos.
Arceus lo miró unos instantes, sintiéndose impresionado. Había oído que las gentes de las montañas eran muy espartanas y orgullosas, resistentes, pero le parecía que aquello era pasarse. Alan estaba para el arrastre y aquel chico no obstante había conseguido erguirse y seguir adelante a pesar de todo. Pero Arceus se dejó de cavilaciones y siguió camino sin mirar atrás, sabiendo que el chico lo seguía de cerca.
Llegaron a donde estaba Alan y el chico comprobó que su encantamiento seguía en pie y lo retiró. Se arrodilló al lado del chico y vio que estaba inconsciente. Le tocó la cara y ardía. Le palmeó la mejilla, pero el chico no reaccionó. Miró a Tanik, para ver si él podía hacer algo, pero simplemente se desplomó al lado de Alan y allí se quedó. Arceus se levantó y se quedó mirándolos, sin saber qué hacer. ¿Debía volver al poblado y pedir ayuda? ¿Irse a Narius y pedirle a los curanderos que lo ayudaran? ¿Que se los llevaran a un sitio a salvo? Sin embargo, no pudo darle muchas vueltas más, porque los espíritus de aquel bosque, que se le habían antojado almas inofensivas, le pedían que se marchara. Debía dejarles espacio, marcharse lejos, dejarlos estar. Ellos encontrarían el camino, decían. Eran sagrados, nadie les haría daño, le prometían. Arceus miró a su alrededor, desconcertado. ¿Cómo tanta seguridad? Y, ¿por qué debía irse y dejar allí tirado a su marido?
Sacudió la cabeza. Se dio cuenta de que en aquel momento no podía reclamar al chico como suyo. No tenía derecho. Dio un paso atrás y luego otro. Volvió a mirarlos y se le partió el corazón por tener que dejar a Alan allí. A Narius, se marcharía a Narius, donde estaban los demás, esperándolo. Se volvió y se marchó corriendo lo máximo que podía hacia su bosque.
Tanik se despertó y vio que se encontraba al lado del chico. Por fin. Se había arrepentido completamente de haberse marchado cuando se lo encontró en el bosque. Pero, ¿qué iba a hacer delante de Nasha y de toda aquella gente? Hizo un terrible esfuerzo por incorporarse, pero no podía sentarse ni levantarse. Pasó un brazo al otro lado del chico y quedó con su cara sobre la de él, observándolo.
Alan abrió los ojos. Algo le había hecho cosquillas en la cara y le había dicho que debía despertarse. Podía hacerlo. Delante de su cara estaba aquel chico, que lo miraba con una intensidad de la que no lo habría visto capaz. Alguien tan callado, tan discreto… Lo que lo había despertado eran las cosquillas que provocaron en su cara las plumas que llevaba colgadas de las orejas. Pero le dio igual.
Tanik se rindió y dejó caer su boca sobre la del chico. Alan se sorprendió por aquello y se preguntó porqué estaba pasando. Ah, sí, debía comulgar con aquel chico. ¿Y Arceus? ¿Dónde estaba él? Sintió que el chico le acariciaba el costado por debajo de la camiseta y cerró los ojos para disfrutar del gesto. El chico paró para quitarse los guantes que llevaba y volvió a acariciarlo y a besarlo, lentamente. Alan le cogió la cara y le respondió al beso de buena gana. No podía evitar pensar que aquel planeta estaba haciendo que se volviera loco. Él nunca había actuado así. Nunca había sido un chico fácil, pero ahora…
Tanik se quitó la capa de piel y la tiró al suelo a su lado. Tiró de la camiseta del chico hacia arriba y se la quitó. Repasó con los dedos los dibujos en la piel de Alan y fue consciente de lo importante que era ese chico que tenía delante. De lo afortunado que era él por tener a alguien así. Pero se dijo que aquello no podía importar ahora. Lo que realmente importaba era hacer aquello bien y conocer quién era en verdad, al margen de su piel. Se quitó rápidamente los innumerables collares de cuentitas que llevaba en el cuello, consciente de que estorbaban, y volvió a besarlo.
Alan era muy consciente de lo absurdamente rápido que empezaba a sentirse mejor según aquel chico lo besaba y pegaba su cuerpo al suyo. ¿Por qué lo único que hacía era desearlo más? ¿No importaba que estuviera casado y enamorado de otro chico? No, sólo quería más. Se terminaron de desnudar y Alan pensó que se moriría si el chico esperaba un segundo más en hacerle el amor. Lo volvió y lo penetró con cuidado a la vez que en su mente aparecieron imágenes que no supo apartar. Entendió que era la mente del chico, que igual que su cuerpo, estaban entrando en él a ráfagas imparables. Eran inmensos valles rodeados de una impresionante cordillera. Un paisaje hermoso hasta quitar el aliento, pero el cielo era aún mejor. El chico adoraba echarse en las praderas a ver las tres lunas de Nagala como si se le fueran a caer encima en cualquier momento. Un firmamento infinito plagado de estrellas y de mil colores. Podía pasarse noches y noches así, lloviera, nevara… Lo adoraba. Y adoraba a los animales. Nagala estaba llena de depredadores fieros e implacables y le gustaban todos, pero adoraba los animales de rebaño. Lo que en Kalare serían vacas, ovejas y cabras, en Nagala eran unos animales aún más mansos, casi amistosos, de unos colores que Alan jamás habría creído en unas criaturas así. De ellos sacaban sus capas y casi todas las prendas de su ropa. Con las pieles tejían collares y bolsas, con los huesos hacían colgantes y todos los abalorios que se colgaban de las joyas, herramientas. Y él, a diferencia de Arceus, se había criado cuidado por todos los habitantes del pequeño pueblo al pie de las montañas de Kimarai, Kirita. Pero al contrario de lo que se podría esperar, era un chico callado y solitario, pero con un corazón inmenso. ¿Qué pintaba un chico así con Koron y Nasha?