Alan respiró hondo y abrió los ojos. No había creído que librarse de su ati y su atiami le proporcionara tanto alivio. Se sentía incluso mal, pero estar en el bosque, a solas con Tanik y Arceus le había parecido un soplo de aire fresco. Siguió caminando en la dirección que había dicho Arceus hacía rato que debían seguir para llegar a Kugula y se conformaba con sentir los pasos de ambos tras él. Arceus seguía taciturno y esperaba poder volver a hablar con él a solas. ¿O debía hacerlo aunque estuviera ahí Tanik? Y luego estaba el silencioso chico, que desde que habían salido del poblado de Narius no hacía más que mandar mensajes poco discretos que Alan pensó que sólo se sucedían por descuido de él. Le daba lástima llevarse mal con él. No relacionarse más. Como Alan había advertido el día anterior, sentía unos celos asombrosos por Arceus pero sabía que él estaba por encima de eso y los ignoraba. Pero ahora los gritaba en su mente.
Alan siguió ignorándolo. ¿De verdad quería ir a Kugula? ¿Qué más le daba lo que la reina tuviera que decirles a los dos hombres? ¿No sería mejor irse a casa? Si Tanik quería acompañarlos ya verían como…
Mío.
Eres mío.
—¿Podrías contenerte? —le preguntó, enfadado.
En lugar de contestarle le envió imágenes de Arceus y él entrando en su tienda y saliendo juntos aquella mañana.
—Es mi marido, te joda o no —le contestó de mala manera. El chico lo estaba sacando de quicio.
—Vamos, ese paso de tortuga tuyo me está aburriendo —dijo de repente Arceus, provocando al chico y poniéndose a correr delante de él.
—¡Espera, no puedo seguirte! —le dijo Alan.
—Por supuesto que puedes, y ya es hora de que vayas haciéndolo.
Y dicho esto aceleró el paso y se perdió entre los árboles. Alan paró y se quedó escuchando para saber de qué era capaz en cuanto a oído. Le pareció oír cómo los pasos del chico se alejaban, pero no estaba seguro de si… Las ruidosas pisadas de Tanik y el sonido de sus collares le taparon completamente el sonido que pudiera quedar de la carrera de Arceus.
Se volvió enfadado hacia él.
—¿Podrías ser más silencioso? —le preguntó Alan con fastidio.
El hombre enarcó una ceja, elocuente.
—Vale, no me refiero al hecho obvio de que no hablas nunca, si no a esto —le dijo, señalando sus collares y su calzado.
El chico se miró un momento y luego lo miró a él. Dio un paso adelante y Alan sintió la intensa mirada del chico sobre él. Se puso nervioso y se marchó detrás de Arceus. Se sentía torpe, pero se forzó a correr más y más, hasta que empezó a sentir en la cara algo parecido a lo que sentía cuando iba a la espalda del chico.
Oía los pesados pasos de Tanik tras él. Pero los ignoró, siguió corriendo hasta que Tanik le advirtió de que había dejado de oír los pasos de Arceus y en ese preciso instante el chico apareció de repente delante de Alan. Acababa de saltar de un árbol y Alan gritó, asustado.
—Sorpresa —dijo Arceus con una sonrisa.
—¿Te parece lo más apropiado para alguien que está aprendiendo? —le preguntó con enfado Tanik, que salió de detrás de Alan.
La sonrisa se congeló en el rostro de Arceus.
—Tenías que hablar precisamente ahora…
—Vale, está bien, parad los dos —dijo Alan, aún con el corazón latiéndole con violencia —Me he asustado, lo admito, pero no hace falta que te enfades.
Tanik se quedó mirándolo con enfado y Arceus decidió ignorarlo.
—No he podido evitarlo, a los nariavi nos encanta subirnos a los árboles.
—No pasa nada, vamos —dijo Alan, continuando la marcha.
Le llegaron los pensamientos de Tanik, que echaba en cara al chico haber asustado a Alan y le seguían una serie de palabras que él prefirió ignorar.
Aquella noche Tanik pudo percibir unos pensamientos en Alan que lo dejaron muy desconcertado. El chico estaba cerca de un claro observando el hermoso cielo nocturno mientras Arceus se había marchado a cazar. Y estaba pensando en una operación que quería haberse hecho de no haber tenido que ir a Nagala. Pero aquello era imposible, Tanik sabía que aquello podría representar incluso insultar a la diosa.
—Pues me da igual vuestra diosa —pensó Alan —No sabes la ilusión que me hace. Estoy deseando volver a la Tierra.
Luego se puso a pensar en una ceremonia en la que aparecía un chico humano rubio y de ojos grises y Tanik comprendió al instante que era Arceus. Habían bailado, bebido, reído… Y muchas más cosas que el chico no quiso ver. Sacó su antara de nuevo y se puso a tocar. Alan cerró los ojos y se apoyó en un tronco.
—Me encanta —le dijo.
—Me alegro.
El chico siguió tocando hasta que se aproximaron los pasos de Arceus y Alan sintió que Tanik se lamentaba de su presencia. Lo ignoró y se fue con Arceus a hacer la cena.
Así estuvieron varios días. Alan corría de cada vez mejor y empezó a sentir un vigor que no había sentido cuando se internó por primera vez en el bosque. Al entrar de nuevo en el bosque de Kugula algunos animales amistosos empezaron a sentir curiosidad por él. Algunos eran como pequeños roedores, parecidos a conejos, y otros felinos un poco más asustadizos. Tanik no escatimaba en información sobre cada uno de ellos, su forma de relacionarse, de reproducirse, de cazar, el qué y cómo…
—Te encantan —le dijo Alan con una sonrisa después de lo que creyó que era el discurso más largo que le había soltado desde que lo había conocido.
—Me apasionan —dijo casi como una disculpa y sintió el remordimiento. La duda de si lo había estado aburriendo.
Alan se rió y le cogió una mano para tranquilizarlo.
—Descuida, es una información muy interesante. Me gusta. Creo que en Kalare serías todo un etólogo.
Pero como en aquel momento Tanik sólo prestaba atención al gesto del chico, Alan decidió dejarlo atrás, incómodo.