Al encontrarse en la calle, Alan miró a su alrededor.
—¿No vendrías conmigo a dar una vuelta? —preguntó.
Sintió el entusiasmo de Tanik y lo tomó como una respuesta.
—Me marcho a comprar algunas cosillas, ¿dónde nos encontramos? —le preguntó a Koshia.
Esta lo miró algo desconcertada.
—No creo que esa fuera la idea de Alas, Alan —le dijo.
El chico se encogió de hombros.
—Quiero pasear un poco, iré con Tanik, no nos perderemos —le dijo, y dicho esto le cogió la mano al chico, pillándolo desprevenido y se perdió entre la gente.
Chelesi se quedó viéndolos desaparecer con la boca entreabierta de asombro. Miró a Koshia.
—Este no era el plan —dijo, cabreada. Miró a su alrededor y se acercó a Jenny, que la miró, interrogante —Si quieres vamos a algún sitio donde puedas sentarte.
—Koshia, da igual —dijo Chelesi con una sonrisa —Vamos nosotras también a dar una vuelta. Podemos encontrar cosas interesantes que comprar.
La mujer miró a su alrededor de nuevo con desconfianza.
—No todo es bonito por aquí, ya lo ha advertido Karim.
—Bueno, mantengámonos por territorio seguro, a lo mejor hasta nos encontramos con la parejita.
Y la chica se rio, mirando a Jenny, que también se rio.
—Vaya dos —opinó Koshia, echándose a andar al lado de la chica y la niña.
Chelesi sonrió, pero prefirió no decir nada. En parte, sólo en parte, podía entenderlos perfectamente.
Alan se rio por lo bajo con satisfacción cuando apretó el paso entre la gente con la mano de Tanik firmemente sujeta en la suya.
—Te has marchado sin más —le reprochó el chico, pero estaba igual de contento que él.
Alan lo miró con una sonrisa ladeada.
—¿Y?
Se encaminó hacia una parte concreta del mercado en el que había visto la ropa. Le daba igual que él tuviera que comprarle cosas caras. Cuando se marcharan a Kalare él le compraría al chico todo lo que quisiera y más. Pero antes de llegar a ese punto se paró en seco para mirar el puesto de una anciana que tenía productos de maquillaje. Alan soltó la mano del chico de golpe para acercarse.
—¡Guay, cuántas cosas! —dijo.
Había unas ampollitas de colores que se imaginó que sería esmalte de uñas y le preguntó a la anciana.
—Pintura de uñas —contestó al mujer —Llévate tres y te regalo el cuarto. Aquí tienes lápiz de ojos y pintura para los labios.
Alan sonrió y pensó que debía ser de poco fiar, pero se volvió a Tanik, que se había puesto a su lado.
—Coge lo que quieras —le dijo.
El chico obedeció y cogió cuatro esmaltes con su correspondiente cepillo para pintarse, un pintalabios y dos lápices de ojos, pero Tanik se dio cuenta de que la mujer sólo le metía tres ampollas de pintauñas en la bolsita de tela. Pagó.
—Gracias por la cuarta y quinta ampollas, hablaré de lo generosa que sois —le prometió Tanik con un saludo cordial.
Alan lo miró, boquiabierto, pero para cuando la mujer se puso a gritarles improperios, Tanik ya le había vuelto a coger la mano y se lo llevó corriendo de allí, riéndose.
—No me lo puedo creer, ¡le has robado a una ancianita! —le reprochó enseguida.
—Te equivocas, ella te había robado el cuarto esmalte primero, toma —dijo, parándose en un callejón poco transitado, jadeando.
Le dio la bolsa al chico y comprobó que lo que le había dicho Tanik era cierto, pero el chico sacó de su capa las otras dos ampollas que había robado y un bonito espejito.
—¡Gracias! —dijo Alan.
—He cogido los colores al azar, espero que te gusten —dijo el chico tímidamente, encogiéndose de hombros.
Alan se fijó y vio que había uno de un morado oscuro con brillo dorado que le encantó. Nunca había llevado un color así, pero le sorprendió que le gustara tanto. En lugar de contestar se sentó en el suelo y lo abrió con cuidado. Metió el cepillito y comprobó lo bonito que era el color y procedió a pintarse.
—Me encanta.
—Me alegro, como siempre.
Cuando hubo terminado sacó el bello espejito y le pidió a Tanik que se lo aguantara a la altura de su cara y se pintó los ojos como solía hacer cada día para ir a trabajar. Luego se dio un poco de color en los labios y lo guardó de nuevo todo en la bolsa. Se puso de pie.
—Ya me siento mucho más yo —dijo animado.
Tanik se quedó mirándolo un momento y Alan se rió.
—Sí, me maquillo cada día para ir a trabajar —le dijo —Gracias, en Kalare te lo compensaré.
—No tienes que compensarme nada. De hecho… tengo otra cosa para ti.
—¿Qué? Pero si yo no he podido comprarte nada.
—Me da igual. Además, esto no lo he comprado, llevo días haciéndolo. Es el cuerno que estaba tallando. Para ti.
Alan lo miró, asombrado.
—¿En serio?
Tanik buscó en sus bolsillos de la capa en lugar de contestar y sacó la talla, que constaba de un corazón con una daga clavada en él. Alan no podía creer lo que veía. En lugar de cogerlo, sacó un brazo de la capa y se arremangó la manga izquierda y le enseñó a Tanik el pequeño tatuaje que se había hecho con dieciséis en la muñeca, que consistía en un corazón con una daga clavada. En aquel momento el tatuaje se veía poco por el cambio en el color de la piel de Alan, pero allí seguía.
—¡Es mi tatu! Gracias.
Tanik parpadeó, confundido. No necesitó hablar para que Alan supiera que el chico había desconocido que él tuviera ese tatuaje.
—¿No lo sabías? Alucina —dijo, mirando con más ilusión si cabe el regalo del chico. Lo cogió y vio que había quedado suave al tacto, y la empuñadura de la daga tenía ciertos detalles impensables en una talla de aquel tamaño. Tanik la había hecho terminar en un círculo del que había colgado una cuerda para que Alan pudiera llevarlo al cuello.