Al día siguiente, al despertar, ni sabía dónde estaba, ni qué hora era, ni de quién pertenecía el cuerpo que estaba pegado a él en la cama. Se giró como pudo para no caerse y vio que se trataba de Tanik. Entonces recordó la noche anterior. Las lunas, el cielo estrellado, la pelea con Arceus. Se llevó una mano a la cara. Tanik estaba soñando con un animal muy grande que parecía un toro que intentaba embestirlo pero que en realidad era su forma de jugar con él. Alan se sentó en la cama y se giró para mirarlo. Él se acomodó mejor y siguió durmiendo.
Salió de la habitación y encontró que la posada seguía bastante silenciosa. Bajó a la taberna y preguntó al vaturiano que los había recibido el día anterior, detrás de la barra.
—Buenos días —lo saludó con una sonrisa sincera.
—Pues no sé qué decirle, no sé qué hora del día es —admitió Alan.
—Pasado el mediodía. Los demás hace rato que se levantaron —le explicó —Están fuera.
—Buenos días —le dijo Alan, y salió fuera.
Hacía fresco, pero allí, en la placita del pueblo estaba Jenny corriendo detrás de Karim y Chelesi se los señalaba a Ninath, que los miraba con curiosidad.
—Por fin te has levantado —le dijo su ati, acercándose a él.
Alan suspiró, pero se quedó mirando a su alrededor. ¿Qué habría hecho Arceus? ¿Se habría marchado? No lo vio por ningún lado.
—Se quedó en un pajar que hay por aquí cerca, volvió hace un rato. Está durmiendo —le dijo Inek.
Alan lo miró, pero no quiso decir nada. Se imaginó que la discusión de la noche anterior la habían presenciado todos, no había mucho que decir.
—Creo que entre Tanik y yo le dejamos las cositas claras —opinó Inek con una sonrisa, mirando a Chelesi.
—¿Qué le hicisteis? —preguntó Alan, alarmado.
Inek se encogió de hombros.
—Yo sólo hablé educadamente con él —le dijo.
—Mentira, me ha dicho varias veces que quieres cortarle los huevos —se quejó Alan. Se esperaba lo peor.
—Pero voy a ir pasito a paso —dijo Inek con calma —He hablado con él, afilé el cuchillo en su presencia, lo advertí. Si no me hace caso, probará la hoja, y si vuelve a desobedecerme, zas.
Alan puso los ojos en blanco.
—Eres imposible, papá.
—No, no soy imposible —dijo Inek —Oye, deberíamos hablar.
—¿Sobre cortes?
—No, yo tengo muy claro cómo tengo que hacerlo. Hablo de algo más serio e importante.
—Dispara —dijo Alan, sin mucho interés.
—Ven —le pidió el hombre, entrando en la taberna de nuevo.
El chico les echó un último vistazo a los demás, que estaban repartidos por la plaza hablando y riéndose y luego siguió a su ati. Lo encontró sentado en la misma mesa del fondo en la que habían cenado la noche anterior.
—Te he pedido desayuno, ven a sentarte —le dijo, señalándole el banco a su lado.
Alan obedeció.
—Oye, hijo, hay algo que debes saber —le dijo. Alan se asustó un poco al verlo tan serio —Se lo dije anoche a Arceus porque creo que ocultarlo más tiempo está provocando problemas entre vosotros. Y no quiero.
—No sé qué podría ser, pero vamos, dispara.
Inek suspiró.
—Sé que esto va a ser difícil. Pero es así, ¿vale? Y vas a tener todo nuestro apoyo, no te faltará ayuda, y…
—Para, papá. Necesito que lo sueltes ya.
Se estaba asustando y no sabía qué esperarse. Pero Inek tenía mucho miedo de estar sometiendo al chico a demasiada presión y responsabilidad. Cogió aire y lo soltó despacio, mirándolo.
—Tanik, Arceus y tú sois la Tríada.
Alan se echó hacia atrás, mirándolo muy sorprendido.
—Dicho por la reina, ¿vale? —dijo Inek, levantando las manos —Esperamos que aquí nos puedan dar más respuestas, pero lo de tu piel y el hecho de que tengas a dos personas contigo… Da a entender que puede que seas ese híbrido. Y que debas preservar el reinado de Lini junto a ellos… aún no sabemos cómo.
Alan miró a la mesa. ¿Cómo era posible lo que decía su padre? ¿Cómo se esperaba que eso fuera así?
—Me quiero ir a casa —dijo con un hilo de voz.
Inek suspiró, se pellizcó un momento el puente de la nariz y luego se dispuso a contraatacar.
—Escucha, te he dicho que te ayudaremos en lo que podamos. Pero si esto es así, tú no puedes irte a casa sin más. Debes hacer lo que se espera de ti.
Arceus llevaba un rato al pie de la escalera, escuchando. ¿Debía acercarse? ¿Lo querría Alan cerca?
Mientras tanto se acercó el vaturiano y le dejó una bandeja con comida a Alan con una bondadosa sonrisa en la cara. Lo vio a él y le preguntó, pero aún así, Alan no lo miró. Aceptó el desayuno y se acercó a la mesa. Dio un golpecito con el puño, tímidamente, pero sólo Inek lo miró.
Alan se masajeó las sienes un momento y lo miró. Pero fue como si no lo viera, Arceus se dio cuenta. Volvió la vista a su ati de nuevo.
—Esto es muy fuerte, ¿lo sabes? —le preguntó.
—Lo sé —dijo Inek.
—Yo no puedo convencer a nadie de que la reina es quien debe reinarnos, ¿yo que sé? Es que ni la conozco.
Inek levantó una mano.
—Lo sé. No te he contado esto para que te estreses, si no para que vayas sabiendo que confío en ti, que sé que eres capaz de cargar con esto. Pero aún debemos investigar. En mi opinión, ya tendrás tiempo de agobiarte.
Alan miró su desayuno y se puso a comer lentamente, pensativo. Poco después, Arceus también recibió su comida e Inek pensó que le tocaba retirarse. Le puso una mano en el hombro a su hijo.
—Os dejo intimidad. Estate tranquilo, por favor —le pidió a Alan. Luego miró a Arceus— Y tú… No vuelvas con las mismas de siempre, llevas más de un día sin comer. Y sabes que ya está afilada, no la cagues más.
Dicho esto salió fuera. Alan lo siguió con la mirada y luego apartó de sus pensamientos lo que acababa de contarle su ati para centrarse en lo que acababa de decir. Dejó el cubierto, enfadado.