Dos días más tarde avistaron a lo lejos otro barco que se dirigía hacia ellos.
—¿Puedes ver cuál es?—preguntó Allan.
Tirina estaba en proa mirando fijamente desde lo que el chico habría jurado que era un catalejo, pero algo más sofisticado y avanzado. La chica por fin lo bajó después de haber tenido mucho rato en vilo a la gente de su alrededor.
—Parece el Amanecer Saralés.
—¿Qué es eso?
—¿No estábamos hablando de barcos?
Allan resopló, algo exasperado.
—Es el barco en el que seguramente viaja Paraksh—dijo Kulush, tan serio como siempre.
El chico se volvió a mirar el pequeño puntito del horizonte.
—¿Estamos cerca del archipiélago?
—Sí, tal vez en tres días podríamos estar ahí—dijo Tirina, cerrando su catalejo con una sonrisa.
—Bien, pero si nos cruzamos con este hombre tal vez deba saber que somos la Tríada. Al fin y al cabo íbamos a ir a verlo a él en primer lugar.
Tirina asintió y se quedó mirando pensativa el navío lejano. Luego le tendió el aparato a Kulush.
—Seguid vigilando el barco y todo el perímetro—ordenó.
El hombre asintió.
Cuando varias horas más tarde tuvieron el barco a su lado, Allan se quedó impresionado al ver lo grande que era. Constaba de más de diez metros más de largo y poseía unas velas inmensas que hacían parecer el Joya un pequeño barquito. Y como Alas pudo leer en el casco, efectivamente se trataba del Amanecer Saralés.
Después de varias maniobras tendieron una pasarela de un barco a otro y Paraksh subió a bordo del Joya acompañado de dos sirvientes. A Allan le recordó mucho a la indumentaria que llevaba Nex en Karish, con la única diferencia de que aquel señor iba algo más abrigado, como si Saralia fuera un país más frío que el desierto de Muruma.
—¡Bienvenido al Joya de la Diosa, señor de Padaria!—saludó Tirina con tanto entusiasmo como siempre.
—Padaria es… digamos que la capital del archipiélago de Saralia—explicó Tanik.
Allan se quedó expectante a que el hombre terminara de llegar y mientras tanto Arceus se colocó a su lado, silencioso como siempre.
—Gracias...—dijo Paraksh, dubitativo.
—Tirina-Mun-Narashi—se presentó.
—Gracias por la bienvenida, Tirina. Me consta que estás transportando a la Tríada en su misión por Nagala.
—En efecto, aquí los tiene—dijo, girándose y señalándolos con una sonrisa triunfal.
Los tres chicos dieron un paso al frente y se presentaron ante el señor. Inek y los demás los observaban de cerca.
—Ahora mismo nos dirigíamos al archipiélago, esperábamos arribar en unos días—anunció la chica con una pizca de orgullo.
—Pues me temo que ya no será necesario—dijo el hombre.
Allan se fijó en que parecía un hombre de mediana edad, más parecido a Alas que a un chico joven como Nex.
—¿Por qué, señor?—preguntó.
—Verás, yo me dirijo a Sin—dijo el hombre—Voy a defender el honor de Su Majestad Lini y el papel de la Tríada lo mejor que pueda. Así que ya no os vale la pena pararos en el archipiélago.
—Entonces… ¿seguimos hacia Aleya?—preguntó Allan.
Paraksh meneó la cabeza, considerando su respuesta.
—He recibido varias visitas antes de decidir marcharme. Se dice que en la península de Aleya ya quedan pocos o incluso ningún señor. Nos estamos movilizando todos hacia la capital de Nagala.
Allan se giró para mirar a su ati y a su atiami en busca de ayuda.
—Entonces…
—¿Tal vez sugiere que también deberíamos emprender camino hacia Sin?—preguntó Arceus.
—¿Quién os ha dicho que vayáis en esta dirección?
—Celesia y Tai, de la corte de Kiriana—contestó enseguida Allan.
Paraksh se quedó otro instante pensando.
—No voy a llevarles la contraria… Tal vez os interese viajar un poco más, pero yo de vosotros no me adentraría mucho en Aleya, allí hay mucho opositor y no os vale la pena. Creo que seríais más útiles en Sin.
Tirina asintió con decisión.
—Está bien—dijo—Llegaremos al puerto de Aleyuska y seguramente nos aprovisionaremos y atajaremos hacia Sin.
—Lo tienes muy claro—dijo Arceus.
—Creo que es lo más sensato—dijo, seria por una vez—Y yo no quiero mi barco más tiempo del necesario en ese puerto si saben que llevo a la Tríada, es peligroso.
—Y…—intervino Alas—¿No sería… tal vez… más inteligente aprovisionarnos en Padaria y volver?
—Sin duda—contestó Paraksh.
Tirina abrió mucho los ojos, claramente sorprendida.
—No ir a Aleya…—dijo, y no supieron si para ella o para alguien en concreto.
Allan miraba a todos, expectante.
—Yo me marcho, sigo camino a Sin—anunció Paraksh—Mucha suerte.
—Muchas gracias por su breve visita, señor—dijo Tirina, aún distraída.
Cuando el hombre estaba a punto de subirse a la pasarela para regresar a su barco se volvió de nuevo hacia ellos.
—Debo avisaros de que… en estos días… es peligroso navegar por estas aguas. Y más teniendo en cuenta que ahora mismo hay más señores de Nagala viajando que en sus países. Y estáis cerca de países opositores… id con cuidado.
Dicho esto se subió a la pasarela y se marchó. Tirina los miró y luego se forzó a reír.
—Bueno, las advertencias son buenas…—dijo—¡Vámonos!
—Aguarda, ¿a dónde?—preguntó Allan.
Ella lo miró un momento y luego observó el Amanecer Saralés empezar a moverse a su lado.
—Vamos a hacerle caso y acerquémonos a Saralia. Nos aprovisionamos, compramos, si queréis echáis el día ya que es un lugar que está a favor vuestro… Pero luego nos marchamos echando humo hacia Sin.
—¿Crees que es prudente?—le preguntó Inek.
—Tendrá que serlo, no tenemos suficiente comida para llegar a ningún lugar más lejano—dijo la chica.
Pero tres días después, cuando les estalló una tormenta, se olvidaron completamente de lo que era más prudente o lo que no. Allan y su familia fue enviada a sus camarotes y tenían estrictamente prohibido salir a cubierta. Pero ninguno era capaz de quedarse encerrado en su camarote, así que se metieron todos juntos en el salón y allí estuvieron todo el tiempo que duró la tempestad. Desde arriba les llegaban los gritos de la chica que enviaba órdenes a diestro y siniestro a uno y a otro. Y así durante unas horas que se les hicieron interminables.