Jane parte 3. La Tríada

Capítulo 22

Tirina era muchas cosas: inquieta, ruidosa, indiscreta, bromista… Pero cuando debía apoyar a alguien, cuando alguien la necesitaba, estaba ahí. Y en aquel caso era Kulush. Él siempre había sido su mano derecha, otra extensión de su cerebro que le había ayudado en muchas ocasiones a tomar buenas decisiones en alta mar. Era su sentido común. Y en aquel momento la necesitaba y mucho. Sabía perfectamente que su nanit Munai siempre había sido su gran debilidad. Siempre había querido protegerlo. Y ahora creía que le había fallado. No servía de nada que ella le insistiera que no era así, que había sido su destino y que nadie lo habría podido evitar. Y así llevaban varias horas en el hospital. Tirina sólo lo había dejado para ir a desayunar puesto que había salido de casa de Ninia sin probar bocado. Y ahora estaba intentando convencerlo para que dejara de torturarse y fuera con ella a casa de la mujer a descansar. Le costó varias horas más, pero para el mediodía, por fin salieron del hospital y se encaminaron hacia Kugula.

Cuando Tirina vio que en la entrada de la casa había cuatro guardias se quedó mirando fijamente la vivienda, pensativa. Sin duda, algo había pasado. No sabía si aterrizar e intentar entrar.

—Espérame aquí, por favor—le pidió a Kulush—Si ves que la cosa se pone chunga, intervén, si no, mantente al margen.

El hombre la miró serio y asintió.

En cuanto la chica posó los pies en el suelo delante de la puerta dos de los guardias cruzaron las lanzas ante su cara y los otros dos se quedaron a ambos lados de la chica, mirándola ceñudos.

—¡Jane!—llamó.

La puerta se abrió enseguida y se asomó un angustiado Inek, seguido de Jane.

—Tirina, debes irte—le dijo el hombre.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién os ha dejado guardias en la puerta?

—Koshak—contestó Inek.

—¿Cuándo ha estado aquí? ¿Por qué ha…?

—No es momento de explicaciones—la cortó Inek con un ademán de su mano—Va tras los chicos y la reina.

—¡Pero no vayas, puede ser peligroso!—le pidió Jane, angustiada.

—Y si no va ella, ¿quién va a avisar a Allan?—le preguntó Inek, alterándose con la chica—Ella es la única que puede.

—Por supuesto, ¿a dónde han ido?—preguntó Tirina sin perder tiempo.

—A Kimarai, pero no sabemos dónde exactamente—explicó Inek—Se supone que allí hay un altar en honor a la diosa y habrían ido allí a invocarla.

Tirina abrió mucho los ojos.

—No soy una experta en geografía, Inek, pero juraría que Kimarai es muy grande. ¿Cómo pretendes…?

—Busca su aura, debes intentarlo, Koshak…—empezó Alas más atrás, claramente muy nervioso.

—Está bien, está…—empezó la chica.

—¡No les hagas caso, pueden salir mal muchas cosas!—le gritó Jane.

—No pasa nada, Kulush está conmigo—le dijo la chica, sonriéndole para infundirle confianza.

—Nosotros no podemos hacer nada—se lamentó Inek.

Tirina miró a los guardias y pensó que por un momento podría intentar enfrentarse a ellos, pero no había tiempo para eso y por otro lado podría iniciar un enfrentamiento innecesario en medio del poblado.

—Cuídate, preciosa—le dijo a Jane y emprendió el vuelo hacia Kulush—Debemos irnos, la Tríada está en peligro, vamos.

—¿Por qué, papá?—le preguntó Jane cuando el hombre cerró la puerta—Ya ha estado a punto de morir una vez, ¿por qué la envías a…?

—Es tu hermano—le recriminó el hombre—Entiendo que no quieras que le pase nada a nadie, pero se trata de tu hermano y no está advertido de que ese loco va tras ellos. ¿No lo entiendes?

Jane soltó aire, exasperada. No poder hacer nada la estaba alterando demasiado.

 

 

 

Como no sospechaban nada, Lini había decidido tomarse las cosas con algo más de calma, y aquella mañana dejó que la Tríada durmiera hasta tarde. Ella, mientras tanto, se fue al bosque a cazar algo para desayunar.

Cuando por fin se despertaron el sol ya estaba muy alto en el bosque y el aire olía a carne asada que estaba preparando la reina en la hoguera. Los chicos se miraron entre ellos algo sorprendidos, pero no le hicieron ascos a la comida. Estuvieron un rato comiendo en silencio y finalmente Arceus se armó de valor y le formuló una pregunta que llevaba mucho tiempo rondándole la cabeza.

—Lini… Me gustaría saber…—empezó.

La mujer levantó la cabeza, masticando despacio y lo miró con curiosidad.

—¿Cuál habría sido mi condena en el juicio?

Allan levantó la cabeza de su comida de golpe para mirar primero a la reina y luego a su mashi. ¿Por qué quería saber aquello ahora? Lini sonrió y bajó un momento la mirada.

—Te iba a condenar a cinco años de servicio. Habrías tenido que permanecer aquí conmigo, trabajando en la corte para mí, y Allan tendría que haber vuelto a Kalare de inmediato. No serías un prisionero exactamente, pero… Casi.

Arceus se quedó mirándola e intentó imaginarse lo que habría pasado. Allan marchándose de regreso a la Tierra y él teniendo que quedarse allí. Cinco años. Demasiado tiempo. No se atrevía a mirar al chico para saber qué pensaba.

Allan también bajó la mirada, pensativo. No quería intentar imaginarse la escena. Dejando a Arceus allí… No, no era el momento de pensarlo.

—En cualquier caso, nos guste o no, el trío de Kimarai en aquel momento te fue muy oportuno—dijo Lini con una sonrisa mirando a Tanik.

El chico se sintió algo culpable porque no le gustaba recordar la forma en que conoció a los dos chicos, sin embargo tuvo que recapacitar y darse cuenta de que en el fondo, su intervención había sido muy ventajosa para Arceus.

Y para mí—añadió Allan.

¿Por qué? Tú aún eras humano.

Por eso.

Tanik vio que Allan rememoraba la petición e insistencia de Koron en que tanto Allan como Jane y Jenny fueran cambiados. Un error, una ventaja. Un todo, porque de no cambiar, el híbrido de la leyenda nunca habría estado allí para intervenir.




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