Han pasado aproximadamente veinticinco años desde la última vez que la ví. Aún recuerdo todo de ella, menos su compañía, es como si se hubiera perdido en el camino.
En todo este tiempo terminé el secundario y universidad, luego formé una familia con la cual convivo en la actualidad. Sé que mi familia no está completa porque falta alguien, alguien que extraño desde que tengo dieciséis años.
Me acuerdo de la primera vez que la conocí. Ese verano, me había escapado de mi casa con el objetivo de buscar tranquilidad, cosa que después de todo, si la encontré. Como mejor lugar había ido a un campo de girasoles, ya que me había cansado de pedalear y pensé que nadie estaría allí. Camine entre los girasoles hasta que escuche una dulce voz que recitaba, “Mi corazón gira alrededor del sol tal como la flor que amanece al son de ese atardecer, aquella abeja aprecia ese girasol, su perfume atrae, la abeja le da un beso, toma de su mano, se lleva conocimiento. ¡Oh! ¡Ese sol resplandeciente! Toca mi alma y de ella mi alma suspira el son de su reflejo, de sus pestañas que son los reflejos allá en el horizonte. Ríe y calma, su cantar da un atar, oleajes que asignan seguridad y tranquilidad. Aquella abeja se pierde, ¡oh se pierde en cada pétalo de su girasol!”.
Sus ojos azules estaban perdidos en el cielo, hasta que mi celular empezó a sonar y se percató de mi presencia.
– Discúlpame no te ví–dijo mientras sonreía dulcemente.
–Tranquila no sucede nada–intentaba ocultar mis nervios.
De golpe su mirada se posó en mi pecho, había entrado en una especie de trance aquella muchacha extraña.
– Estás triste–habló seria.
– Claro que no –le negué
– Claro que sí, está feo mentirle a una persona que ni siquiera conoces– hizo un puchero mientras demostraba un pequeño enfado en su rostro– Qué te parece si hablamos un poco de ti y luego un poco de mí, así nos conocemos y me cuentas qué te pasa.
Me quedé pensando un buen rato en su trato. Después de unos cinco minutos transcurridos acepté su propuesta amistosa, luego de todo, desahogarme con alguien no me haría daño.
Ella se presentó, yo me presenté, hablamos de muchos temas hasta que tocamos con profundidad. A partir de aquel día, nos volvimos muy cercanos, para así establecer como punto de reunión el campo de girasoles.
A mi pequeña hija todas las noches le cuento sobre los devoradores de almas y de cómo conocí a una que era muy diferente a los demás. A veces hay noches en las que pregunta por que dejé de buscarla, y es porque me cansé. Entendí que capaz no la vería nunca más, que se escapó o que falleció.
Sin embargo, sus enseñanzas perduran en mis entrañas. Siempre y por el resto de mis generaciones quiero que la historia de los devoradores de almas que buscan corazones enojados, tristes y corruptos continúe. No solo como una fantasía, sino también como prevención.