Capítulo 10 — Donde el agua recuerda
El aire del bosque cambió cuando ellos cruzaron el umbral. El sendero de musgo los llevo a un claro custodiado por piedras de amatista y obsidiana negra, dispuestas en círculo perfecto, como si la tierra misma las hubiese sembrado. En el centro, una cascada descendía desde un acantilado de cuarzo, su agua cayendo lenta, transparente, casi pensativa. Cada gota parecía recordar.
Anirak sintió que el suelo bajo sus pies latía. Dev cerró los ojos; podía oír el pulso del mundo, un rumor de antiguas promesas quebradas, un eco que lo llamaba por su nombre verdadero, el que sólo el agua conocía. El templo respiraba. Y en su respiración, la magia despertaba.
“Pregúntale”, murmuró ella, apenas moviendo los labios.
Dev asintió, con los ojos llenos de un respeto que dolía.
Entonces el agua habló. No con voz, sino con luz. Un resplandor ascendió desde el fondo del estanque y los envolvió en un vapor cálido que olía a flores abiertas y a piedra húmeda.
“He guardado en mis memorias la cura y el amor”, susurró el agua.
“Pero sólo quienes se recuerdan a sí mismos pueden leerme.”
Dev extendió la mano, y Anirak hizo lo mismo. El contacto de sus dedos sobre la superficie líquida fue como tocar un corazón vivo. El agua cambió de color, tornándose rosa profundo. Las amatistas vibraron. Las obsidianas despertaron su fuego interior. El aire se volvió un puente entre sus almas. Y en ese instante, el agua comenzó a recordar.
De pronto, visiones brotaron como reflejos en espejos líquidos: ellos, en otra vida, bajo la misma cascada, compartiendo risas y lágrimas, preparando remedios juntos, sosteniendo un amor que nunca se extinguió. La Piricura, en su mente, esparcía su polen, mezclando memoria y pasión, mientras la luz del templo se derramaba sobre sus cuerpos.
“No se cura lo que está roto,” murmuró el agua, “se recuerda lo que nunca dejó de estar completo.”
Anirak cerró los ojos y sintió la vibración de Dev mezclarse con la suya. Sus respiraciones se sincronizaron, y la cascada cambió de tono: de un azul cristalino pasó a un azul profundo, iluminando las amatistas con un fuego interno. Las obsidianas reflejaban su propio amor, como si el mundo entero los reconociera.
El aire se cargó de fragancia mineral y húmeda, mezclada con un dulce aroma floral que parecía latir con cada pulsación de sus corazones. Cada mirada, cada roce de sus manos, encendía una chispa invisible entre ellos. No necesitaban palabras; la esencia de su amor hablaba.
—Lo siento —susurró Dev—. Siento que te he esperado toda la vida.
—Yo también —respondió Anirak—. Y aún así, siento que estamos recién conociéndonos.
El templo reaccionó a su unión: las amatistas vibraban, las obsidianas emitían destellos negros y púrpuras, y el agua, consciente, comenzó a girar suavemente alrededor de sus manos entrelazadas. Cada movimiento era un verso antiguo, cada latido un hechizo.
De sus visiones surgieron fragmentos de lo que habían sido: la primera vez que compartieron un remedio, la risa al equivocarse con las mezclas, el toque de sus manos sobre el mismo mortero, la ternura y la pasión que nunca se habían perdido. El agua respondía a cada emoción, cada pensamiento, cada recuerdo.
—La cura —dijo Anirak con voz baja, casi temblorosa— siempre estuvo aquí. Solo necesitaba que nos encontráramos.
Dev asintió. Comprendió que la enfermedad que consumía su pueblo no era sólo física, sino un reflejo del olvido, de la separación y de la desconexión con lo que verdaderamente importa: el amor y la memoria del alma. Entonces, en un gesto que parecía ritual y espontáneo a la vez, ambos sumergieron los pies en la cascada. El agua los abrazó, fría y cálida a la vez, y los recuerdos se fundieron con el presente. Sintieron cómo la energía del templo y del mundo fluía por sus cuerpos, activando la cura que había dormido dentro de ellos desde siempre.
El líquido se tornó dorado en su interior, vibrando con una luz que no quemaba, sino que acariciaba, sanando no solo lo físico sino lo invisible. La combinación de sus esencias, su amor y su devoción mutua, había completado la alquimia. La cura ya no era un secreto del Jardín, sino un regalo que ahora podían llevar de vuelta a su mundo.
“La cura eres tú en mí, y yo en ti,” murmuró el agua, susurrando a través del murmullo de la cascada.
“El agua solo recuerda lo que amamos.”
Dev y Anirak cayeron juntos en un estado de trance luminoso, arropados por la melodía del agua. Los sonidos del templo se entrelazaban con los latidos de sus corazones, y por un instante, el mundo dejó de existir afuera. Solo existían ellos, la memoria del agua, y la verdad que siempre había estado guardada en sus almas.
Cuando finalmente abrieron los ojos, el sol caía en un ángulo dorado sobre la cascada. El templo permanecía silencioso, pero su energía vibraba aún en cada piedra, cada hoja, cada burbuja de agua que saltaba de la caída. Sabían que la cura estaba lista: nacida de su unión, sostenida por su amor y la memoria de todo lo que habían sido y serían.
Se miraron. No hicieron falta palabras. La alquimia había sucedido. El agua había recordado. Y en ese instante supieron que todo comenzaba de nuevo, para ellos y para aquellos que esperaban la medicina de sus corazones.
Capitulo 11 , Las grietas de la tierra
El viento de Nahiluna se pasaba entre los árboles del Jardín, llevando consigo un murmullo que parecía conocer todos los secretos de las almas. Las pirricuras, que apenas habían comenzado a revelarles los recuerdos de sus vidas pasadas, brillaban con una luz más tenue de lo habitual, como si cada pétalo temiera romperse ante la magnitud de lo que estaba por venir. Ellos caminaban juntos, de la mano, sintiendo cómo cada paso hacía vibrar la tierra bajo sus pies, un latido profundo que respondía al suyo propio.
—¿Sientes eso? —preguntó ella, con la voz apenas un hilo de bruma.