Jardín de Cenizas y Anhelos

Capitulo 5: El Refugio Encontrado

Los días que siguieron al beso bajo la luna fueron una mezcla agridulce para Adriel. La euforia del momento se aferraba a él como un dulce perfume, pero el miedo a ser descubierto era una sombra constante. Zars, sin embargo, parecía haber encontrado un nuevo propósito. Cada día, al caer la tarde, partía de Eldoria, con la mirada fija en el horizonte, en busca de ese refugio secreto que había prometido. Adriel lo esperaba con una mezcla de ansiedad y esperanza, el corazón apretado cada vez que lo veía regresar, la expresión de Zars revelando si había encontrado algo o no.

Una semana después del encuentro en las ruinas, el sol comenzaba a despedirse del cielo, tiñéndolo de tonos naranjas y morados. Adriel, absorto en la lectura de un antiguo tomo en la biblioteca de su casa, sintió una punzada de desilusión al ver la luz disminuir. Zars aún no había regresado. Estaba a punto de cerrar el libro cuando escuchó un golpe suave en la ventana de su estudio, un toque distinto al viento. Levantó la vista y vio a Zars, de pie en la oscuridad, su rostro iluminado por una sonrisa amplia y radiante. Era la primera vez que veía esa alegría desbordante en Zars desde el beso.

Adriel dejó el libro y se acercó a la ventana, abriéndola con cautela. —Zars, ¿qué...?

—Lo encontré —interrumpió Zars, su voz apenas un susurro cargado de emoción—. Lo encontré, Adriel.

El corazón de Adriel dio un vuelco. Salió de la casa sin pensarlo dos veces, cerrando la puerta tras de sí. Zars lo tomó de la mano y lo guio rápidamente fuera de Eldoria, en dirección opuesta a las ruinas. Caminaron en silencio durante lo que parecieron horas, adentrándose cada vez más en la espesura del bosque que rodeaba el pueblo. La luna llena, su aliada de la noche, se alzaba, iluminando su camino con su luz plateada.

Finalmente, Zars se detuvo frente a un denso matorral de espinos. Adriel frunció el ceño, confundido. Zars apartó las ramas con cuidado, revelando una abertura estrecha y oscura. El aire que salía de ella era fresco y olía a tierra húmeda y a piedra antigua.

—Es una cueva — susurró Zars, su voz vibrando con expectación—. Estaba escondida detrás de una cascada que se secó hace décadas. Nadie la conoce. La descubrí cuando era niño, explorando, y había olvidado por un tiempo de ella. La he estado limpiando estos días.

Adriel se asomó con cautela. La entrada era pequeña, apenas lo suficientemente grande para una persona a la vez, pero al fondo, la cueva parecía ensancharse. La oscuridad era total, pero no atemorizante. Había una sensación de seguridad, de secreto.

Zars entró primero, con Adriel siguiéndolo de cerca. Una vez dentro, Zars sacó una pequeña linterna de su mochila, encendiéndola. La luz reveló un espacio sorprendentemente grande y acogedor. Las paredes de roca eran suaves al tacto, y el suelo era de tierra compacta. Había un pequeño nicho natural en una de las paredes, perfecto para sentarse. Zars había traído algunas mantas y cojines, apilados en un rincón, y una pequeña hoguera ya preparada con leña seca y algunas rocas para contener el fuego.

—No es mucho — dijo Zars, observando la expresión de asombro de Adriel—, pero es nuestro. Nadie nos encontrará aquí.

Adriel miró a su alrededor, una cálida sensación extendiéndose por su pecho. No era un palacio, ni un santuario sagrado, pero era mucho más. Era un refugio. Un lugar donde las miradas inquisitivas de Eldoria no podían alcanzarlos, donde los juicios se desvanecían. Se volvió hacia Zars, sus ojos llenos de una gratitud profunda.

—Es perfecto, Zars —murmuró Adriel, su voz apenas audible. Extendió una mano y tocó la mejilla de Zars, el mismo gesto tierno que Zars había usado aquella noche bajo la luna. El contacto fue una promesa silenciosa, un recordatorio del vínculo que los unía—. Es el lugar más hermoso que he visto.

Zars sonrió, una sonrisa que llegaba hasta sus ojos, borrando todo rastro de angustia. Encendió la hoguera, y las llamas danzaron, proyectando sombras cálidas en las paredes de la cueva. El crepitar de la leña y el suave aliento de su presencia llenaron el espacio. Por primera vez en mucho tiempo, Adriel sintió que podía respirar libremente.

En ese refugio oculto, lejos del mundo que los juzgaba, bajo la atenta mirada de la luna que se colaba por la estrecha entrada, el amor de Adriel y Zars encontró su propio santuario. Era el comienzo de algo nuevo, un amor que florecería en secreto, resguardado de las tormentas del exterior. El beso prohibido había abierto la puerta a este lugar, y en él, su historia podría continuar, lejos de las miradas de Eldoria.




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