Jaula de Aves

Heterodoxia= Inicio I Parte.

03 de Abril de 1939.

Los primeras días de marzo, auguraban una primavera fría y tempestuoso. Incluso se hablo de que la boda del último día de marzo sería cancelada por una tormenta catastrófica, días oscuros y horribles serían los primeros días del mes se decía. Pero tal parece que dicha predicción resulto errónea, todo esta de maravilla. La sobrina de los novios que se casarían aquella misma noche invito a la familia de su mejor amiga a la boda de sus tíos, los cuáles aceptaron la invitación complacidos.  
 


Los tres integrantes llegaron al jardín de eventos. Se había levantado una carpa y se alumbro con faroles y quinqués elegantes. Sobreabundaban las rosas blancas y margaritas. Se oía la música en vivo de alguna orquesta pequeña, cuyo director era el religioso y decente hijo mayor Wolski, Fideljs.

—Bien. Llegamos.—anunció Abraham Skowron solo para ellos. Estando en la puerta sin saber que hacer ahora.

—Hay demasiada gente.—musitó su hermana Esther.—¿Alcanzara la comida?

Sin en cambio, la jovencita que los acompañaba estaba callada. Algo extraño. Lo más extraño también era que no volteara a verlos.

—Olga.—le llamo su tía tomándole el brazo y dándole vuelta.—¡Por Dios! ¿¡Que tienes en la cara!?

—No es nada.—aclaró molesta.—Solo... intenté...

—¿Maquillaje?—salto Abraham con desdén—¿De dónde sacaste maquillaje? Vas y... vas al tocador y  te quitas eso... de la cara. Ahora.—ordenó tartamudeando.

La jovencita se fue a refunfuños al tocador. De todos modos, ni se sentía cómoda con cosas en su cara. Olga Skowron tenia miedo de crecer y parecerse a su tía Esther Skowron o a cualquier mujer de ese lugar. Su tía tenia dedos y manos grandes, unas piernas y caderas anchas. Que según viejos amigos, le decían que en sus mejores tiempos, Esther era una joven hermosa igual que ella, lo que le metía mucho mas miedo.

Abraham Skowron, su padre era hermano menor de Esther. Era un hombre de estatura promedio, jamás le creció barba y apenas tenía cejas.

En cambio, Olga Skowron, era apenas una niña en formación. Era blanca y de un rubio castaño que caía en dos trenzas tras sus orejas y amarradas con listones. Su rostro era todo una perla, piel tersa y con pequeñas pecas dispersadas por sus mejillas bajo los ojos y en el puente de su nariz. Era delgada y vestía siempre de vestidos cortos que no variaban más que de verde, beige, lila, gris y azul acero. Pero lo más excepcional en ella eran sus ojos, un par de grandes ojos verde oliva (como Abraham su padre), entre pestañas enchinadas y enormes, y sobre ellos cejas semipobladas que siempre parecían inclinarse hacia su nariz.

Doblo la esquina hacia los baños de ladrillo y en la puerta, como policía, estaba una de las hijas Konopka, mordiéndose sin discreción las uñas.

—¿A dónde con tanta prisa?—reprobó con autoridad Emilia Konopka bloqueando el paso.

—¿Tu papá les compro el baño acaso, Emilia?—se cruzo de brazos.—¿Se le acabaron las ideas para comprar su amor?

—No es mi culpa que el tuyo no pueda ni conseguirte un vestido decente, Olga.

—¿Que te han dicho sobre ser grosera?—escucharon la chillona voz de la segunda hermana que salía del baño.—Emmy, debemos ser amables con las más necesitadas. Eso nos ha enseñado papá.

—Pues le corresponden muy mal.

—No hablaba contigo, Olga.—frusto con una cara de desdén, o con más detalle, una de asco.

Olga no dijo nada, mordía su labio soportando las ganas de noquear a ambas de un potente golpe.

—¿Tu te maquillaste, primita? Mmm, si, se nota. Que pena.—cruzo su brazo con el de su hermana.—Debemos irnos, a nuestros... asientos de primeras mesas.

Ambas se fueron de manera engreída y con gracia de los baños. Insatisfechas por no haber pisoteado a Olga como les gustaría. Después de limpiarse la cara, volvió enfurecida a la carpa pero la cara le cambio al ver a su amiga aproximándose robando el merengue de un pastel.

Olga sonrió.—¿No eres alérgica al durazno?
 


 

—No recuerdo haber dicho algo así.—dijo disfrutando del dulce merengue en sus dientes y mirando a todas direcciones.
 


 

Puso sus manos en la cintura.—En mi fiesta del año pasado, no quisiste pastelillos por que tenían durazno. "Ay, durazno, lo lamento, me salen ronchas hasta en las...".—su burlesca imitación termino con Anja tapándole la boca con su mano y riéndose en silencio.
 


 

—¡Olga, cálmate!
 


 

Le quito la mano y ambas carcajearon.—Ese día... estaba muy sensible del estómago. Oye ¿No lo has visto?
 


 

—¿A-a quién?
 


 

—¿¡Cómo que a quien!?—se acerco a su oído.—A Otto.
 


 

El susurro le erizo a Olga la piel y enrojeció sus blancas mejillas.—¿Lo invitaste? ¡Anja!
 


 

—Mi papá invito a su hermano, entonces... si Conrad viene, es obvio que todo el clan Gubernat también vendrá. 
 


 

Sonrió modesta.—Creo que te hablan.
 


 

Anja miro de reojo hacia atrás, su madre le llamaba con una severa mirada a ademanes.
 


 

—¡Ay, Dios! ¿Qué querrá ahora esa mujer? Nos vemos.—le tomo la mano.—Mantente atenta, por si llega. 
 


 

Su padre y tía la esperaban con su silla a la mesa apartada. Por lastima, a su izquierda tenía al niño más insoportable para ella, el lerdo nieto de Margot, Caleb Meerhof. Olga resoplo y se sentó tratando de no llamar tanto la atención.
 


 

—¡Oh, Abe! No me digas que es tu hija.—supuso la anciana Margot reclinandose un poco para ser escuchada.
 


Olga volvió a resoplar, ahora todos la miraban con curiosidad. Sintió la ligera mano de su padre posarse sobre su hombro, como si fueran amigos.

—Si, si Sra. Meerhof... es mi hija. Saluda Olga.

—Buenas noches.—saludo Olga con ambas manos bajo la mesa y jugando con sus dedos. Dejo de hacerlo al notar al niño Meerhof haciendo lo mismo.




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