17 de Noviembre de 1939.
Caminando por la acera, vió a Anja esperar fuera de la floreria de los Gubernat muy paciente. Olga cruzo la calle y fue hacía ella.
—Anja.—Le llamo entusiasmada.
—Olga.—contestó no tan alegre como ella.
—Anja, quiero hablar contigo.—hablo muy apenada.—Tienes razón, soy muy egoísta y fanfarrona.
—Olga, ahora no.
—Dejame acabar. No quiero perderte amiga, sabes, últimamente nada esta bien y yo... necesito a alguien con quien estar, a mi mejor amiga. Y te prometo que cambiare y demostrarle a tus padres qué...
La madre de Anja salió del local, vio a Olga frente a su hija, tomo a Anja de los hombros y miró con repulción a Olga.
Gretchen Pfeffeberg era una mujer intimidante, blanca, ruborizada, cabello oscuro perfectamente peinado, con caderas anchas y cintura muy delgada. A lo lejos, parecía un maniquí simpatico, pero de cerca mantenía un gesto de desdén. Encaro a Olga muy firme.
—¿Acaso Anja no te ha contado de la novedad?—habló arrastrando las palabras.
Olga quedo en silencio.
—Anja, ¿le has dicho ya a esta niña lo que te pedí?
Anja bajo su mirada.—Si, mamá.
—Bien, ahora veo que la tonta eres tú, Olga.—arrimo a Anja a su derecha y se acercó más a Olga.—Te lo diré yo para que te quede más claro; alejate de mi hija... judía.—enfatizo con descaro.
Olga quedo debastada y con la cara helada. Gretchen se fue sin soltar a su hija que volteo a ver a Oliwia de reojo antes de doblar la esquina. Olga solto un suspiro y se dió media vuelta.
01 de diciembre de 1939
Cumpleños 16 de Olga.
Antes de que el primee gallo cantará, antes de que la leche comenzará a ser entredaga a las puertas. Antes de que el sol desperará y Olga también, Abraham salió muy temprano cómo cada año cada primer día de diciembre al panteón.
En la cuarta hilera de la entrada hacía la derecha, entre un mausoleo perteneciente a un antepasado Meerhof y una tumba desgastada, estaba el blanco mármol dónde había inscrito:
†
Aquí descansa:
Bárbara H. Skowron
07. Mayo. 1901 - 01. Dic. 1923
Tu madre, tu esposo y tu hija; te desean mejor vida. Viviendo las nuestras anhelando la tuya de vuelta.
—Fue una mujer maravillosa.—hablo un hombre mayor de negro y sombrero, con patillas grandes y usando un talit.—Maravillosa.—recalcó y se detuvo juntó a Abraham a contemplar la tumba.—¿Crees... que pueda asistir... hoy?.
Abraham negó sutilmente.—Nathalie estará allí.—mintió.
Sonrió y sus mejillas casi ocultas por su abundante barba se ruborizarón.—Hijo, yo no odio.
—Ella no es judía, debes saberlo. No te soportaría cerca.
El rabino lanzo sus manos hacía atrás e inflo su pecho.—Me hubiera encantado hacer las cosas de otro modo. No sabes cuánto.
Dawid Rudawski se alejo luego de palmear el hombro del melacólico Abraham. Una densa brisa le acaricio el rostro, sacó sus manos de los bolsillos de si chaqueta y suspiró hondo mientras aquella brisa seguía su camino.
La luz del medio día entraba por las ventanas, irrabia su luz sobre la mesa abastecida de regalos, regalos de muchas formas y colores. Algunos envueltos y otros más que no necesitan envoltura.
—¡Muchas felicidades, Olga!—expreso alegre Esther llegando con un pastel de chocolate y fresas con media decena de velas encendidas en la cima
—¡No olvides el deseo!—dijo Anja sonriente.
—¡Esas son tonterías!
Olga no dejaba de sonreír. Sus mejillas ardían de un rojo brillante, sus ojos se iluminarón de unas chispeantes luces y sus manos no dejaban de cruzasre por la felicidad nerviosa que sentía.
—¡Anda, sopla!—Olga apago las velas de un soplido y todos aplaudierón y sonrierón.
Esther dejo el pastel y chupo su dedo que se había embarrado de chocolate, muy entusiasta abrazo a Oliwia y comenzo a hacerce una fila para abrazarla. En orden, los abrazos fuerón de Esther, Rut, Debora, Gabriel, Laura, Conrad, Blasius, Josephine, el jefe de Abraham el Sr. Kowalski y su esposa, Issachar, Anja, Abraham, y finalmente Otto.
—Felicidades.—le susurró Otto muy cerca del oído.
Olga asintio, alzando un poco su rostro para vee a Otto a los ojos.—Gracias.
Otto se alejo pues Esther llegó para llevar a Oliwia a la mesa de regalos.—¡Mira todo esto, Olga!
—¡Ese de allá, es de la Sra. Meerhof!—señalo Laura con su dedo a una caja con un listón amarrado en ella.
—¿Enserio?—preguntó a su padre.
Abraham asintió.—Em, si, Olga... me lo dió el ayer, sabe que no lo recibirias personalmente.
Olga sintió una ligera mano de culpa en su hombro y suspiró.—Será el que abra primero, entonces.
Gabriel Gubernat le paso el regalo y Olga desprendió el listón. Era de un lila muy bonito. Olga destapo la caja y apareció un par de zapatos de charol negros.
Olga sonrió.—Por Dios.—dijo maravillada.—Son preciosos.
—¿No te odia?—supusó Anja.
Olga sonrió y los volvió a guardar.—Veamos que más ahí.
Comenzó a husmear los regalos. De parte de los Gubernat, venían flores (peonias, hortencias y rosas), además de cuadernos de encuadernado de tela y boligrafos. De parte de los Wolski, había recibido un vestido gris de satín y un juego de té. Esther le había dado una caja con bombones y moños. Y de parte de Abraham, libros de geografía e historia.
El día más alegre de su vida.
—Gracias por haber venido.—agradeció Dora a Anja, quién tenía que irse al colegio para que su padre la recogiera.—Significa mucho.
Anja le tomó las manos.—Siento no haberte obsequiado nada, Olga, hasta la Sra. Meerhof lo hizo...
Ambas sonrierón.—Con tu presencia me basto, Anja.—luego Olga la abrazo. Anja correspondió.
—Me tengo que ir.—dijo Anja.—Nos vemos luego.
—Nos vemos.
Anja se fue. Olga cerró la puerta y se quedó ahí quieta haciendo contacto visual con Otto Gubernat, que comía helado desde un rincón de la sala en el circulo de conversació de Blasius y Conrad.
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Editado: 18.07.2023