Jaula de Aves

Fracmentos

17 de  Marzo de 1941.

Cracovia.

Algo había causado descontentos una vez más en la ciudad, algo había sacudido a todo el pueblo judío una vez mas. Los judíos, deben instalarse en una zona amurallada dentro de Cracovia, lejos de la población no judía. Así, los tendrían mejor vigilados, controlados, y, hasta ese momento, lejos del ojo público.

Pero no solo los judíos estaban empacando y preparandose, también familias que se rehusaban a quedarse en Cracovia se enlistaban para irse. Era el caso de la familia Pfeffeberg. Los tíos de Anja fuerón a su casa para ayudar a sus padres con la mudanza.

Sentada a los pies de las escaleras, Anja veía con mucha curiosidad cómo su madre y su tía Kassy descolgaban, con mucho cuidado y precaución, el retrato de su abuela Vera Pfeffeberg, a quién Gretchen amaba incluso más que a su propia madre y de la que se sentía orgullosa de sí misma por llamarla suegra. Vió cómo lo metían a una caja a la medida y la sellaban con lazos.

—Dejaremos la sala y el comedor, le prometí a tu hermana comprar nuevos allá. Solo así acepto.—charlaba Kurt muy a las prisas con su cuñado Viktor Urbawski.

Anja se levantó y fue hacía su padre, quién entro al salón dónde Gretchen descolgaba las pinturas y retratos.

—Ya guardé el de tu madre.—dijo Gretchen.

Kurt asintió con las manos a la espalda.

—Papá.—hablo Anja muy bajo y todos se enfocarón en ella. Entro muy silenciosa al salón.—No entiendo, ¿por que tenemos que irnos?

—No hagas preguntas.—aseveró Gretchen.

—Gretchen, por favor.—interfirió Kurt.—Hija.—Kurt tomo a Anja del hombro y la hizo seguirlo a dónde su madre no escuchara, fuera del salón.—Tenemos que irnos porque... porque aquí ya no es seguro, ni tranquilo.

—No me llega a la mente un solo lugar que sea tranquilo.

—Si, si lo sé, pero al lugar dónde vamos, hay mas oportunidades y... cosas para hacer. Además...

—¿Además?

Kurt resoplo una vez más.—Me ofrecierón un empleo. Un buen puesto.

—¿Y aceptaste?

—Si.—respondió en bajo.—Con ese empleo, y el sueldo, viviremos mucho mejor.

—¿Y que hay con lo que te pedí?

—Anja...

—¿Ni siquiera le contaste, verdad? No te esforzaste para hacerlo.

—No podemos llevar a Olga con nosotros.—dijo muy firme.—No es seguro, Anja. Y si, ni siquiera lo platique con Abe o con ella directamente. De cualquier modo, tu madre no lo hubiera permitido.

—¡Si se queda aquí va a sufrir, papá! ¡Sé de lo que son capaces esas personas! ¡Sé lo que les hacen a personas cómo Olga, cómo Laura, incluso cómo a Regina! No les importa nada, solo lo que esta en sus cabezas y en lo creen.

Kurt pasó saliva ante el conocimiento de Anja sobre los invasores.

—Nuestras manos estan atadas. Anja, no podemos hacer nada, o correremos el mismo peligro. Sé que suena egoísta pero...

—No te preocuoes. Ya entendí.—susurró decepsionada.—Y tanto te importaba ella, ¿o no?

Ambos sabían aque se refería Anja. Kurt la miró con desdén y titubeo.

—M-mejor v-ve a empacar... cenaremos y te irás a dormir, nos espera un viaje largo a Bremen.

—Si. Buenas noches.

Anja se fue. Kurt se apretó las manos y carraspeo su garganta.

[...]

Quiza Otto Gubernat no parecía tan encantador estando en el plano de su hermano mayor Conrad. Conrad Gubernat era un joven apuesto y perfectamente encajaba en los estandares para una película romantica o una teatral dramatica. Otto era flacucho, blanco de cabello quebrado y rubio cenizo, alto pero de un semblante poco seguro, siempre haciendo algo con sus dedos pero al parecer eso era lo que hacia que no saliera de la mente de Olga Skowron.

Ambos habían acordado verse por la tarde, cuándo ya no se sentían tan cansados y podían despejar su mente, solo un momento, de los estragos del mundo.

Estaban sentados en el mismo lugar de siempre, mirando al valle, el cielo se ilumino de tonos naranjas y amarillos, las nubes parecían espuma y en los ojos de Otto se reflejaba lo bello que le era la vida a Olga junto a él.

—Mi papá me contó, que tu padre le dijo... sobre tu abuela.—Otto la miró un segundo y bajo su vista.—comenzo a arrancar pasto por pasto.—Lo que le propusó, y se negó.

Olga suspiró.—Sí. Él y mi tía me dijeron que no dijera nada. Que debería olvidarlo.

—Mi abuela insistió que tu padre actuo bien. Mi madre y Conrad lo dudarón, y mi padre, sentía algo de, de... frustación, de, ¿por que no a mí?

—¿Lo hubiera aceptado?

Otto asintió.—Sí, él lo hubiera aceptado. Si la respuesta hubiera venido de tí, ¿que hubieras echo? ¿Te hubieras ido? ¿Negarías tu fe?

Olga comenzo a incomodarse.

—Otto... tengo miedo.—confesó en debilidad.—Sabes, no estoy lista para ver cómo caigo en miseria, cómo desfallezco lentamente. No estoy lista para lo que viene.

Otto fue acercando su mano a la de ella y logro cruzar un dedo con uno de ella.—Dame ese miedo, Oli. No quiero que te sientas así junto a mí.

Olga sonrió y búscando un contacto simple, recargo su cabeza en el hombro de Otto. Él apreto su mano con la de ella y recargó su cabeza en la de ella, luego ambos mirarón al arrebolado atarceder, y olvidarón al mundo, hasta que el sol se oculto. Y esa fue, la última vez, que Otto y Olga pudierón estar juntos.


18 de Marzo de 1941.

Desde muy temprano, los judíos dejaban sus hogares y caminaban hacía la zona amurallada, al final del día, si no iban solos, irían por ellos a la mala.

Abe quitaba del muro del pasillo la mezuzá, algo que no tomo mucho tiempo, si se eliminan los segundos en los que oró antes de hacerlo.

Esther hacía su cama por última vez. Metío la frasada de las sabanas bajo el colchón, pero antes de salir, metió su mano debajo y sacó una fotografía, una fotografía que ella escondía cómo un tesoro. Ella y Kurt en la feria de alguns ciudad, felices y separados a la vez. La acercó a ella y la guardo en su maleta.




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