17 de enero de 1943
Lebensborn
El camino era como Otto se imaginaba que sería su regreso a casa. Por la eterna carretera, los bosques de altos arboles, cantos de pájaros, chozas y sobre todo, toda la magnificencia nazi a la vista. Al llegar a aquella tipo casa de madera, fachaba blanca y lleno de enfermeras, Otto comenzó a temblar. Escuchaba llantos de bebes, voces de niños grandes pero muy pocos como él.
Entro a un cuarto blanco como consultorio, dónde había un ventanal que daba una bella al paisaje. Se encontraba sin camisa y sin pantalones, solo en ropa interior holgada. Había un hombre que lo revisaba, entre los dedos, tras las orejas, los dientes e incluso le escudriñaba en cabello.
—¿Y bien?—pregunto la enorme Philomena Klatt. Que veía todo sentada en su silla abanicándose.
El medico suspiró.—No se acostumbra a tratar con niños tan mayores como este y lo sabes. Son... complicados.
—Aprende rápido, ya lo verá. Necesito que lo intervengan.—insistía agudizando su tono de voz y caminando hacia Otto.—Esta tan... perturbado, su pasado es triste y oscuro.
—El chico, no tiene menos de veinte años, Philomena.—regañaba el doctor poniéndose firme.—Es... perfecto lo reconozco, blanco, ojo azul, rubio... todo. Pero ¿Qué hay de su mente? Es difícil y no podemos distraernos en él cuándo halla adentro sabemos que es la segura.
—No puede hacerme esto. Es lo mejor que he encontrado.
—Y lo reconozco. Pero, si quieres que alguien en verdad le saqué provecho a todo esto... tienes que buscar otra manera. Puedes vestirte, niño.
El doctor se fue. Otto camino a la cama de enfrente y levanto su ropa, metió una pierna a la vez y se ajusto los botones del pantalón. Y cuándo estaba apunto de ponerse la camisa sintió los dedos larguchos y huesudos de la mujer.
—Buscaremos otros más profesionales. Todos aquí no saben lo mucho que vales.
Philomena se acercó y le beso el hombro, Otto le ladeo un poco y suspiro.—¿Qué es lo que quiere? ¿Qué quiere de mi en verdad?
—Solo salvarte. Tu futuro estaba echado, de no ser por mi, estarías muerto ahora. Te lo aseguro.
—No quiere salvarme.
—¿Para que crees tu entonces?—Philomena deslizo su mano por el brazo de Otto y le tomo la mano.—Mírame.—el no obedeció y ella misma le volteo delicadamente el rostro.—Esta cara, tan perfecta, no merece estar dónde estaba. Yo te haré libre, te haré un hombre nuevo y el día de mañana me lo agradecerás.—le abrazo la cara con sus manos.—Haremos una familia perfecta.
Otto negó con cuidado —Nunca podrá cambiar lo que soy, o de dónde vengo. Ríndase y déjeme volver, prefiero morir allá que vivir junto a usted.
—Jamás.—incorporó sus manos. Apretó sus dedos y retrocedió.—Eso jamás. Te quedaras conmigo... para deleite mío, y no te irás. Me encargare de que todos vean como a uno de los nuestros, serás bien recibido, y todos te amarán, te amarán tanto como yo a ti.
—Usted esta enferma.
Philomena estiro su mano y la dejo caer en la mejilla de Otto. El solo pudo respirar para aliviar el ardor, apretó su camisa y salió del consultorio. Philomena tras él.
[…]
Plaza Zgody, Gueto de Cracovia.
Abraham, Esther, Josué y Tamara Milman habían acompañado a Saulo Goldschmidt a la farmacia de Tadeusz Pankiewicz, ubicaba en una esquina de la Plaza Zgody.
—No come, no habla, solo mira al techo y... cómo si... ya no... viviera.—daba la situación el mismo Pankiewicz mientras guiaba a los visitantes ante Judith.
Hizo aún lado una cortina y aparecieron ante ellos dos filas de camas, con un estrecho pasillo entre ellas, ninguna cama estaba vacía. Había ancianos, mujeres y hombres heridos y entre ellos Judith Goldschmidt.
Ofir se adelanto y se rindió junto a la cama de su madre.—M-mamá.—le susurró y le tomó su tibia y rígida mano.—Mamá.
Saulo llegó y le tomó la otra mano.—Judith, cariño. Somos nosotros.
Los ojos azules pero fríos y vacíos de Judith miraban directo al techo, ni siquiera parecía respirar.
—Judith.—le hablo Pankiewicz.—Judith, es tu familia. Vinieron a verte. Están muy preocupados por ti. Pu-puedes demostrarles, puedes intentar; calmar sus ansias.
Ofir le apretó la mano enfureciendo su rostro.—Mamá, ¡di algo!
Josué fue y tomó al joven del hombro. Efrén se sacudió y Josué dio pasos atrás.
—¡Perdón, si! ¡Ya entendí! ¡Debí haber sido yo!—Efrén arrojo la mano de su madre y se alejo.—¡Era mi hermano!
Reprimió desesperado y se fue. Judith movió sus dedos un poco y carraspeo su nariz.
—Judith... di algo, por favor. Te lo pido, mi amor.—suplicaba Saulo con un hilo de voz.—Ne-necesito oírte.
Esther vio el dolor de Saulo en una lagrima que dejo escurrir y fue a abrazarlo.
—¿Quieres que te dejemos, Saulo?—preguntó Esther.
Tamara Milman no se quedo de brazos cruzados y se acercó a Judith. La miró desde lo alto y en un parpadeo, Tamara la abofeteo.
—¡¡Oye!!—gritó Esther. Soltó a Saulo y corrió a alejar a Tamara.—¿¡Que es lo que te pasa!?
—Debí intentarlo. Mírala, Esther. No va a responder con palabras bonitas eso ya quedo claro. Es inútil, inútil.
—Mejor vete.
—Mejor vámonos todos. No ayudamos en nada.—propuso Abraham con las manos a la espalda.—Disculpe, Sr. Pankiewicz.
—Adelante, Sr. Skowron. Sr. Goldschmidt, ella esta en buenas manos. No se preocupe. Solo dele más tiempo... estará bien.
Saulo la miró una vez más y se retiro de la mano de Esther. Bajando a la planta baja, la clínica estaba siendo surtida, y la que lo hacía era Dora, ella estaba de acompañante del doctor que surtía a la clínica, y, justo cuándo volteo veía a dos hombres bajar junto a una mujer, escuchaba sus inconfundibles voces dar consuelo a uno de ellos. Dora afino el oído y no los perdió de vista, hasta que, justo antes de que se fueran, Esther volteo y Dora la identifico.