01 de marzo de 1943
Nina Hetman había estado en trabajo de parto en el gueto, las parteras temían por la vida de ambas pues estaban muy debiles, y ella había perdido mucha sangre.
Caleb tenia su mano en el mentón y una pierna sobre la otra con una mirada de preocupación.—¿Y que és?.—le pregunto a la partera luego de que ella le explicara la situación de Nina.
—Es una niña, Caleb.—respondío Ottilie, madre de Yvonne con un tono de voz bajo.
—¿Y ella como esta?
—Igual que Nina. Nació muy flaca y pequeña... Caleb, no puede estar aqui, no puede crecer, no en este lugar, no ahora.
—¿¡Y que pretende que haga!?. ¿¡Que quiere que yo haga!?—grito desesperado con sus codos en sus rodilllas y sus zangoneando sus manos.
—¡En primer lugar ¿Como se les ocurre engendrar una vida en estas malditas condiciones!?—grito la más cruel verdad.—¡Ahora mi hija esta muriendo por traer al mundo una criatura que no podra ni siquiera ponerse de píe algún día!
El corredor se quedo en silencio, solo se escuchaba la madera crujir.
Caleb bajo la mirada y jugando con sus dedos dió un suspiro—Nohemí, se llámara Nohemí.—murmullo con sus ojos llenos de lagrimas, aguantando las ganas dolorosas de dejarlas salir.
—Si. Darle un nombre solucionara el resto de su corta vida, que inteligente Caleb.—espeto Ottilie.—¡Si mi hija... si mi hija muere, Caleb... me muero yo tambien, pero no antes que la niña!
Reprobo la adolorida madre, cruzo sus manos y volvió a la habitación dónde Nina dio a luz. Caleb sostuvo a su pequeña hija y le acaricio con delicadeza la frente.
—Se equivoca. Se equivoca.
13 de marzo de 1943
Dora limpiaba el área administrativa del campo, pasaba la aspiradora por lo corredores, aquella ruidosa maquina no era tan molesta como el grotesco tono de voz de los oficiales que charlaban tan plácidamente con e Gral. Obendorf en uno de los salones.
—¿Sabe algo de la "liquidación", Gral. Obendorf?
La pregunta se gano la atención de Dora, dejo la aspiradora encendida y se acerco a la doble puerta, donde azomo su ojo derecho por el espacio entre ambas. Estaba Obendorf, de espaldas en su sillon esmeralda, y los dos estusiastas oficiales frente a él, uno sentado y otro de pie junto a la ventana.
—Me hubiera encantado verlo desde primera fila, como el Comandante... pero...—lo vió alzar sus manos y bajarlas con elegancia por su atuendo.—Acabo de sacar mi traje de la tintoreria, y no quisiera ensuciarlo.
Los oficiales por supuesto rieron. Y cuándo noto que el Sr. Obendorf estaba por ponerse de pie, Dora se alejo, apago la aspiradora y se fue totalmente asustada.
Dos mil soldados entraron haciendo un gran escándalo, entraban a los edificios y arrojaban por las ventanas y los balcones sus pertenecias, se oían gritos de deseperación y como una densa neblina estaba por llegar a los apartamentos de los Levine.
—¿Oyen eso?— dijo Saulo con su dedo en la oreja.
—¡Vienen a matarnos!— grito abatido Josué.
—Callense, probablemente se vayan como la otra vez.—musitó Abraham.
—¡Salgan judíos asquerosos!— gritaban los soldados golpeando las puertas. Un soldado pateó la puerta del cuarto donde estaban ellos —Serán transferidos a un nuevo lugar, tienen cinco minutos para recoger sus pertenencias.— miró a Abraham de pies a cabeza— y tal vez también para despedirse.
—¿¡Dónde nos llevan!?— grito Ofir ultrajado abrazado de su padre.
—¡Cuatro minutos!
Esther se derrumbo al suelo justo antes de atravezar la puerta.
—¡De pie judía!—le grito un soldado en la cara. Le apreto el saco y la hizo levantarse.—¡Avanza perra!
Le arrebato su maleta de la mano y la avento a la calle. Esther apresuro el paso dejandolo atrás y tomo a Abraham del brazo. Escucharon disparos y mucho horror, las calles estaban infestadas de prisioneros y soldados.
—¡Tu identificación, judío!—grito un soldado a Saúlo y el hombre rapidamente tiro su maleta al suelo y temblando quito los seguros.
Al soldado no le gusto que lo hicieran esperar y pego la boca de su rifle a la nuca de Saúlo.
—¡Aquí esta, aquí esta!—grito desesperado. Apreto su identificación y se la mostro aún en cuclillas.
El soldado pateo su maleta y lo levanto sujetandole el cuello de su camisa.—¡A la fila, judío!
Los que no mataban los arrestaban y los llevaban a camiones, los camiones que los llevarían a su destino estaban afuera del ghetto, listos para ser llenados de judíos aptos para el trabajo.
Los del departamento 504 veían aterrados desde la ventana, la señora Krakauer tomó a su hijo y lo puso en su pecho y lloraba mientras le acariciaba el cabello.
Rut tenia las manos en su regazo, suspiró y miró a su hijo de reojo.—Que Dios los bendiga, y los cuide a todos.
Se oían las estruendosas botas de los soldados por el pasillo, Conrad se puso al frente de los demás residentes, los soldados abrieron la puerta y comenzarón a sacarlos del apartamento a la fuerza.
Los demás soldados tomaron a los residentes y los llevaron a fuera, todos en una sola fila, los hicieron caminar hacía la entrada del gueto, pisandose los talones, emupujandose, gritandose en los oídos y sacudiendo unos papeles entre el puño de sus manos. Poco a poco, la gente se desplomaba aleatoriamente por despiadadas balas que impactaban en sus craneos o pecho.
Gabriel no soltaba a Debora, y aunque ella ya no sentía el brazo de tan fuerte que la apretana, no quería soltarse. De pronto, entre su miedo, volteo a ambos lados y se asusto aún mas.
—¡Gabriel! ¿dónde esta Conrad?—le pregunto Debora al hombre y el se detuvo en seco.
Gabriel miro a todas direcciones. Vio a Magdalena al frente y se metió entre la gente hasta llegar a él.
—¿¡Haz visto a Conrad!?
—¿¡No esta con ustedes!?
—¿¡Que pasá!?—se entrometío Rut completamente asustada.