Jaula de Aves

Tenue

30 de mayo de 1943

Cracovia, Polonia

Tenia el maniquí con el vestido de boda puesto que usaría en la ceremonia frente a ella, tomo un sedoso tramo del vestido con sus dedos, frotó la delgada cortina y una sonrisa se dibujo en su rostro.

Tocaron a la puerta y se abrió enseguida.

—¿Quién es?—preguntó sin girarse a ver quien entro y soltó el vestido.

—Soy, soy Tristán Gottwald... ¿me recuerda?. —se presentó con un paquete en una mano y su sombrero en otra—, le traigo algo, señora Dora.

Dora se dio media vuelta lentamente.—¿De quién?

—Es de mi jefe, Sebastián Obendorf.

Dora suspiro con jadeo y con las manos en su regazo lo rechazo.—Llévatelo, dile a tu jefe que no quiero nada de él y mucho lo quiero cerca.

—Es un perfume.—insistió

—¡Que no escuchas, llévatelo!—gritó impaciente.

El joven asintió, dejo el paquete sobre la cómoda junto a la puerta y se fue. Arrepentida por la manera penosa en la que Gottwald se fue, Dora bajo la mirada. Se acercó a la cómoda y tomo el paquete, había una nota sobre él.

"Los detalles son esas maneras superficiales que sustituyen palabras lindas con texturas suaves. Suerte en tu vida y en tu matrimonio."
-Gottwald, T.

Durante su arrepentimiento masivo, llena de duda y mucha ansiedad, se desvistió y se puso el vestido que Obendorf le había conseguido. Un conjunto blanco sin velo y muy modesto. Mientras se peinaba frente al tocador, la puerta volvió a abrirse y por esta entraron dos mujeres, casi idénticas, ambas blancas y con ojos azules. La primera en entrar era la mas alta, con un rostro puntiagudo y manos en forma de triangulo sosteniendo un bolso beige.

—¿¡Quienes son ustedes!? ¿¡Que hacen aquí!?

—Uh—expresó aquella mujer—Que voz ¿La escuchaste, Miriam?

—Fuerte y claro.—respondió la segunda.

Esta tenía arrugas mas pronunciadas, pero era más baja que la primera –a pesar de ser mayor– cabello ondulado y castaño, pestañas grandes y ojos de desigual tamaño.

—¿Miriam?—susurró Dora—Es usted. La madre de Rudolf.

—En efecto.—respondió arreglándose su suéter a rayas verde.—Llegamos esta mañana, tratamos de ser puntuales. Aún nos dio tiempo de instalarnos en nuestra nueva casa que mi hijo muy amable nos consiguió. Por lastima... no esta tan cerca de la de ustedes.

—Que pena, sí. Luce usted una mujer muy interesante.

Ambas sonrieron, parecía que eran un espejo.—Permíteme, ella es mi hermana, la tía de Rudolf: Mara. Y yo cómo ya te diste cuenta, soy Miriam: su madre; tu suegra.

Dora dio una humilde reverencia.

—¿Tus padres?—preguntó Miriam.

—S-soy huérfana.

Ladeo sus labios aunque claro no sentía lastima en realidad.—Lo lamento. También es una lastima que Rudolf haya escogido cómo padrino a Sebastián Obendorf.—en aquello Dora estaba de acuerdo.—De haberme consultado yo hubiera sugerido al Mayor Magnus Müller, él y mi difunto esposo Augusto eran muy buenos amigos de adolescentes... me hubiera dado tanto gusto que hubiese sido de esa manera.

Dora no agregó nada más, dejo que Miriam hablara y se largara cuándo ya no hubiera nada de que discutir.

—Ya es hora.—dijo Mara.—Hay que irnos.

Mara y Miriam se prepararon para salir, nuevamente Mara abrió la puerta y salió ella primero.

—¡Agnes y Csilla!—alzo la voz Dora antes de que Miriam saliera—¿Qué sabe de ellas?

Miriam quedo congelada. Pero trato de disimular sonriendo forzadamente.—No sé de quiénes me hablas. Sé puntual.

La boda sería ante un fisco, la escasez de tiempo para los preparativos se veía en la cantidad de invitados y arreglos. Además de que Rudolf vestía su traje militar y no un traje adecuado a la ocasión. Dora se paro junto a él y la ceremonia comenzó.

—Usted, General Rudolf Ademar Häusler ¿Acepta a Dora Irmhild Taube, cómo su esposa?

—Acepto.—contestó severo. Tomo la mano de Dora y coloco en su dedo anular una sortija de oro.

—Y usted, Dora Irmhild Taube ¿Acepta ser la esposa del General Rudolf Ademar Häusler?

Por su cabeza paso la diferencia en los votos pero no tenía mucho tiempo para razonar.—A-acepto.—tartamudeó.

Aquel le estiro la mano para que le colocara la sortija, pero Dora estaba indispuesta. Rudolf carraspeó y aguito frente a sus ojos el dedo, Dora se lo coloco y regresaron la vista al frente.

—¿Son ambos pertenecientes a la raza suprema?

Si.—contestaron al unisonó. Uno más seguro que la otra.

—¿Alguno de ustedes presenta alguna enfermedad hereditaria, o que pueda ser un riesgo para la vida plena y saludable?

No.

—¿Avalarían sus respuestas, otorgándome sus firmas? Con las cuáles su matrimonio quedará validado desde este momento hasta la muerte.

Rudolf tomo la iniciativa y firmo ambos papeles, una firma elegante con trazos finos y mucho detalle en cada línea y curva. Luego de firmar ambas clausulas dejo el bolígrafo en la mesa y retrocedió, le tomo el codo a Dora y ella reaccionó  de su disociación. Se agacho un poco, tomo el bolígrafo y firmo –por poco y se equivoca–. Retrocedió y respiro hondo.

—Así es como, Rudolf y Dora Häusler sellan su matrimonio. Les deseamos prosperidad y virtud en su familia que unificará la gran nación de Alemania.

El fisco levanto el brazo –en típico saludo nazi– los invitados lo hicieron al mismo tiempo, Rudolf también lo hizo poniéndose firme y Dora la levanto obligada con el gesto en disgusto.

¡¡Heil Hitler!!

Tras la vacía ceremonia, plácidamente se comenzó a convivir, comiendo bocadillos y charlas igual de vacías y cortas. Algo de buen vino y algunas risas.

Los Obendorf se acercaron a Rudolf y Dora, quienes estaban sentados en sus sillas con la mirada en diferentes direcciones.

—Familia Häusler.—dijo Effie con una gran sonrisa.




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