Abril de 1944
La mañana se había oscurecido. Lo que comenzaba como un ventoso y agradable día se torno en un nublado y frívolo ambiente. Desde la oficina en Plaszow de Sebastián Obendorf, el miraba con mucho detenimiento desde su ventana ver virutas y cenizas caer desde el cielo y dispersarse por todo el campo.
Tristán Gottwald, que estaba a su lado, lo veía a él y después regresaba su vista atreves de la ventana con desdén.
—¿Esta nevando?—preguntó Hannibal desde su silla dónde su padre lo dejo jugando ajedrez solo.
Sebastián continuaba mirando en silencio, con las manos cruzadas a la espalda y con el gesto estricto.
En otro lado de la ciudad, Dora Häusler termino de bañarse y salió ya vestida del baño. Bruno no estaba en la cuna y bajo a la planta baja para cerciorarse que estaba ahí. Bruno estaba ahí, en su cuna dormido, y también estaba Rudolf, mirando por la ventana con una taza de té en su mano derecha y el platito en la izquierda. Dora miro con atención y veía algo que creyó que era nieve descender y traslucirse sobre el piso. Se desvió de su camino a la cuna y camino a él.
—¿E-eso es... nieve?
Rudolf dio un sorbo a su té y dejo la taza en el plato. Dora lo cruzo y tomo la manija de la puerta, pero Rudolf le apretó la muñeca. Dora volteo a verlo con desdén y Rudolf relajo la mano, Dora pudo liberarse y salió. Y si, algo caía del cielo, pero no era precisamente nieve, era una grisácea ceniza acompañada de un extraño olor a quemado. Estiro las manos con las palmas hacía arriba y detuvo cenizas, luego froto las manos y mancho sus palmas.
Magnus y Ágata Nolte también salieron de su casa y miraban el tétrico escenario que se avecinaba desde el sur.
Dora cerro los ojos y alzo el rostro, espero segundos y luego llevo sus manos a la cara, luego froto sus manos por sus mejillas y de igual forma se ensucio de aquella ceniza la cara.
A la mañana siguiente, y con las calles sucias de ceniza y polvo, Dora decidió tomar escoba y urnas para levantar las cenizas que quedaron en su lado de la acera y el pórtico. Un par de personas venían del fondo de la calle, era Tristán Gottwald acompañado de Verena Altenhoff.
—Buen... día, Dora.—saludo Tristán.
—Hola, Tristán, Verena.
Verena le sonrió.
—¿Urnas, Dora, enserio?—preguntó Verena con desdén.
Dora titubeo.—N-n-no tenemos cajas. Rudolf las tira todas.
—Me imagino.—contestó Tristán.
Verena vio como ambos intercambiaban miradas y decidió estirar su brazo y tomar la mano de Tristán para cruzar sus dedos.
—¿Rudolf esta aquí? Obendorf lo busca y... ya era hora de que llegará.
—Si, esta aquí. S-solo que esta mañana... amaneció de peor humor que de costumbre...
De pronto se escucho el golpetear de los nudillos de Rudolf contra la ventana junto a la puerta. Era Rudolf, con un gesto de molestia insoportable.
—Si se nota.—susurró Tristán irritado por el molesto gesto de aquel.
—E-esperen... aquí.
Dora se fue y entro a casa. Rudolf entonces cerro las cortinas.
—¿¡Por que no le dijiste de nosotros!?—refunfuño Verena—¡Eh!
—N-no es algo muy formal, Vere. Vamos.
Verena ahora enfureció el rostro y se soltó de la mano de Tristán. A los pocos segundos, Dora salió con un semblante castigado.
—Irá.
Tristán asintió.—Bien. Nos vemos, Dora.
—Adiós.
Tristán ya había dado media vuelta cuánto Verena alargo la conversación y lo detuvo.
—Una cosa más, Dora. La Sra. Orwloski.
A Dora le aterraba aquella sanguinaria mujer tanto cómo Göth y Obendorf. Expandió los ojos y trago saliva.
—Dice que ya debes volver a tus labores en el campo.
Con un nudo en la garganta Dora respondió.—Volveré cuándo termine de poder amamantar a mi hijo, no antes. Ese fue el trato con la Sra. Orwloski.
Ladeo una vulnerable sonrisa.—Debió olvidarlo. No importa, los servicios de enfermería ya no son tan requeridos.
Dora asintió y puso sus manos a los costados sin otra cosa que decir.
—Creo que es todo. Adiós.
Tristán tomo a Verena del brazo, ella se sacudió y camino sola. Tristán tras ella y volteo atrás dos veces, la última para despedirse.
20 de junio de 1944
Una delicada llovizna caía sobre el campo y al rededores. Un auto negro llegó, dos hombres de Sebastián esperaban afuera con dos sombrillas para recibir a dos mujeres que citaron verlo. A la lejanía, Magnus las miraba con extrañes, Nicolás se acercó.
—¿Quiénes son?—preguntó Nolte con las manos en su regazo y gotas chorreando de su sombrero militar.
Nicolás carraspeó.—Son, Anna e Izydora Fuchs... las...—alargó.
—Viuda y madre de Marius, si.—dio respuesta y se hizo un breve silencio. —¿Qué hacen aquí?
—Marius Fuchs tuvo cuatro hijos, ella cuida de ellos... por lástima tienen un letrero con la frase "traidoras" en la frente ante Gobierno, se niegan a cuidar de ellas como se dicta—se dio media vuelta hacía él—, los niños son los que sufren. Están desesperadas. Esperan a que Obendorf les ayude poco económicamente.
—¿Y a que costo?—cuestiono con una mala sensación mientras las veía entrar a la oficina de Sebastián.
Hiram Moser se acercaba a a ellos con un paraguas en la mano. Se detuvo ante ambos y fijo su mirada en la de Nolte.
—General... Nolte. El Sr. Obendorf, solicita verlo en su oficina.
—¿Yo?—frunció el ceño.
—Insiste que le interesa.
Nolte asintió, se despidió de Fuhrmann y siguió a Moser hasta la oficina. Se oían los murmullos de Sebastián al otro lado de la puerta.
Moser tomo la manija y abrió la puerta.—Sr. Obendorf, aquí está Nolte.
—Que pase, que pase, rápido.
Moser volteó a Nolte y lo invitó a pasar despegando la puerta y extendiendo su brazo. Nolte lo miró confundido y entro, solo entonces Moser cerró la puerta y se fue.