Jaula de Aves

Kôkutos= Inicio Vl Parte.

 °Kôkutos ( Κωκυτός ) palabra griega que significa "lamentación"

13 de Abril de 1941.

Salomónica, Grecia.

El joven Alexis Mylonas había pasado toda la mañana en el gueto de Salomónica, cuidando y haciendo guardia. El día era malo y engañoso, la familia Mylonas estaba en la mira de los nazis, el cuidado de la familia dependía de contactos de seguridad privada y un búnker en el sótano de la casa. Alexis llego a casa, en la sala de la casa estaba su familia amarrada de pies y manos, con cinta en los ojos  y un arma apuntándoles en la nuca. El joven militar se hinco pidiendo piedad y ofreciéndose en lugar de todos ellos, había un soldado en particular.

—¿Por qué haría eso?—lo cuestiono con malicia y el joven ahogado por el miedo temía decir algo en falso.

—Ustedes son hombres de honor. No lo harían.—respondió con un hilo de voz.

—Hemos matado a miles de personas, una más una menos, no veo la diferencia.

—¡Por favor, piedad! Somos cristianos, no hacemos el mal, no hemos matado…

—Pero están en contra de nuestras leyes...

—Hijo mío—interrumpió el padre del joven muy seguro y Alexis volteo su mirada para verlo.—No temas, los hombres buscan luz en tinieblas, los tiempos de Dios son buenos y perfectos, todo es con un propósito.

—Papá….—susurró.

—No tengas miedo, vive tu vida, y no olvides jamás los rostros de los que están aquí presentes.

Aquel primer soldado, que jamás su cara miró a Alexis, se quitó la capucha y empezó a dispararles uno por uno, a la familia del joven soldado, a quemarropa por la nuca. Tras acabarlos, alzó su mirada y reveló sus ojos de crueldad y aquel joven atisbo su rostro. 

—Vámonos.—les dijo a sus soldados.

—¿Qué hay de él?—intervino un soldado señalando a Alexis.

Rudolf Häusler lo encaró.—Ya esta muerto.

Orgullosos de su acto salieron de la casa, todos detrás de Häusler, cómo hormigas. Alexis se arrastro destrozado ante los cuerpos sin vida de sus padres y hermanos. Los minutos y las horas corrieron, y cayo la fría y desolada noche, la primera de muchas que aquel destrozado joven pasaría solo. Seguía ante los cadáveres de sus parientes. Ya no tenía lagrimas que derramar, ahora solo sentía su corazón roto. 

—N-no se quedará así...—susurró abrazando la cabeza de Xenofon Mylonas, su padre.—Serán vengados... por esta injusticia.

Estiró su brazo y apretó la mano de Ilia Mylonas, su madre, que tenía un rosario enroscado en ella.

—Lo juró.

05 de Julio de 1943.

Kursk, Rusia.

Batalla de Kursk.

Fueron sorprendidos, interrumpidos de sus sueños profundos a tal horas de la madrugada, tanques y ráfagas de balas los hicieron saltar de las camas a la defensiva.

Granadas activas los hacían volar por los aires, heridos y muertos caían encimados al suelo, despavoridos por dentro no podían simplemente dar media vuelta e irse.

—¡Muévanse, muévanse, no tengan piedad!, ¡no tengan piedad!

Se escuchaba a gritos la voz de uno de los comandantes mientras el estruendoso pasar de los aviones sobre sus cabezas que arrojaban  bombas creaban una matiz roja como el sol vivo. Derrotados, tuvieron que dar marcha atrás.

A la mañana siguiente, lejos del campo de batalla se atendía a los héridos, una de las enfermeras acarreaba el carrito con botiquines y agua fresca embotellada.

Uno de los heridos la detuvo del brazo.—Podrías ayudarme...

—Pídaselo a una de las enfermeras a cargo, yo solo reparto.—respondío evasiva sin desvíar la mirada para ver al soldado que pidió su ayuda.

El soldado la soltó y soltó un quejido, su pierna fue penetrada por una bala enemiga, tenía el pantalón con un rastro de sangre desde el muslo hasta el tobillo. La joven enfermera sacó uno de los botíquines y detuvo a otra que por ahi pasaba.

—Encargate del carrito, por favor.

La enfermera asintió, abrió el botiquín y saco vendas y alcohol.

—Dolerá un poco.—advirtió para luego vacíar la botella de cien mililitros de alcohol sobre la hérida de bala del soldado. Un espasmo le recorrió el cuerpo, soltó un quejido mas no un grito de dolor.

—¡Doctor, doctor!—llamaba la enfermera al doctor que tenía mas cercano—¡tiene una bala en la pierna podría venir a ayudarlo!.

—¡Voy enseguida!—respondío. La enfermera mientras vendaba la vends del soldado.

—¿Como te llamas?—le preguntó mientras con el sudor mojando su frente y sangre escurriendo de su labio miraba como le vendaba.

La enfermera aseguró la venda, se levantó y vió el identificador del soldado.—¿General, Lacroix? No parece usted un general...

—Puede ver mis placas...

—Típico. No quiera presumir general, veo muchos como usted a diario.

La enfermera cerró el botiquín y decidida a seguir su camino dio pasos al frente.

—¿No me dirá su nombre?—insistía el General.

Sonrío pícara, retrocedió y cruzaron miradas.—Anja, Anja Pfeffeberg.

10 de Julio de 1944.

Cracovia, Polonia.

Sus extremas formas de desesperación eran nuevas en un cuerpo tan acostumbrado a la frustración que incluso Obendorf llegó a sentir la necesidad de querer ayudarlo. Para ello lo visito en su propia casa, una casa antigua de fachada de matices azules bien remodelada sobre la calle Czysta en el condado de Piasek Południe.

—¿Más café, Sr. Obendorf?

Le ofreció amablemente Charlotte después de que el hombre ya había tomado tres tazas. Ahora el lo rechazo de la forma más cálida con solo alzar la mano.

—Gracias, Charlotte.—Charlotte dejo la cafetera y se sentó junto a Nicolás.—No reacciones a mal, Nicolás, pero... estoy enterado de tu situación.

—¿De que situación hablas?

—No tienes porque ser tan descortés conmigo. Después de todo, estoy aquí para ayudar.

Charlotte tomo del brazo a su esposo.—Ya no tenemos más a dónde ir. La casa dónde vivíamos ya no era segura.




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