Jaula de Aves

Vestigios

23 de Junio de 1944.

Dejo su taza de café caliente sobre su plato. Norman la miró de reojo y la noto triste.—¿Que te pasá?—le preguntó.

Rechistó un poco antes de contestar.—Tengo miedo, de que se repíta lo de la última vez.

—No te preocupes, todo esta bien...—trató de calmarla y le tomo la mano; Anja la quitó de prisa y suspiro. Norman tomo su taza y la dejo al borde del lavaplatos.

—Es muy propable que me transfieran. 

—¿A que te refieres?—preguntó frunciendo el entrecejo. 

Norman se dió vuelta y sacó un cigarro de la cajetilla casi vacía.—Con la desenbarcasión de los aliados, y el fin de la guerra que ya esta muy próximo; veo muy probable que me cambien de puesto.

—¿Pero a dónde?—preguntó tomando los bordes de su bata y se levantó de la silla.

Lacroix curveo sus labios.—No lo sé, a un campo supongo.

—¿Seguiras búscandolo, a Häusler?

—Creo que ya no solo sera a Häusler, hay muchas ratas en ese puto lugar que planean mandarme... Plaszow.

—¿Como a quién?

Norman saco de debajo de varios recibos sobre la mesa una carta que le mandarón a Anja de hace un par de años. Anja la vió y se la arrebato de las manos.

—¡Esta carta era privada, Norman!—refunfuño.

—Sabias, que Rudolf se casó, se casó con una judía—hablaba dandole la espalda mientras el humo de su cigarro nublaba su vista—pero es muy probable que no lo sepa, es tan estúpido que no sé ha de dar cuenta lo que esta frete a sus narices.

Anja confundida lanzó una mueca.—¿¡Y!?

—Y que dirías, si esa esposa judía que tiene; es Oliwia Skowron. Con otra identidad. Oliwia, ahora Dora Häusler , es la jodida esposa de Rudolf. Y aquí, es dónde entras tú.—lanzó Norman una plana del periodico.

Anja la tomó, la foto algo tenue estaba clara a la vista de los más analizadores, Anja veía con sus propios ojos a su amiga Oliwia junto a Rudolf Häusler.

11 de Julio de 1944.

Habian pedido para aquella fiesta, prisioneras que sirvieran de sirvientas para aquella noche. Todas debian pasar por alto un embrutecido rostro lleno de heridas y marcas de horror. En total habían escogido diez de los campos de Auschwitz. Cuándo ya todos se caían borrachos de sus sillas, carcajeaban y cantaban con tarades, la fiesta había acabado y ya no se requerian los servicios de las prisioneras.  

—¡De pie!

Ordeno el teniente Desmont Benda a las prisioneras listas para irse en una alcoba solitaria y poco iluminada. Todas se levantaron de sus catres nuevamente dentro de sus sucias ropas. Un grupo de mujeres malgeniudas y atroces entraron por la puerta.

—¡Arriba manos!

Ordeno la mas robusta, rubia de cara cómo perro enfurecido y ojos fulminantes. Todas alzaron sus manos y ella comenzo a revisarlas una a una, tocando violentamente con su mano el cuerpo de las prisioneras subyugadas asegurandose que no se robaran nada.

—¡Uh! Te falta algo de proteína.—comento sadica lo que desato unas falderas carcajadas entre las demas mujeres.—Aparentemente todo esta correcto ¿listas para volver al chiquero, malditas cerdas?.

Las mujeres volvieron a carcajear, y eso a Regina le recordó las risas del grupo de amigas de su madre que disfrutaban burlandose de la poca suerte de otras personas que nisiquiera conocian.

—¿Que es lo que hará, teniente Benda?

—Las regresare al campo, Sra. Ehlert.—contestó como si estuviera entrenado.

—Correcto. Y... si alguna de estas atrevidas, intenta escapar... o siquiera lo piensan, no dude, en reportarmelo, y yo misma me asegurare, de no vuelva a pasar por sus cabecitas una idea mas cómo esas ¿me explique con claridad?

—Si, Sra. Ehlert.

Hertha Ehlert cruzo sus manos, les dio la espalda a las prisioneras y se fue junto a toda su jauría de grotescas mujeres.

—Siganme. —pidió Benda sereno.

Las prisioneras se abrazon todo el trayecto devuelta al campo. Una que otra estaba llorando. No fue un camino de mas de diez minutos, al llegar, Benda abrio ambas puertas.

—¡Bajen!—ordeno y apunto a Regina con su fusta.—¡No, tu no! ¡Tengo ordenes de enviarte a otro lado!

—Monowitz, seguro.—susurro una viendo a Regina con lastima a los ojos.—Suerte.

El camion quedo vacio, solo Regina estaba dentro. Benda abordo y volvio a conducir. No fue a Monowitz, ni a ningún otro lugar que estuviera cercado de cerca electrificada o muros imposibles. Era un campo, escondido y con poca luz. Benda lo detuvo y fue por ella, le quito los nudos de las muñecas y la ayudo a bajar.

Tan pronto Desmont bajo, Regina comenzo a lanzarle golpes.—¿¡Donde carajos estabas, Desmont!? ¡Eh!.

Desmont entendia su furia asi que no intento agredirla.—No me sentia bien, Regina.

—¡Yo tampoco me he sentido bien! ¡Y no tengo a dónde ir! Creí... creí que me habías dejado sola.

Su voz se rompió y creyo incluso que lloraria. Desmont fue y la abrazo.—No. No, Regina, yo no te dejaría. Me importas.

Le tomo ma cara y le limpio con sus dedos las lagrimas que corrian por sus mejillas.

—¿Comiste algo?.

—Creo... que era pescado. Solo que no sabiamos si estaba cocido o era crudo.

Desmont fue a la parte del conductor y sacó una cesta con ensalada y huevos.

—Come esto.

Como oro, Regina lo contemplo pero se resistio y cerro la canasta.—Lo notaran. Esto te deja un aliento apestoso... tiene bien en claro lo que es el compartir y la empatía. No sería justo.

—Regina.

—¡Alla hay niños pequeños, Desmont! Dios mío, sufren tanto todos los días. Desean esto en su boca más que nada.

—¿Tu no?

Negó con el rostro transfigurado en uno de desdén.—No lo entiendes. No lo entenderas.

Desmont bajo la canasta y le tomo ambas manos.—No te dejare, no lo haré mas.

—¿Puedes prometerlo?.

Trago saliva.—Puedo. Lo prometo.

Regina sintio el instinto de querer verlo más de cerca y comenzo a arrimarse mas a él,  comenzaron a cerrar los ojos mientras acercaban sus rostros y terminaron chocando sus labios.




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