26 de Julio de 1944.
Ambos solo se escuchaban; era lo que necesitaban, que alguien solo los escuchará, por un solo instante. Sentados sobre el verde césped, tras ellos una bicicleta roja tiranda junto a la cesta con bocadillos. Ella sentada frente a su regazo, y el cruzando sus brazos por la cadera de Sophie, ambos entrelazando sus dedos.
—¿Y tu noviecito?
Sophie suspiro harta de los celos.—Por favor, Marco, basta de hablar de él siempre.
—Solo fue una pregunta.
—Se fue a con su hermana. El cumpleaños de su madre es en esta semana. Y yo...
—Y tu estas libre. Es un controlador idiota, se cree tu dueño.
—Tus escenas de celos me estan hartando, Marco.
Suspiró tratando de calmarse.—Lo siento. Es que... encerio me gustas, Sophie, y me gusta estar contigo. Y pensar que hay alguien más que tambien desfruta tu compañia me-me pone mal.
Sonrió y volteo a verlo, le dió un discreto beso en los labios.—Eres patético.
Sonrio también.—¿Y tu mamá como esta?
—No lo sé, es confuso. Aveces parece ya estar bien, luego recae. Hazta parece una novela—le decía mientras miraba las pulceras de plata que rodeaban la muñeca de Marco—una novela trágica. No parece cierto una vez que lo piensas...
Curveo sus labios y se asercó a su cabello.—Los problemas de los adultos no siempre son nuestros.
—Que tontería. Nos dañan colateralmente—alegó—papá despidió a mi tutor personal; para pagar las consultas del médico. Ádemas, sugieren su traslado a Varsovia para estar en observación constante.
—¿Y tu vas a ir?—preguntó con frialdad.
Respiró hondo y miró al frente.—Tengo que ir, si no con quien me quedaré.
—Puedes quedarte en mi casa.—sugirió.
—Que va—rechazo—, ¿que diría tu papá?
—¿Qué podría decir? Casi no está en casa, como hoy.
—Se dará cuenta algún día.
Ambos se quedarón en silencio. Un silencio estrategico, un vacío sentimental que compartían frotando sus dedos.
—Entonces... tendremos que ser discretos.
Marco sujetó un mechón de su oleante cabello perfumado, Sophie cerró los ojos al sentir la respiración del joven en su cuello. Ella apretó su pantalón con sus dedos mientras un extraño escalofrío corría por su piel.
—Muy discretos...— Sophie giró la cabeza y juntaron sus labios mientras una suave brisa corría por sus rostros.
[...]
—Yo insistó que cambien esta estrategia, tu táctica es mala, perderan no solo la batalla, si no hombres valiosos.—insistía Fuhrmann con el dedo sobre el mapa.
—Esta táctica fue utilizada por el Coronel Tiel en la primer gran guerra, y resultó victorioso.—respondío al atrevimientó de Nicolás el estratega.
El teléfono comenzó a sonar, un soldado de guardía fue a contestar.—¡Dame un buen argumento del porqué una estrategia de hace casi treinta años volverá a funciar hoy!. El mundo ha cambiado, la guerra támbien...
—Gral. Fuhrmann.—le llamó el soldado y Nicolás lo miro dé reojo.—Es para usted.
Asintió a los hombres de la mesa y fue a atender el telefono. Lo tomó y lo pego al costado de su rostro.—Fuhrmann.
—¡Nicolás, soy yo, Charlotte!—hablo nerviosa.
Nicolás rechistó, la llamada no le agrado.—Charlotte, te dije que no molestarás si no es importante.
—Es importate... quiero que estes en la casa, ahora.—colgó.
Ya en casa, Nicolás le confesó todo lo que pasó ese 27 de septiembre de 1943. Charlotte tenía un pañuelo en sus manos, Nicolás no mostraba ni una mueca de arrepentimiento.
—Eran, eran ellos o yo, Charlotte.—se justificaba.
Charlotte negó con un sútil meneo de cabeza.—Ellos o tú, ¿cuál es la diferencia?, guardas el mismo sádismo que ellos cuatro juntos...
—¿Te vas a poner en mi contra? Me vas a delatar, vas a ser como esos estúpidos traidores que parecen autoparlantes—demandaba con su dedo apuntando a la puerta como metáfora—Charlotte, entiende, en este gran conflicto, solo se gana haciendo lo correcto, y aveces lo correcto es injusto.
—Creí. Creí que con la rendición de Italia; cambiariás, creí que porfín podriamos estar juntos, pero me equivoque, no has cambiado en nada.—añadió. Nicolás la tomo de las manos y la miró a los ojos.
—Yo no puedo estar bien, sin que mi nación este bien...
Charlotte se soltó aventando las manos de Nicolás.—¡Te importa más ese montón de tierra y piedra conflictiva y destruida que nosotros!
Charlotte sacó de su bolso cuatro instántanias de Tiel y los otros tres hombres que murieron junto con él y las aventó sobre la mesa.
—Miralos. Mira esas fotos, y dime que no es verdad.
Nicolás se volvío a sentar. Apilo las instántaneas, las levantó entre sus dedos y las volvío a aventar, dejandolas mirando hacía abajo.
—Eran ellos o yo, Charlotte.
Charlotte se fue. Y en el pasillo, con escaza luz, vió algo que habia ignorado en una de las vitrinas. Abrio la puerta de cristal con delicadeza y saco del fondo un bastón, bastón hecho de madera de cerezo, con empuñadura de alabastro y en el palo se leía la leyenda T. J. Schön, Charlotte, tomo el bastón con ambas manos. Lo pego a su pecho y sostuvo el amargo llanto en su garganta, absteniendose a un simple suspiro.
28 de Julio de 1944.
En la bañera, del cuarto del fondo, el matrimonio se sumergia en agua tibia con burbujas en la superficie, sus cuerpos estaban empapados, con todo el bullicio fuera de su casa, que no parecía importarles.
—No huyas, Magnus, te lo pido, no huyas.—musitaba Ágata mientras alborotaba el cabello de su esposo con sus dedos para enjabonarlos.
Ya fuera de la ducha, Magnus subió el cierre del vestido de su esposa, que se miraba en el espejo mientras se ponía sus aretes.
—Ággy—le hablo Magnus y ella lo miró a traves del reflejo—, si tú, si logro hacer que te dejen vivir... prometeme una cosa.
Se dio la vuelta, deshechos en una prófunda impotencía se dierón las manos.—Magnus...—susurró con lagrimas—, gracias por dejarme ser parte de tu vida.