Jaula de Aves

Sangre y Fuego

01 de Noviembre de 1944.

Norman llego robando miradas y arrebatando suspiros en su auto nuevo, tan galante y solo con una radiante sonrisa llegó al ayuntamiento.

—¿¡Peter!?

Llamó al soldado que esperaba junto a una de las puertas.

—Hola, Norman.

Le saludó muy respetuoso. Norman se acercó a él.—¿Qué haces ahí?

—Soy la escolta del comandante.

Alzo las cejas.—¿Enserio?—Peter asintió, Norman entrecerró los ojos y se mordió la lengua.—¿Quieres ir por un trago?

Peter rechistó y volteo a la puerta.

—Tranquilo, el comandante es amigo mío. Yo invito.

No le dio mas vueltas y acepto ir con Norman. Llegaron al pub y comenzaron con algo ligero y mientas la charla tomaba forma se acercaban al vodka.

—Debió ser muy difícil para ti; tener que superar todo eso.

—Aun no logro superarlo. El fantasma machista de mi padre me acosa.

—Si, te creo. La presión de los padres es un trauma que tarda en curarse.

Peter vio su reloj.—Dios mío es tardísimo.—se levantó de su silla y levanto su copa.—Karla no querrá abrirme la puerta.

Norman se levanto igual entre carcajadas.—No lo creo.

Un ebrio dio pasos atrás y empujo a Peter por la espalda llenando la blanca camisa de Norman de un vodka puro.

—Imbécil.—expreso Peter en voz baja y con la manga de su camisa trato de enjugar la de Norman, pero el liquido ya había hecho de las suyas, pegándose por completo a la piel de Norman.—Solo... lo empeoro más.—dijo Peter atónito por sentir su piel.

Norman se río.—Si, de hecho sí.

—¿Vives muy lejos? Yo vivo a unas calles... creo que somos de la misma talla.

—¿Me estas ofreciendo una camisa?

Peter tartamudeo sacudiendo la cabeza en afirmación.—Si, si... si quieres.

—Bueno.—aplaudió.—Andando.

Norman abordo el auto de Peter. Era ruidoso pero cómodo. Al llegar a casa, Peter forcejeo la puerta para abrirla, estaba tan nervioso. Al entrar, paso primero él y Norman detrás.

—Pasa, pasa.—decía Peter mientras prendía las luces—Karla esta con mi suegra. Pe-pero dejo mis camisas planchadas, jaja. Espérame aquí.

Peter subió de prisa a su recamara para busca la camisa, dejando a Norman solo, el cuál comenzó a dar vueltas inspeccionando la sala y el comedor. Vio la puerta del despacho entreabierta, volteo a cuidar que Peter no bajará y entro cuidadoso. Estaba casi vacía, Peter era humilde y sencillo hasta en la decoración del espacio más privado de un hombre. Relucía el escritorio negro en medio, con las lámparas a los costados encendidas y muchas figuras de parcela. Camino al escritorio al ver una reluciente botella de vino. La sed lo obligo a ir y servirse un trago, y al momento de beberlo no pudo evitar notar una carta en la bandeja para incinerarla.  Ya había sido leída, más no destruida. Norman la tomo con cautela, esperando que tratará de alguna carta del banco o un telegrama solicitándolo para enlistarse.

Comenzó a leerla y no pudo evitar exaltarse con las palabras escritas con tinta y lagrimas, de algún pasado que no pudo borrar. Alcanzo a mirar la firma y «ebrio por el odio a los secretos» tomó papel y bolígrafo, apunto la dirección y el nombre y guardo la nota en su pantalón. Devolvió la carta y salió del despacho.

Peter bajo con la camisa en su mano.—Al parecer... Karla olvido plancharlas.—dijo con una jovial sonrisa.—Pero, no importa. Aquí está.

Norman la tomó amable.—Gracias.

—¿No la usarás?—preguntó Peter confundido.

—Si, si... pe-pero quizá luego. Gracias aún así.

—¿Quieres quedarte otro rato?—insistió señalando sus cómodos sillones.

—Em... no, no Peter. Ya tengo que irme. Buenas noches.

Norman se fue. Peter quedó atónito. Fue a su despacho, la carta de Aleksander Wosniak seguía ahí. Prendió un fosforo y antes de prenderle fuego, respiro hondo y la hizo arder.

[...]

Uno pensaría que el trabajo del General Häusler es tan agotador y cansado por solo ver la manera que cae dormido y ronca, pero su único trabajo era hacer bulto en el campo y disfrutar su descanso alterando a las personas y arruinando vidas.

Anja cenaba sola en la mesa de la cocina, tomaba café caliente y degustaba las galletas de mantequilla que hayo en la alacena. Dora bajo en bata y con la cara estirada de insomnio.

—Vaya.—saludó Anja con una galleta entre sus dedos.—Creí que no se mezclaba con la servidumbre.

Dora exhalo y camino a la barra para servirse agua caliente en una taza y prepararse un té. Anja solo la veía y seguía cenando. Dora arrimó una silla y se sentó frente a ella, Anja tenía una expresión muy simple en su cara, podría decirse que estaba misteriosamente feliz.

—¿Qué te da tanta risa?—preguntó Dora.

Anja bajo el rostro.—Nada, nada. Solo es mi cara.

Dora tragó saliva, ni siquiera tenía la voluntad para probar su té.—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?

—Siento tanto eso, Oliwia...

—¡No me llames así!—exigió alzando el dedo y apretando la quijada.—¡No lo entiendes! ¡Arruinarás todo!

—¿Cómo romper algo que ya esta hecho trizas?—sentó a Dora con una simple pregunta. Anja trituro la galleta en su mano y tiró las migajas sobre la mesa, luego cambió su rostro a uno de desdén.—Me das mucha pena, Dora, mucha pena.

—No quiero tu lástima.

Anja descruzo sus piernas y se levanto de la silla.—Iré a dormir.

Invadida por el miedo de tenerla cerca Dora corrió a ella y la tomo de la muñeca, muy fuerte.

—¡Suéltame, judía!

Gritó Anja y Dora respondió abofeteándola.

Ninguna de las dos, ni en sus peores sueños, se imagino una escena así. Iluminadas solo por la luz que venía de las escaleras, ambas al borde del llanto, cara a cara.

—L-lárgate—susurró Dora esclareciendo la voz.—¡Vete! Vete no quiero aquí.

—Pues que pena.—respondió también con la voz débil.—No me iré. Y no puedes hacer nada al respecto.




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