Jaula de Aves

Suspiros

03 de Diciembre de 1923.

Llevaban tanto tiempo esperando que habían perdido la noción del tiempo; olvidaron cenar, y olvidaron dormir; era egoísta en una noche como esas. Esther, con las manos en su regazo caminaba hacía ellos.

Con un pañuelo en manos y sus uñas maltratadas por morderlas, Nathalie se levantó y se acercó a ella.—¿Cómo está? ¿está bien? ¿por qué no habías venido? ¡Mira cómo nos tienes, Esther!—presionaba la mujer.

Esther suspiro, no se atrevía a mirarla a los ojos.—Bárbara esta muy mal, perdió mucha sangre y se desgarro terriblemente...—comentó.—El médico temé lo peor.

Nathalie se quebró, sentía el techo sobre ella, apunto de desmayarse Abraham y Fabian la sujetaron.

—¿Y mi hijo?.—preguntó el joven igual de nervioso por la salud de su recién nacido.

—Hija. Es niña, Abe, ella esta bien... pero Bárbara, Bárbara no pasará de la noche. 

Nathalie rompió en llanto, Abraham la soltó, se dio vuelta y se apartó de ellas.

—Iré con él.—señalo Fabian y correo para consolar a Abraham.

Esther tomo a la madre destrozada de las manos, en dolor, Nathalie llevo sus manos hasta el cuello de su blusa y la estiro con fuerza hasta que los hilos se separaron, quizá hacer lo mismo con Esther pero ya no le quedaban fuerzas para tirar.

Esther la dejo llorar sobre su hombro y se acercó a su oído—Prometí cuidarla... su hija, y eso hare. Quiso llamarla Olga.

10 de Abril de 1939.

Vincent Kania hablaba con Olga sobre la charla corrosiva con la señora Meerhof. Sentados en las bancas afuera de la sinagoga, Kania tenía mucho cuidado con el acercamiento de sus piernas con las de ella ya que Olga no dejaba de moverlas de un lado a otro soportando las miradas de todos y sobre todo de Margot sobre ella. La simpática, joven y estimada Sara Konopka y sus hijas no dejaban de verla "sutilmente" sobre sus hombros abrazando sus abrigos.

—Son unas niñas desagradables.—expresó Kania sobre las niñas Konopka, y su madre por igual.

—¿Cómo responder ante alguien que va en contra de lo que crees?—le pregunto Olga muy molesta pero se oía también con ganas de llorar.

—¿Cómo respondiste tu? ¿Cómo respondió ella?—le devolvió la pregunta, Olga bajo la mirada y paso saliva.

—¿Qué hubieras hecho en mi lugar?—pregunto en tono de voz muy bajo.

—Sentarme. Sentarme a ver como se pudre en su ignorancia, en su ambigüedad, en sus ideas cerradas. Eso o gritarle como lo hiciste, no hubiera actuado diferente.—le respondió con toda la certeza que pudo y Olga alzo la mirada.

—¿Pero que hago ahora. Cómo me quito esos ojos amenazantes de encima?

Kania se acerco a su oído.—No tienes que disculparte de verdad.—murmullo.

Ascendió la mirada y Olga quedo pensando unos segundos, los más denigrantes y largos segundos, tenia que razonar muy bien lo que estaba por hacer, la sangre se le helo, se levantó de donde estaba sentada, camino con la mirada abajo, jugando con sus dedos y su coleta hasta que llegó hasta la presencia de la señora Meerhof.

Estaba rodeada de ancianas y por la izquierda estaba su nieto, un poco más alto que ella vestido de un chaleco marrón y camisa con una mirada perdida en su propia imaginación.

Margot Meerhof era muy idéntica a las demás viudas y anticuadas. Encorvada, y canosa, con un tipo de trapo cubriéndole la cabeza. Vestía ropas viejas y apestosas. Enjaulaba sus húmedos ojos siempre llorones tras los cristales de sus lentes sujetos de una correa tras su cuello. Caleb Meerhof, blanco y tonto; cabello quebrado negro que nunca peinaba y prefería guardarlo bajo bombines viejos de su abuelo muerto; de dientes chuecos y ojos marrones levemente separados, a Oliwia le parecía desagradable a la vista.

Las ancianas se fueron susurrando entre ellas de Oliwia mientras se alejaban. Eliasz, el hijo de Margot tomó a Caleb del brazo y se lo llevo; dejándolas solas.

—Espero estés arrepentida de tus comentarios.— le dijo Margot a Olga en su sofocante intimidad.

Olga volteo a todos lados, noto que sudaba de las patillas cuándo vio a Regina pasar sus dedos por la oreja así que ella lo hizo y ahí se dio cuenta.

—Señora Meerhof.—la voz se le esclarecía lentamente.—Lamento haberle hablado así, se que no merezco su perdón ni mucho menos mis actitudes rebeldes. Pero quiero que sepa que estoy en la etapa de mis errores y lo admito, solo le pido su perdón.— le pidió ingenuamente disculpas Olga a la señora Meerhof cabizbaja.

—Hija...— le dijo amablemente tomando su mejilla y levantándole el rostro—Reconozco tu vergüenza, y acepto tus disculpas. Pero recuerda, la mujer nació y está destinada a servirle su esposo. Yo y mi difunto Izaak vivimos una bella vida, cumpliendo cada quien lo que le tocaba, esa es la solución a un matrimonio feliz.— le comento la señora Meerhof y después se dio vuelta y se fue.

Estas palabras alteraron a Olga, pero no pudo decírselas a Margot en esos instantes. La sangre le hervía pero se contuvo, ya había pedido disculpas, no podía armar otro escándalo más en una misma noche.

30 de Julio de 1939.

Otto estaba solo al parecer en casa, vivía algo cerca de los Meerhof, igual en Kazimers pero ellos en la calle Hieronima Wietora. Había llegado mas temprano de lo normal del colegio, se levanto su camisa frete al espejo, justo por debajo del pezón tenía varios golpes y moretones. Los palpó con suavidad pues le dolían.

—¿Qué tienes ahí?—pregunto importuno Conrad, su hermano que entro con mucha sutileza pues Otto no lo percibió.

Rápidamente Otto bajo la guardia y se fajo su camisa.—Nada.—respondió dando la vuelta. Camino hasta la puerta y antes de salir Conrad lo detuvo del brazo.

—¿Estas bien?—pregunto en tono muy bajo y cariñoso. Otto alzo la mirada, y tras pensar unos segundos, negó con la cabeza. 

—No sé que me duele más... el golpe, o la impotencia.—murmuro y Conrad lo soltó, dejándolo marchar sin nada más que agregar.

No podía dejarlo, no podía solo dejar que su hermano menor se fuera con un moretón en su pecho.




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