11 de marzo de 1940
Ministerio de Educación del Reich, Berlín
Una audiencia se celebraba aquella soleada mañana. Algunos miembros del Ministerio se pondrían de pie y expondrían sus planes de mejora. La sala de juntas estaba casi llena, solo faltaban dos integrantes.
El matrimonio Rath aún no terminaba por acostumbrarse a los horarios de Berlín, dónde el tiempp parecía ser más rapido y la gente a moverse más de prisa. Llegarón al Ministerio casi diez minutos más tarde. El Sr. Rath había engordado, aumento una talla y ahora tenía problemas de visión, comenzaba a quedarse calvo pero en su rostro seguía un gesto de asco. Perdiendo toda caballerosidad, adelanto el paso y entro a la sala antes que su esposa, una socióloga y editora muy elegante, vestía un conjunto rosa de felpa, usaba zapatos altos y joyería de opalo en su cuello y manos. Cargaba con mucha ligerez un maletín marrón en su mano izquierda y un bolso, del mismo color de su vestido, muy pequeño, en la derecha. Y expresando más la infelicidad de su matrimonio, mantenía la cara endurecida. Sería la primera en diriguirse a toda la asamblea.
Su marido se abrió paso entre los asientos y se aplasto en una silla. Sra. Rath dejo su bolso y maletín en la silla junto a él (ya estaban asignadas) y comenzó a esculcar en el maletín su discurso.
—¿No tendrás una mejor cara en esa vergonzosa... "cosa"?—le susurró su marido y ella se hizo sorda.
La mujer lo fulmino con la mirada, se quito su suéter y lo dejo en su silla.
—Suerte.—le susurro la mujer de junto, con un rostro dulce.
—Creó que si la necesitaré, Waldina, gracias.—agradeció.
Volvió a mirar de reojo a su marido y se fue hasta el podiúm. Se descubrió la cabeza de su sombrero e inhalo.
—Esta mañana, por increíble que parezca, desperté a las 5:00 horas del día.—hablo con su voz casi ronca.—Y me dí cuenta en el calendario, que hoy; con la bendición de Dios, y comparto con ustedes, cumplo 54 años de vida bien vivida.
El público golpeo sillas en simulació de aplausos. Albrecht su marido carraspeo su garganta y la miró con desdén.
—He dedicado más de la mitad de mi vida a la política, he logrado ver mi cara y mi nombre impresos, algo que llena el corazón de alegria y de lagrimas mis ojos hal recorardarlo. Cómo mujer, pase un cuarto de vida pasando penurias por serlo. Ví el avance y el progreso de Alemania en 1918, cuándo la mujer consiguió el derecho al voto y ser votada, algo que me permite estar aquí ahora diriguiendome ante ustedes.
—Sra. Rath.—interrumpió el presidente del Ministerio desde su silla y con las manos cruzadas.—Al grano.
Dora suspiró, miro al presidente y luego volvió su vista al público, vió a su marido reírse de ella sin discreción cruzado de brazos, pero también Waldina Ulbrich sonreírle. Dora tomo inspiración. Detrás de ella estaban dos estandartes de la Alemania Nazi, los miró y apreto el podiúm.
—Hace unos días, tuve en mis manos, un libro de ejercicios de aritmética otorgados a niños alemanes de entre nueve y diez años. Aquí lo tengo.—mostro la hoja arrancada del libro dónde venía el ejercicio.—"Un hospital tiene cuatro personas en camilla, las cuatro graves, pero solo una curable. Un epiléptico, uno con mal del Parkinson, uno con Alzheimer, y el cuarto con gripa. El epiléptico le cuesta al hospital 4 marcos al día, el manos torcidas 4 marcos más, y el olvidadizo 3 más, pero el alemán con gripe, solo necesita un paracetamol para su mal, y con menos de 1 marco puede ser curado, no así los otros, que mientras más tiempo se preserven sus vidas, más marcos gastarán, y más a la quiebra al hospital llevarán. ¿Cuántos marcos gastarán los primeros tres (enfermos mentales), en un año?"—azomo sus ojos sobre la hoja y vió a todos serios. Unos con la manos en sus barbillas, unos más pensativos y otros sonriendo cínicamente.
—¡4,015 marcos!—gritó Albrecht Rath lo que resultó en carcajadas, incluida una del presidente.—¿A que viene todo esto, Sra. Rath?
—¡A que es increíble, que simples niños de entre nueve y diez años, deban no solo aprender aritmética, también a hacer indiferentes con los discapacitados! ¡A tener prejuicios sobre ellos, y hacerlos ver cómo alimañas que nos llevarán a la muerte segura!
—¡Gente inútil, Sra. Rath!—alzo la voz el presidente.—Alimañas que gastan dinero que ellos no consiguen, bichos que solo extienden la mano y se les da algo que no les pertenecé.
Muchos "sí" ruguierón entre la asamblea, y la Sra. Rath estaba humeando.—¡P-...!
—¡Me parece, Sra. Rath!—se puso de pie.—Que lo que usted esta haciendo... es ctiticar el sistema!
Se hicierón los susurros.
La Sra. Rath se puso roja, inflo su pecho y abrió su boca una última vez.—¡Estoy en desacuerdo, sí! ¡No estoy a favor de esto! ¡Me opongo a que le laven el cerebro a los niños con ideas racistas y de disfobia! ¡Es un ultraje a su inocencia y desarrollo! ¡¡Es inhumano!!
—¡¡Es suficiente, Dora Rath!!—gritó el presidente que fue y le apreto el brazo.—¡Cállese! Llamen a los oficiales.
Albrecht su marido fue y la encaró.—Anciana estúpida.—escupió.—Esto te saldrá caro.
—¿Crees que me importa?
Los oficiales llegarón a la sala. Había mucho alboroto.
—Quiero el divorcio.—le dijo Rath antes de que los oficiales amordazaran a Dora y la esposarán a la sálida.
Los hombres y mujeres de la asamblea insultaban y se reían de Dora, uno incluso le arrojo agua de du botella sobre su cabeza. Waldina solo apreto su bolso y se nego a ponerse de píe y apoyar los abucheos contra Rath.
—Esto también habla muy mal de tí, Albrecht.—dijo Bernhard Rust.—Que pena.
Humillada pero no arrepentida, Dora salió de ahí con la cabeza en alto.
03 de diciembre de 1942
Amelie huyó de la ciudad y no logro ser ubicada más, no hubo registros ni nada, así que la dieron como prófuga. Margaret fue sepultada, los corazones de los Lenz perdieron su bondad, y el brillo en sus ojos se perdió, ni siquiera tenía tiempo de visitar a los judíos de la calle de atrás.
Perros ladraban al son de sus largas zancadas. Se asercaban a ella con velocidad, los soldados blandian sus rifles al mismo tiempo que tiraban de la correa.
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Editado: 18.07.2023