Jaula de Aves

Manzanas Podridas

28 de diciembre de 1940

Cracovia, Polonia.

De otra cosa no podía hablarse en la ciudad. Desde el día anterior, varias calles de Cracovia se acordonarón y enlistarón para un evento. La población simpatisante con los nazis –muy poca en realidad– se había acomodado en el límite acordonado, los soldados, con botas pesadas y rifles recargados en sus hombros marchaban sincronizadamente. En cada calle estaba izada una bandera de pabellón rojo con una esvástica negra, misma que portaban los soldados en sus uniformes.

Tres jovencitos, un varones y dos señoritas se abrían paso entre la ferviente multitud para ver el desfile, al que por supuesto, no tenían permiso de asistir.

—Miren, por allá.—señalo la joven de las coletas castañas y cara pálida al hombre de gabardina y sombrero con un aguila en él.—Es Hans Frank.

Olga y Otto curvearón las cejas.—¿Quién?

—Mi papá dice... que apesta a sangre.—dijo sin siquiera saber si era cierto.—Odia a los judíos, por él lo despidierón... y también despidieron al Sr. Kuster por sus influencias sobre el Sr. Bednarz.

Todos tragarón saliva, pero Laura Wolski miraba a ese tal Frank con rencor, si sus ojos fueras armas, él hombre tendría abujeros por todo su enorme cuerpo.

—¿O-odia judíos? ¿Que tanto los odia?.

—Si manipulo al Sr. Bednarz hasta el punto de despedir a medio personal de su despacho... yo digo que los desprecia mucho.—respondío Oliwia a las preguntas desesperadas de Otto.

—Miren como marchan...—decía Wolski—, no sé ustedes, pero cuánto desearia que la carretera se abriera y se los tragara a todos. Que los regresara al abismo de dónde llegarón.

Al otro lado de la calle, vío Olga entre el espacio de los soldados a la familia Pfeffeberg. El alto y decente Kurt con las manos sobre su regazo, su mujer de piel lisa y blanca cargando a su hijo, Aniol con un banderín nazi en su puño y Anja a la derecha de su padre, con una cara severa y apagada.

—¿¡Laura!?—escuchó la voz maltratada de su padre—¿¡Que haces ahí!? ¡¡Quitense los tres de ahí!!

Laura, Otto y Olga se fuerón del acordonado. Y tenian ante ellos a sus respectivos padres. El padre de Laura ya era casi un anciano, comenzaban a iluminarse las canas nacer en su escazo cabello y unos ojos encapuchados con abundantes cejas.

—¡Se los dije. Aquí están!—refunfuño el Sr. Wolski, sacudiendo su bigote gris y apretando los puños.

—Si, Issachar, atinaste.—dijo Gabriel Gubernat el padre de Otto, arrastrando las palabras. El padre de Otto por otro lado, se mantenía joven y eso le encantaba, de traje, cabello rubio, ojos color como la miel y un semblante firme.—Otto. ¿Puedes explicarte?

—Fuí yo, Sr. Gubernat.—intervinó Olga.

—Gracias, Olga, pero se lo pregunte a mi hijo y me encantaria que el respondiera. ¿Y bien?

Otto agacho la cabeza y apretaba sus dedos nervioso.

—¿Saben que riesgoso que es? ¿Saben tan siquiera quienes son esas personas?—regañaba Issachar Wolski—¡Laura ya te lo había dicho, Dios santo!

—¡Solo veíamos!—grito Olga.

Issachar sonrió insatisfecho.—Solo veían. ¿Crees en la palabra de tu hija, Abe? ¿No le has platicado acaso de lo vil y despiadada que es esa gente con... con los que.. no... son de ellos?

—¿Necesitan verlos con las manos sucias para entenderlo, de verdad?.—abrió la boca el hermano mayor de Laura, Fideljs, que usaba un fez y cuyo gesto era serio y semblante aún mas serio.—Responde, Abe ¿Sabe tu hija lo que son?.

Abe trago sáliva y suspiro.—No he tenido tiempo.—susurró abteniendose de regañar a su hija como los otros dos molestos padres.

—Pues creo que el tiempo indicado es hoy... anda, Abraham, no te retraces más.

Gabriel tomó a Otto del brazo.—Vamonos ya, tu madre esta verdaderamente preocupada y tu aquí. Te dará la golpiza de tu vida, y esta vez, escucha, esta vez, no permitiré que tu abuela se meta a defenderte.

—Bien echo, Gabriel. Bien echo.

Elogió Issachar la posición paternal del Sr. Gubernat. Gabriel y Otto Gubernat se fuerón. Luego Issachar Wolski tomo a su hija y se la llevo regañandola todo el camino hasta casa y continuo hasta dormir y seguir la mañana siguiente. Olga por otro lado, no escucho ni una sola palabra de la boca de su padre, cómo de costumbre.

18 de Diciembre de 1940.

La última noche del Janucá llego. Los Gubernat imviaron a la celebración a la familia Skowron, quienes aceptaron con gusto. Abe, Esther y Olga llegarón muy tradicionales a la casa de la familia Gubernat, una casa de tejas rojas y rosales en la verja. La matriarca de la familia; la viuda Rut Gubernat fue quien los dió bienvenida.

—¡Bienvenidos sean!—les recibió Rut con una gran sonrisa al abrir la puerta—, pasen, pasen, ya esta todo listo.

Otto y Conrad esperaban junto a la mesa con las manos a la espalda muy respetables. Olga hizo contacto con Otto y se inclinarón para saludar.

—Shallom, Eusebius.—saludó con una sonrisa, sabía que odiaba que le llamarán así.

—Shallom, Janah.

—Sientense, sientense.—llamaba Rut muy entuciasmada abriendo paso entre la mesa y las sillas para sentar a los Levine.

Olga se sentó juntó a Debora Gubernat, tampoco se llevaban bien pero era esa noche que las diferencias debían hacerse a un lado. Y solo era a juzgar por una foto en la repisa, dónde habís cinco jovencitas en ella.

—¡Oh, Debora!—exclamó tía Esther al verla.—¡La playa! Sara, Gretchen, tú, Bárbara y yo...

—¿¡Mi mamá esta ahí!?—exclamó brincando de la silla.—¡Quiero verla!

Rut le llevo al foto, estaba firmada por las cinco jovencitas, cada firma en sus respectivos pies. Sara era la más bajita de todas, Gretchen era idéntica a su hija (una frente enorme), Debora miraba a otro lado como siempre, Esther sonreía y efectivamente era como Olga de delgada, y entre Sara y Esther estaba ella... Bárbara, alta y sonriente.

—Lamento decirte, Olga... que no puedes llevartela.—aclaró Debora.—Es un bonito recuerdo... si gustas puedo conseguirte una copia.




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