ESCOMBROS
24 de diciembre de 1942
Café Cyganeria.
En el corazón de Cracovia, el centro de relajación de cientos de militares alemanes era aquel atípico café que puede pasar desapercivido. Dentro solo había bebidas calientes con charlas sangrientas y frívolas.
Patinaba su cuchara por la mesa.—Es triste cuándo unos se ganan los puestos haciendo un gran esfuerzo, y nadie lo nota. ¿No Egon?.—preguntó el militar a su compañero.
Dosiciado alzo la cabeza y verlo.—En realidad, cadete Sowka. Los puestos requieren rigurosidad, y disciplina.—acomodó su postura en la silla.—No importa si lo aprueban, o te aplauden por ello.
—Solo era un comentario, Sr. Cordes. No lo tome tan personal.—aclaró.
Rechistó.—Pues a la otra... mejor cierra el hocico.
—Como diga, señor.
Egon Cordes volvió a verlo a los ojos, y en menos de un parpadeo, todo se sacudió, y hubo un estruendo seguido de mucho caos. La mesa de Egon se volcó y él fue arrojado contra los ventanales. Los cristales se rompieron por completo, y el cuerpo sin vida de Egon quedo inmóvil sobre el pavimento, aún mantenia sus ojos abiertos y por las fosas, labios y cabeza le escurria sangre.
14 de marzo de 1943
Miles de judíos que los alemanes tachaban de "aptos" para el trabajo, fueron llevados a una estación de trenes, todos los judíos aptos esperando fuera de la estación a que el tren llegará para llevarlos a su destino.
—¿A esto se referia Olga, con correr peligro?— preguntó Esther curveando la ceja.
—No lo sé. Al parecer esto no es ni una pizca de lo que nos advirtió. Esperemos a los trenes.—respondío Abraham con tono calmado, aunque por dentro moría de susto.
—¡Sr. Skowron!— le gritó Conrad que le alzaba la mano para que lo ubicara.
—Conrad...— respondió con un interesante alivio, como si ese encuentro húbiese sido salvador y abrazo a Conrad y saludó a Debora tras que lo tenía del brazo— ¿dónde está Gabriel... y Rut?
Ambos agacharon sus cabezas en nostalgia y Esther les tomo del hombro a ambos.
—¿Dónde está Olga?—preguntó Conrad.
Antes de que Abraham respondiera, Tamara salto desde la multitud y se abalanzó a un oficial.
—¿¡A dónde nos llevan!?— le gritó en la cara Tamara al oficial, Josué la tomo de la muñeca y ella se solto.
—Señora le pido por favor se aleje.— le dijo con la mirada en frente y con su arma en mano.
—Tamara has caso...—interrumpío Josúe que con miedo se asercaba a su mujer.
—¿¡O que!? ¿Me matara?— preguntó a gritos Tamara cínicamente.— ¡usted tiene idea de quién soy yo!
—Si. Lo que todos aquí son; una peste putrilienta.— le dijo el soldado en su cara de Tamara.
—Eso los incluye a ustedes malnacidos, ¡ustedes son la peste, ustedes son todo el mal de este mundo, son unas bestias!.— le gritaba paranoica Tamara.—¡putos maricones de mierda!
El oficial sacó su arma y le disparó en el pecho a Tamara, está de tambaleó y cayó al suelo, la gente empezó a alterarse y gritar, un gran caos comenzó. Josúe se tumbo ante su esposa y tomandola de la cabeza la recosto en sus piernas, viendola marchar lentamente mientras la sangre brotaba de sus labios, tiñiendo sus dientes y mejillas de rojo.
—Tamara no me dejes...—suplicaba Josué con lagrimas en sus ojos y un nudo de impotencia en su garganta. Tamara tomo su mano que sujetaba su mejilla, y con los ojos abiertos se marcho.
Los trenes llegaron haciendo gran estruendo en las vías, las calderas humeantes ahogaban a los ahí presentes.— ¡Alto!— gritó un oficial alemán. Los trenes paraban poco a poco y la gente quedó unánime ante las grandes máquinas.
—¡Son para ganado!— gritó una señora a lo lejos. —¡Nos tratan como animales!— gritó otra—.
Un gran disturbio se hizo en la estación, el caos comenzaba de nuevo. El oficial que paró los trenes lanzó un disparo al cielo callando a la multitud. —¡Callense todos! ¡¡Suban y no me hagan esperar, desgraciados!!
—Josué, vamos.—le dijo Abraham, tomo a Milman del brazo y dejando al cuerpo de Tamara expuesto a ser pisoteado, se puso de pie y camino hasta los vagones.
No a muchos metros de ellos estaban los Konopka, tomados de las manos con la mirada desorientada y vaga entre la multitud impaciente, los balazos al cielo los silenciaban por unos minutos y volvía el impetú.
—Yo me voy, no quiero estar aqui, aqui no.—expresaba Emma con histéria, tratando de girarse y salir de ahi empujando a la gente que se le atravesaba.
—¡Mamá, regresa!—le llamaba Friedrich soltando a su hija y a Sara para ir por Emma que se desaparecia entre la gente.
—¡Friedrich, Friedrich!—llamo Sara a su esposo y este volteo.—Déjala. ¿A dónde puede ir?
—¡Súban malditos judíos!—grito un soldado en alemán, no todos entendian pero por su tono de voz y el movimiento de su fusca sabían que se referia a subir el tren.
Muchas personas se negaron a subir a los trenes, se resistian, y había castigo para ellos que era la muerte. Las personas judías comenzaron a subir poco a poco. Abraham y Esther subieron tomados de la mano, no había asientos todos iban de pie, chocando unos con otros, oliendose y defecando en los agujeros que había en el piso.
21 de marzo de 1943
Berlin
Era sofocante, completamente insoportable tener que verse entre ellos, comer solos en silencio y cenar distanciados. Núnca estaban en un mismo piso, aveces ella se encerraba en recamara y veía por la ventana esperando que los soviéticos doblaran la calle y llegaran con sus padres sanos y de vuelta en casa.
Antes de irse, Aarón se vestía y se iba al campo sin despedirse, dejaba el tocadiscos correr para que ella bajara a apagarlo y solo así desayunara.
—¡Maldita sea, Aarón!—maldecía mientras bajaba las escaleras desesperada.—¡Que putas te cuesta-solo-apagarla!
No podía quitar el disco, completamente enfurecida lo levanto y lo arrojo al piso, tomo la pala de la chimenea y la golpeo hasta destrozarla.