24 de enero de 1940
Otto solo se engullía de galletas que trajo Olga de casa, su suéter estaba lleno de migajas, y aunque negara que se las estaba devorando, esas migajas lo delataban.
—¿Conrad se casará con Ariadne?—pregunto Olga, ambos sentados sufre la sabana que pusieron en el verde pasto, aunque aun se sentía su picar en las piernas de Olga.
—Mi padre ya hablo muchas veces con mamá, cuando la charla de vuelve en discusión, interviene mi abuela, todo es lo mismo, la misma charla espinosa y constante de todos los días.—respondió quitándose las migajas del suéter y pasando sus dedos por la sabana, siguiendo el patrón dibujado.
—¿Y tu que opinas?—preguntó y Otto solo alzo ambos hombros.—¿Qué es lo que Conrad quiere hacer, con su vida?
Otto paso saliva y contrajo sus labios.—No tengo idea. Ser labrador el resto de su vida no es algo que quiera, eso sin dudarlo. Quiere terminar su carrera en Alemania o en cualquier lugar lejos de aquí... la tienda de viveros es más probable que me la dejen a mí.—contesto su pregunta con varias pausas y un tono de voz muy bajo, así era el tono de voz de Otto—¿Y tú?
—Mi tía me inscribió a un curso de dos años de enfermería. Lo termine recién en agosto del año pasado, creo que eso es a lo que me dedicaré. ¿Qué dices?—le lanzo otra pregunta entusiasmada.
Otto rechisto un poco.—Creo que es genial.—ambos se quedaron callados, sobraba una galleta en la caja, ambos metieron su mano sin darse cuenta hasta que sus dedos se tocaron, Otto sacó su mano rápidamente y ambos absortos, con sus mejillas rojas y volteando a diferentes lados, Otto saltó rompiendo el silencio.
—Tomalá tú, yo estoy lleno.
Olga tomo la galleta y la partió en dos. El azúcar y algunas migajas cayeron en su vestido, luego le dio uno de los pedazos a él, y el restante lo puso en sus labios.
—El tuyo es mas grande.—alego Otto bromista, provocando una sutil sonrisa en ella.
Otto la comió de una mordida.
—Ni siquiera un bendito pedazo de galleta sabes comer.—llevo su dedo a los labios de Otto.—Todo te ensucias.
Le sacudió los labios y tiro el azúcar restante. Otto volteo a verla con una testaruda sonrisa.
—Eres igual de desaseada que yo.
Con mucho mas cuidado, Otto llevo su dedo a los labios de Olga, ella estaba bastante nerviosa para intentar alegarlo como lo hacia con todo los que querían mantener algún contacto físico con ella. Y cuándo menos sintió, tenia los delgados y tibios dedos de Otto quitándole el azúcar de los labios.
—Ya... ya esta.
Dijo Otto luego de sentirse incomodo por el contacto visual. En un arranque de sentimientos encontrados, Oliwia le tomo el cuello de su camisa y llevo contra la suya, hizo que sus labios chocaran y los mantuvieron por largos segundos.
21 de marzo de 1941
Mientras afuera todos estaban desesperados, siendo maltratados y despojados de la poca vida decente que les quedaba, unos hombres, unos hombres judíos con poder casi innato seguían buscando soluciones, lugares seguros. Y hasta el momento, la lujosa casa Bednarz; en Chdkiewicza, Grzegorzki Zachod, era el muro mas impenetrable para los Konopka.
Joachim y Minna Bednarz estaban mirando atreves de uno de los ventanales del salón en el segundo nivel de su enorme casa. Joachim tenía un aspecto severo y Minna una cara de angustia.
—Ve por él.—susurró Joachim.
Minna soltó un leve resoplo y le lanzó una indiscreta negativa mirada.
—Pero...
—Ve.
Ordeno nuevamente y Minna lo obedeció sin más que decir. El sujeto de traje que daba la pinta de ser de un tono magenta cuándo se acercaba a sus enormes ventanales y la luz refleja en él; se sentó en su sillón favorito, mientras Friedrich Konopka entraba justo detrás de Minna. Ella se quedo estática, alzo la cabeza y miro a su marido.
—Cierra la puerta, Minna.—ordeno a su mujer. Ella se fue, tomo a ambas puertas de la manija y las cerró frente a ella.—Siéntate, Friedrich.
Friedrich desabrocho su saco y se sentó dónde Joachim le señalo.—Sr. Bednarz...
—Joachim.
—J-Joachim. Mi familia y yo, nos sentimos realmente agradecidos... con su hospitalidad.
—Su casa quedo dentro de los muros.—recordó agitando su cerillo para extinguir el fuego tras prender su pipa.—Rodeada. Incapaces de poder ir, y tomar el resto de sus recuerdos. Quise hacer con ello pero... son gente incomprensible.
—Créeme Joachim que con el espacio que nos has abierto en tu bello hogar, es más que suficiente, de verdad; no hay palabras.
Joachim lo miró, una mirada que no iba acorde al ambiente, una mirada que podía traducirse como de repudio.—Sabes, que otra cosa me dijeron, por casualidad, Friedrich.—caló a su pipa, la dejo descansar y soltó el humo.—Y me ha dado muchas vueltas en la cabeza, me quita el sueño, me deja en vela. Son esos detalles que no dejan escapar.
Un estruendo se escucho sobre sus cabezas, se oían pisadas, pisadas realmente fuertes, se escuchaba mucho alboroto sobre ellos.
—¿Q-que pasa?—preguntó Friedrich que empezaba a agitarse.—Joachim...
—Lo siento tanto, amigo mío.
Abrieron la puerta que un principio Minna Bednarz cerró. Policías de Gestapo rodearon a Friedrich. Emma, Sara y sus hijas estaban aprehendidas, con un arma bajo su cabeza amenazándolas. Minna entro después con su vestidura elegante de vede esmeralda y negro, y se posiciono junto a su esposo.
Mil cosas le pasaron por la cabeza a Friedrich. Comenzó a hiperventilarse y enterró sus uñas en el terciopelo del sillón.—Sa-Sara...
Sara estaba inmóvil, no se atrevía por única vez en su vida a gritar, a rezongar. Estaba indefensa. Todos lo estaban.
—No hay excepciones para nadie, Friedrich. Te deseo mucha suerte.
Policías lo tomaron de los brazos y lo levantaron de su sillón. Sus piernas estaban débiles, quiso desmayarse al salir de la sala, quiso caer inconsciente cuándo salió de la casa, y quiso morir en el momento que lo treparon a la camper. Emma puso sus manos en rezo y comenzó a orar entre dientes. Las puertas se cerraron, dejándolos a ciegas, ni una luz que penetrara en sus ojos. Ni una señal más de esperanza.