21 de Julio de 1938.
A la rivera del río. Con un traje discreto, para moderar el calor del verano a medio día en su cuerpo, sus piernas contraídas sobre las que tenía un libro y lo leía al acecho de mosquitos que molestaban sus piernas.
—¡Oliwia!.—le gritó la joven que salía del río.
Codiciada por los jovenes forasteros que, como ella, vinieron al Vistula para refrescarse.
—Oliwia. Entra al rió, el agua esta deliciosa.—suguería Anja, exponiendo sus pechos sin sósten.
Oliwia entrecerro los ojos, dió sombra con su mano y dió un gesto de repulsión.—Anja, no seas descarada.
—¿Que tienes de malo?. Solo son pechos.—estiró su mano y jalo el cuello de la blusa de Oliwia con dos de sus dedos.—Y tu tambien tienes.
Oliwia se cubrió con su brazo.—¿Que diría el decente señor Kurt Pfeffeberg y la perfecta Gretchen Pfeffeberg sobre su hija exibidora?.
Anja se exprimió el cabello y se puso su sostén. Luego se sentó junto a ella con una extraña gran sonrisa.—No dirán nada... porque no lo sabran. Obviamente.
—¿Sabes porque vienen acá?.—pregunto Oliwia con las narices en su libro.—Todas las jovenes de sus puebluchos ya tienes hijos y estrías, les asquea. ¿Y sabes que más? Ellos son los padres de los bastardos. Vienen acá porque a diario pierden una virgensita y acá hay muchas.
Anja sonrió con sus enormes dientes blancos, casi casi a carcajadas pero no pudo con la mirada tan seria de su amiga.—Eres muy amargada.—estiro su brazo y lo sobo con su otra mano.—Blasius Wolski, el hermano de Laura; lo ví... con Ariadne Fingerhut atras de su casa.—chismeaba Anja suavisando su tono de voz, cómo si le estremeciera recordarlo y hablar de ello.—Que manera de actuar, juro que Blasius tuvo que meterle el puño en la boca a la zorra para que sus gemidos no los delataran.
—¡Silencio, Anja! Que poco respetas la privacidad.
—También juro que no sé porque me sigo juntando con mojigatas cómo tú.—confesó en el calor de una nueva discución.
—¡Pues... que esperas para irte. Ademas la reina de las mojigatas es tu madre. No sé que tanto alegas!.
—Quizá es el calor... te pone mal. No creo que sea por mucho... Otto Gubernat no tarda en llegar.
Oliwia volteó, casi se fractura el cuello volteando.—¿Que-viene-quién?.
Anja volvió a sonreír.
—No, Anja yo te dije que no lo invitaras. No seas cruel.
—¡Oliwia por favor. Eres la única que puede soñarse un futuro con él... y no está para eleguir!.
—Me estas ofendiendo...
—No, no es cierto.
—¡Si, si es cierto!.
Anja suspiró y mordió su labio inferior.—Si tuviera un deseo. Oportunidad de uno, solo uno... pediría menos frente. O quizá un fleco más grande.
—Es una casa muy grande para un habitante tan pequeño.
Anja finjió ofenderse, pero aún en ese tono seco veía el humor en él. Volteo a verla y Oliwia reía.
—¿Así, gran cerebro. Tu que pedirías?.
Oliwia bajo su libro y volteo al cielo.—Alas. Pediría alas. Unas grandes y fuertes.
—¿Alas?. Alas.—repitió Anja.—Suena bien. ¿Sabes que otra pediría?.—dijo con un tono extraño. Se acercó al oído de Oliwia y le susurró.
Oliwia solto un quejido de su garganta y ambas soltaron a reírse. Carcajadas. De esas que duelen en el estómago.
—Y que no nos falte confianza.—confeso Anja luego de la risa se les acabo.—Confianza entre nosotras.
—Confianza.—repitió sonriendo.
—¡Anja!.—le llamó un joven que le llamaba desde el agua.—¡Ven, ven o me ahogare!.
Se tiró de espaldas al agua.
Anja sonrío.—¿No vienes?.
Negó más calmada.
—Bien.
Anja se levantó y se volvió a quitar el sostén, para luego lanzarlo hacía atrás y entrar al río.
13 de Julio de 1942.
Entre los judíos se murmuraba erroneamente una divisón de clases en el gueto. Entre ellos mismos se insultaban, menospreciaban o detestaban por pertenecer a una zona determinada el gueto. Los del gueto A hablaban de lo afortunados que eran por estar dentro de una zona laboral dónde la vida era escazamente mejor (los Kuster y los Gubernat figuraban aquí). Mientras que en el gueto B (los Levine y compañia, los Meerhof), solo charlaban de lo infelices que eran.
Caleb había logrado colarse entre los trabajadores del bloque A en la fabrica Plac Zgody. La jornada apenas comenzaba cuándo fuera del edificio comenzarón a escucharse alborotos que se hacían cada vez más fuertes mientras una aglomeración de prisioneros y soldados se diriguian a la fabrica 《nuevos trabajadores》 supuso Caleb. Pero en su mayoria había viejos y unos enfermos, pocos en condiciones dd trabajar.
Ambas puertas puertas se abrierón.
—¡Quiero dos malditas filas!.—grito el capitán al mando.—¡Una de varones y una de mujeres. Muevanse y no me hagan esperar!.
Rapidamente y pisandose los pies se acomodarón según lo ordenado. Dos mesas se instalaron y tras ellas había secretarias y policias rodeando y vigilando.
—¡Que estan mirando!.—volvió a gritar el capitán a los trabajadores. Caleb se hizo pequeño al oír el grito.—¡A trabajar. Ratas inmundas!.
Tenía una mala sensación socavandole la cabeza, algo le dijo que mirar atrás. Incorporo sus manos y se volteo lentamente.
—¿Nombre?.
—Meerhof, Margot Irina.
La curveada anciana dió su nombre. Caleb quedó estatico al vee que todos iban a la salida tracera de la fabrica y de ahí fuera del gueto. Caleb tiró su herramienta, Margot miró a su nieto, le dió una sonrisa y le mando un beso muy despacio llevando sus fragiles dedos a sus labios.
Caleb negó y como si hubiera perdido el control de su cuerpo sus piernas comenzarón a avanzar hacía ella. Tomarón a Margot del hombro y la hicieron caminar.
Caleb no la perdia de vista. Al ver que su abuela estaba por cruzar la puerta apresuro el paso pero un guardia lo detuvo.
—No.—susurró.—No me dejes. ¡Suélteme!.—le gritó al guardia que opto por cargarlo de regreso.—¡Suélteme. Mamá, no, mamá. Suélteme, suélteme, suélteme!.