30 de Enero de 1944.
Bremen, Alemania.
Esa misma tarde, una familia fue separada. Una familia se quebro en pedazos y cada pedazo tomo un camino.
La helada noche hacía menos acojedor el interior del auto. Gretchen Pfeffeberg solo veía al exterior ls profunda y solitaria casi media noche. Kurt no dejaba de ver su reloj y cruzar miradas con el conductor por el retrovisor.
—G-Gretchen... cuándo... lleguemos a la pista... quiero que actues serena. Irás a mi lado, y todo estará bien. Aniol estará bien y...
Gretchen cerró los ojos.—Kurt. Solo cállate.
Kurt suspiró y bajo la mirada.
De pronto el auto se sacudió de un sorpresivo frenón.—¿Que sucede?
—E-el paso esta cerrado.—respondió el chofer.—No hay paso.
—No hay paso...—susurró.
Unas deslumbrantes luces de linternas irrumpierón de todas direcciones al auto. Gretchen expandió sus ojos y suspiro dejando escapar vapor frio de su boca.—Dios santo.—susurró.
—¡Bajen del auto!—ordenarón.—¡Despacio, y con calma! ¡Intentar escapar es contraproducente, Sr. Pfeffeberg!
Kurt y Gretchen, igual de asustados se mirarón a los ojos. Y cada uno salió por un extremo del auto.
—Despacio, despacio, eso es.
Abrierón la puerta del conductor y lo arrojarón al helado pavimento.—¡Dije todos, escoria traidora!—gritó el oficial. Se acercó a Kurt muy severo.—Kurt Pfeffeberg, esta bajo arrestó por traición. Tener contacto con judíos es considerado traición y lo sabe, lo sabe muy bien.
Kurt no dijo nada mientras era esposado, mantenía un intenso juego de miradas con el oficial. Solo trago sáliva.—Dejenla ir, a mi esposa. Es inocente.
Gretchen gorgoreó mientras era esposada por la espalda. Una lagrima corrió de su ojo.
—Por favor.
El oficial lo apreto de la cara.—Traidor cínico. ¡Descarado! ¡Subanlos!
Abordarón las patrullas de la SS y se marcharón.
03 de Abril de 1944.
Cracovia, Polonia.
Soltó el humo de su cigarro encerrado en sus mejillas y lo dejo escapar al aire dentro de su oficina.
—¡Usted, solo esta jugando conmigo!—alegaba Nicolás apuntandole con su dedo y también con un cigarro entre ellos—¿¡cree que esto es un juego, Sebastian!?
—Yo le estoy siendo honesto—respondío con seriedad—, no le he dicho nada más que la verdad.
Ladeo sus labios y tiro el cigarro al suelo, lo aplastó con su suela y se asercó a él.—¿Dónde está Álvaro Licona?
—¿¡Y por qué te interesa tanto!?
Borró la expresión de rostro.—Eso a usted no le interesa.
—Se fue. Álvaro se fue, ni una semana estuvo aquí y se largo con todo y mujer, no dejó ni un piojo.—insistía. Arrojó su cigarro a una buena distancia.
Nicolás se apartó y paso sus dedos por las coyunturas de sus labios con frustración.
—¿Tiene algo que ver con tu servicio en Italia y lo que pasó en agosto del año pasado?
Lo miró de reojo con el ceño fruncido y respiro hondo tratando de búscar algo en su mente para responder.
—¿Quiéres huír a México, es eso?
—No tienes el derecho de saber sobre mi vida—demandó con frialdad—, el embajador luce una persona confiable es eso—alardeaba—, mi familia y yo necesitamos contactos, en caso de que algo salga mal.
Sonrío sin ganas.—No trates de engañarme, Nicolás, veo tus intenciones.
—¡No te creas el listo, Sebastián, no te hagas el bien entendido!—demandó.
Camino violento a la puerta y la cerró a punta de un azotón que movío las botellas sobre el aparador.
23 de Mayo de 1944.
El comedor de la casa Obendorf se apago de las luces electricas y quedaron solo las tremulas llamas de las velas sobre un pastel de durazno de dos pisos, bañado en vainilla y siete velas encima. La luz golpeaba directamente a un corpulento hombre con gesto vil pero enmedio esas mejillas duras apareció una modesta sonrisa.
—En tu cumpleaños mucha suerte, en tu cumpleaños mucha suerte, en tu cumpleaños querido Hans, en tu cumpleaños mucha suerte.
Cantaron al unitono los invitados y luego aplaudieron y algunos silvaron, otros más levantaban sus copas en generosidad.
—Y que cumplas... amigo mio... muchos años más.—fulminó Amon Göth que salió de las sombras por la espalda de Hans.—Pide un deseo, Hans. Y sopla.
El hombre casi calvo y mirada aterradora quedo unos segundos en silencio y comenzo a apagar las velas con sus dedos sin una mueca de dolor.
—¡Amén!
Grito Göth una vez que los dedos obesos de Hans apagaron la última vela. La luz regreso, y comenzo la música y los brindis. Whisky, vino, ron y algunos sofisticados preferian brandy en sus copas para brindar por la vida de Hans Frank, que en todo momento se negaba a salir de su silla.
Rudolf y Dora estaban ahí. Callados. Hombro a hombro, cuándo Hans les daba atención con sus terribles ojos, Rudolf buscaba la mano de Dora para tomarsela.
—Lo malo de los judíos, no es su excesivo y enfermo pacifismo... en realidad, es su olor.—comentó sádico Frank. Lo que resulto en unas igual de crueles carcajadas, incluidas las de Rudolf.—En verdad. Estar entre ellos es cómo estar entre... entre, entre estiércol. Y el hedor se no se va jamás, diganmelo a mí. Este pastel apesta a mierda, sinceramente.
Todos continuaban burlandose. Parecia que todos en esa mesa sentían el mismo desprecio hacía los judíos, pero no tan extremo cómo el de Hans Frank. Dora no dejaba de temblar, movia sus pies de un lado a otro y su respiracion se aceleraba, pensaba que Hans tenía un radar en su retorcido cerebro que detectaba judíos y que en un chasquido, Dora pasaria de estar en esa vistiendo ese conjunto gris a estar dentro de una maya desnuda y latigada.
—¿Que le parece la postura desde el mismo Reich, Hans?—pregunto Edmund Zdrojevski, un capitán silencioso del campo. Cuyo gesto parecía el de un perro dócil, con cejas regadas y pobladas, casi sin cabello.
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Editado: 18.07.2023