Jaula de Aves

Hollín

31 de Agosto de 1938.

Cracovia, Polonia.

Oliwia Skowron, consideraba la casa beige de tejas naranjas del barrio de Bolesława Komorowskiego, cómo su segundo hogar. La tarde noche del día anterior, el salón de la casa Pfeffeberg terminó en desastre por la fiesta con motivo del cumpleaños de quince años de la hija mayor de la familia.

Oliwia y Anja Pfeffeberg se reunierón muy temprano para descombrar todo el desastre. Mientras una limpiaba el merengue de las paredes, las puertas y los muebles, otra llenaba los contenedores con basura y daba la comida del guiso sobrante a los perros. La tocadiscos giraba en un vinilo de Claire Waldoff "Raus mit den Männern".  Cantaban la canción a la par y sacudian sus pies y caderas al ritmo. No sabian los pasos indicados, solamente se movían según lo sentían. Daban giros, patadas, aplaudos y vueltas tomadas de las manos, de aquí a alla y por todo el salón.

Sus risas y la música a gran volumen ensordecio los ruidos de afuera, no se percatarón que los padres de Anja habían llegado. Gretchen quedo absorta desde antes de entrar al escuchar la música tan vulgar para su gusto. Pidió de prisa las llaves y la abrió, paso ella y luego Kurt, dejo el regalo para su hija sobre una mesa y quedo cruzada de brazos en la puerta del salon, observando a su hija y a la amiga divertirse. Oliwia le tomo las manos a Anja y comenzarón a dar vueltas hasta que Anja se percato de la llegada de su madre y se detuvo.

—M-mamá.—tartamudeo cambiando por completo su gesto.—Llegarón... antes.

Gretchen se diriguio a la tocadiscos y alejo la abuja del vinilo.—No quiero volver a oír esta... música, si se le puede llamar así, en mi casa.

Kurt se quito su sombrero y solto un silvido.—Si que se divirtierón.

—¡Dios santo!—expresó Gretchen y cruzo a gran velocidad hasta el otro extremo del salón, se detuvo frente al retrato de una mujer y lo descolgo.—¡Pastel! Pastel de chocolate en el retrato de tu santa y difunta abuela, Anja ¡explicate!

Oliwia dio un paso con la cabeza hacia el suelo.—F-fuí, Sra. Pfeffeberg.

—¡Fuímos todos!—alzo la voz Anja.

—¡Última vez que dejo la casa a tus anchas, Anja! Te desconozco.—volteo sus infernales ojos al cuerpo de Oliwia.—En cuánto a tí, bueno no me sorprenden tus escazos valores, a sabiendas de que fuiste criada por dos idecorosos.

Kurt dio un paso para interceder.—Gretchen...

Oliwia tiró el paño que tenia en las manos y salió soportando el llanto y el coraje en su pecho. Gretchen, con el retrato en sus manos se inclino y levanto el paño para limpiarlo.

—E-el disco lo saqué de tu armario.—confesó Anja.—Si que tenias una vida muy distanta, madre.

—El "vete", también aplica para tí. ¡Ahora!

Anja se fue. Kurt le acaricio la mejilla a su hija y ella subió a su habitación luego de que Kurt le diera su obsequió. Luego salió con la esperanza de alcanzar a Oliwia.

—¡Oliwia!—le llamo y ella volteo.—Espera.

Kurt era un hombre apuesto, alto, con un bigote bien cepillado, una cara aspera y cuadrada, casi siempre con una sonrisa amable en él.

—Lamento los desplantes, Sr. Pfeffeberg.—se disculpó.—Anja es mi amiga, ni quisiera perderla.

—Yo lamento lo que ella dijo. En verdad, solo ella piensa así.—confesó y Oliwia asintió.—Haces a Anja feliz, algo que a mi me... me cuesta lograr aveces.

Oliwia carraspeo su nariz y alzo la mirada.

—No había notado tus ojos, son cómo los de Abe. Te quedan mejor a tí, claro.—alago.—Oli, es mi casa, y siempre serás bienvenida aquí.

Oliwia asintió con su cabeza al generoso gesto.—Gracias.

—Gretchen se irá... en una semana con sus padres, a unos cuantos y cortos kilometros. Sería una buena fecha para tenerte por aquí.

Ella accedió.—M-me parece bien. Tengo q-que irme.

—¿No quieres que te lleve?

—No, no que va. Caminaré. Gracias.

—Bien.—Oliwia le dio la espalda.—S-saludame a tu tía.—Oliwia volteo.—Y-y t-tambien a Abe, claro. A ambos, si.

Oliwia sonrió.—Por supuesto, señor. Buen día.

Oliwia se fue. Y Kurt resopló, metio sus manos a los bolsillos y volvió a casa, dónde Gretchen volvía a acomodar el retrato de su suegra cómo si se tratara de una joya irreparable.

15 de Marzo de 1943.

Ya habían rematado a toda aquella persona que tuvo la descabellada idea de esconderse, y que tomo a los nazis por tontos y creyo haberlos engañado lo suficiente. Ahora el gueto estaba desolado, solo equipaje por todos lados, ropa, maletas, zapatos y cadaveres. Sangre seca en el pavimento y las paredes. Filas y monticulos de cuerpos de todas edades. Dora junto a Verena caminaban por aquellas desoladas calles, de tanto camino, Dora llego al edificio dónde días antes había encontrado a su padre y tía.

—Ni se te ocurra entrar.—dijo Verena—Si te ven salir... con esa cara... pensaran que eres de ellos.

Dora quedo boquiabierta, estaba palida y temblando de un racional y voluble miedo.

—No hay nada.—susurró.—Ningun sob-sobreviviente.

—Es verdad.—respondió Verena.—Regresemos. No hay nadie.

En el camino de regreso, Dora vió cómo seguían apilando cuerpos. Y juro que se desmayaria al ver como dos soldados arrastraban de los brazos a la señora Rut Gubernat, como un trapo sucio por la calle hasta la montaña de cuerpos, se veía tan tranquila y descansada.

—Dora, Dora.—le llamo Verena.—Deja de mirar.

—Esto esta mal...

Casi se desnuca por el tremendo empujon que recibió luego de que Verena le cubriera la boca con su mano.

—Cuida lo que dices. Hablas mucho. Y piensas muy poco antes de hacerlo ¿no te lo han dicho?

Verena le quito la mano y Dora quedo atonita.

—Infinidad de veces.

—Pues es hora de que aprendas de verdad. Vamonos ya.

Dora y Verena se fuerón. De nada sirvió el veneno que llevaban en sus cestas de madera, ni una gota fue derramada, y tampoco ni una jeringa fue usada.

Una enfermera entro a la casa del gueto dónde vivía Caleb y las demás familias. Con el hollín y el polvo nublando su vista abanzo precabida por los pasillos asomandose por cada alcoba.




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